Erin
Las luces iluminaban su cara haciéndolo ver como un espectro, aunque uno hermoso. Lo impregnaba un aura varonil y oscura que me atraía con un magnetismo sorprendente y me impedía mantener los ojos apartados de su figura parecida a la de un bárbaro vikingo con esa complexión intimidante y que difícilmente puedes ignorar.
Su loción se adhirió en mi nariz apenas lo tuve cerca, quise preguntarle cual usaba y por qué duraba tanto en mi piel, sin embargo, advertí otro olor en él, un aroma que me hizo pensar en mi madre cayendo por el balcón: el olor a muerte.
Retrocedí a paso lento sin entender el motivo de mi repentino pánico mientras el ruso me acechaba como un lobo hambriento. Quise reírme por las comparaciones, venían justas ahora que yo vestía de Caperucita.
Le di la espalda y me apresuré a moverme entre el gentío que se mantenía ajeno a lo que sucedía entre el ruso desconocido y yo; busqué con la mirada a Dominic, encontrándolo en la barra hablando con una joven vestida de pirata que por lo que vi, se le insinuaba y mi guardaespaldas no parecía desinteresado en su coquetería. La sangre me hirvió.
Él allá y yo acá siendo perseguida por un ruso demente.
No quería que me alcanzara, no quería estar en sus manos otra vez porque no confiaba en que no le abriría las piernas de nuevo. Y aunque me hizo sentir un placer incomparable, me negaba a caer en la oscuridad de su mirada cuando gritaba peligro por todas partes, suficiente tenía con los problemas que significaban mi padre y Scott, para todavía añadirle otro más.
Empujé a un par de personas tratando de llegar a Dominic, el club estaba a reventar y me dificultaba la tarea. Me volví sobre el hombro en busca del ruso sin hallarlo en ninguna cara, pero eso no me dejaba tranquila.
Sé que él venía detrás de mí, aunque no pudiera verlo.
Retomé la huida, chocando con un pecho duro y un agarre en mis muñecas que me causó escalofríos por todo el cuerpo.
—Si corres, te atrapo, muñequita —dijo serio, destilando seguridad.
Me arrastró hacia la oscuridad —su fuerte, pensé—, sin darme oportunidad de resistirme o responder. De un momento a otro estuve prisionera por una cárcel de musculatura, fuerza y dominio; apoyó una mano en la pared del pasillo semioscuro donde nos encontrábamos y la otra la dejó dentro de los bolsillos de su pantalón. Al tenerlo más cerca, pude oler la sangre en él, no sabía si mi mente me jugaba bromas o de verdad él olía como si acabara de matar a alguien.
—¿Por qué corres? Aún no te doy motivos para que lo hagas.
—¿Qué quieres, ruso? —Remarqué esta ultima palabra con un deje de reproche que él enseguida captó.
—Si te lo digo, ahora sí tendrás motivos para salir corriendo —murmuró con la diversión teñida en su tono.
La molestia se presentó en mi pecho, lo aparté y apenas di un paso cuando me arrastró de vuelta al mismo lugar.
—No he dicho que puedes irte. —Su aliento acarició mi mejilla y percibí el olor del vodka otra vez. Mierda.
Al tenerlo cerca pensaba en el calor abrazador que desencadenaba en mi interior con el roce de sus dedos en los lugares más íntimos de mi cuerpo, así como esa sensación asfixiante de melancolía que me trituraba por dentro, pues no entendía de dónde provenía y por qué no me soltaba.
—¿Me has estado siguiendo? —Inquirí nerviosa.
—Estás en mi club —simplificó. Pasé saliva.
¿Cómo que su club? Había venido un sinfín de veces y jamás lo había visto.
—Mientes —acusé, estrechando los ojos en su dirección.
Posó el pulgar en mi labio inferior, el movimiento retiró la manga de la chaqueta hacia atrás, revelando más tinta oscura en su muñeca.
—No me gusta verte con tu guardaespaldas. —Ahora su índice dibujaba círculos en mi clavícula y fue descendiendo hasta mi escote—. No lo comprometas, Erin, porque les pesará, a ambos.
Contuve el aire en mis pulmones y comencé a sentirme acalorada sin entender a lo que se refería con Dominic.
—¿Qué pasa? ¿De pronto las prendas se han puesto muy calientes? —Relamió sus labios y rozó mi pezón erguido por encima de la tela delgada del vestido.
—Aléjate de mí —advertí—. No vuelvas a tocarme.
El pulgar se deslizó por el escote y bajó la tela, liberando mi seno que no demoró en acunar en su mano grande y áspera.
—¿O qué? —Provocó— ¿Volverás a correrte en mi mano?
Presioné los labios, aguerrida a no soltar ningún sonido de satisfacción mientras sus dedos rodeaban mi pezón pequeño y puntiagudo. Grité cuando lo pellizcó, mas no efectué ningún movimiento que no fuera el apretar las piernas.
—Te hice una pregunta —exigió con rudeza.
Él no era alguien suave y delicado, era posesivo y dominante, lo noté esa noche apenas al mirarlo, lo notaba hoy otra vez e incluso así no podía alejarme de su aura oscura.
—Sí —jadeé aliviada al deshacerse la tortura en mi pobre pezón.
Él lo sobó despacio y volvió a acomodar mi vestido, la tela me rozó y causó cierta incomodidad en mi entrepierna.
—No esta noche, muñequita, hoy solo vine por algo.
Posó la mano en la curva de mi mejilla y desbordando seguridad absoluta se inclinó hacia mi cara con la intención de besarme; sus labios tocaron los míos y una explosión estalló en mi interior seguida de una calma preocupante adhiriéndose a cada poro de mi ser. Respondí a su beso porque no estaba siendo rudo, es como si estuviera probándome, sus movimientos eran pausados y hasta podría decir que calculados.
Aislé la música, los gritos, las luces y todo fue oscuridad mientras nos besábamos en aquel pasillo vacío que llenamos con el ardiente deseo y la inexplicable conexión que se creó entre nosotros.
Son cosas que no buscas entender, solo disfrutar, son momentos que no se cuestionan y solo se viven.
Disfruté su beso y viví enteramente cada emoción que despertaba. Mis dedos fueron en busca de su cabello y lo atraje más a mi boca. No hubo un deseo sexual, solo sensaciones irreconocibles que viajaban como una ráfaga caliente y demandante a través de nosotros, acercándonos y permitiendo que nos perdiéramos en los labios del otro.
No quiero dejar de besarlo.
Mi pecho se apretaba al suyo, mi lengua recibía a la suya y mezclábamos nuestra saliva sin saber donde comenzaba su sabor y terminaba el mío. Nunca me había sentido así con un beso, esto resultó ser mejor que el orgasmo que me devastó en la azotea y temí por tener ese pensamiento, por asirme con tanta intensidad a un desconocido que no paraba de lanzarme advertencias cada vez que me miraba: corre.
Sí, eso debí hacer, pero él me atraparía.
Como Sasha.
Me separé de golpe, poniéndole fin al beso. Nos miramos fijamente, sostuve el azul oscuro con solidez y lo que vi me puso los pelos de punta.
Tensó la mandíbula y retrocedió un solo paso.
—Corre, Erin —sugirió—, corre ahora.
Acaté su sugerencia, porque lo que vi seguía aterrorizándome y solo podía describirlo con una sola palabra: obsesión.