Capítulo 5: Muñequita de porcelana

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Sasha

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Sasha

La imagen de Erin no abandonaba mis pensamientos.

Lo peor, es que no se trataba de la escena en la azotea del hotel, donde sintiéndome dueña de ella, hundí mis dedos en su coño virgen y la hice correrse. Pensarlo aumentaba el grosor de mi pene.

Blyad' Joder

Acomodé el bulto sobresaliente en mis pantalones con su fotografía en mi mano derecha. Esos trozos de cielo continuaban hipnotizándome. Nunca me sentí así por una mujer, aunque sonara trillado y repetitivo, era la pura verdad. Ella no hacia ningún esfuerzo por mantenerse adherida a mi cabeza como una puta mancha llena de luz, capaz de luchar contra mis sombras.

Hubo algo en sus ojos al mirarla que me calentó la sangre y no hablaba del ámbito sexual. Mi corazón siguió un ritmo normal, ni muy lento, ni muy rápido, un balance perfecto y único, solo podría describirlo como paz y quise experimentar de nuevo esa calma. Era adictiva y preocupante a la vez, porque apenas la conocía y ya estaba pensándola más de lo que debería.

«Debo parar, es la hija de Sergey».

Bueno, no pensé mucho en eso mientras la tenía gimiendo y corriéndose sobre mi mano.

Puse la fotografía dentro de mi chaqueta de cuero y estiré los guantes de piel que enfundaban mis dedos. Me levanté de la silla y salí de mi oficina en el club Purple, había trabajo que hacer y no podía seguir calentándome la bragueta con la cara de Erin y sus perfectas tetas. Mierda.

«Seguro no estaré satisfecho hasta que la folle».

Solo necesitaba poseerla y mi obsesión cesaría. Prefería mil veces enfocarme en su sexualidad, que en la fortaleza que desprendía, sin duda, verla como un trozo de carne era una mejor elección a verla como algo más. No podía.

En la Bratvá los sentimientos estaban prohibidos. Yo no podía querer, solo destruir. Era un sádico que había masacrado a un sinfín de personas sin sentir remordimientos por ello.

—Sasha —se precipitó hacia mí Carlos—, los lideres de las pandillas esperan en los almacenes de la zona B.

Chasqueé la lengua. No me hacia gracia acercarme a la zona negra de Nueva York, se trataba de un sitio donde ninguna persona fuera de la delincuencia querría estar, en su mayoría, los mafiosos se adueñaban de algunos sectores donde realizaban reuniones, asesinatos y torturas, todos bajo una estructura, reglas y nombres; se dividía por secciones, desde los almacenes del A al D, lo cual significaba menor riesgo, hasta el R y el X, los que vendrían siendo los más peligrosos, donde se llevaban a cabo ventas de personas, órganos, videos snuff, entre otras miserias más. Un sector al que solo entraban monstruos con la mente suficientemente podrida. Ni siquiera yo me atrevía a tanto.

La policía dejaba esos sitios tranquilos, la mafia también, era como un lugar intocable. Lo mantenían millonarios en su mayoría, esos eran los más jodidos: los criminales vestidos de traje y aceptados en la sociedad.

Perverso ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora