Erin
Corría a través del jardín con él detrás de mí, me volvía sobre el hombro esperando verle la cara, pero lo único que veía era una luz blanca cegadora que ocultaba sus facciones de mi escrutinio.
Cuerpo enjuto y fuerte, ropa oscura y manos enguantadas, cabello rubio... y peligro.
Corría lejos de él porque jugábamos. Mi vestido de holanes se oscilaba con el movimiento de un lado a otro, advertía el calor del sol y la brisa fresca que anunciaba a llegada de mi cumpleaños. El aroma de los árboles y las flores apretaban mi nariz y cuando aquel chico se acercaba, su perfume emanaba recuerdos y melancolía.
—Si corres, te atrapo —dijo en mi oído.
Chillé por el agarre de sus manos vigorosas en mi barriga, su pecho desprendía calor y en sus brazos me sentí a salvo y a la vez, en gran peligro.
—Siempre irás detrás de mí —susurré.
De pronto, ya no había sol, ni luz, solo una oscuridad cerniéndose sobre nosotros. Un abismo se abría mis pies y parecía que de él emergerían las mismas llamas del infierno. Apreté sus dedos, presionándome a su pecho, temerosa de caer e inocente creyente de que sería él quien me sostendría para que no resbalara cuando era posible que su presencia aquí lo convirtiera en mi verdugo.
—¿Quieres conocer el infierno, Erin? —Inquirió en voz oscura y peligrosa.
—Por favor...
—Sasha —mencionó lento—, mi nombre es Sasha Kozlov. —Temblé de miedo—. Nunca lo olvides.
Intenté volverme, enfrentarlo y desvelar de una vez por todas su rostro que me mantenía en expectativa. Sin embargo, sus manos me soltaron, el agarre se realizó despacio, casi en cámara lenta. Perdí el equilibrio y resbalé directo al abismo que comenzaba a tragarse toda la luz que existió, llevándose también la mía, mientras Sasha se mantenía como un espectador de mi deceso en las penumbras que él trajo a mi vida.
—¡Sasha, por favor! —Supliqué, cayendo y cayendo, sin dejar de ver su sonrisa blanca de dientes perfectos.
Él no me salvaría.
Él me destruiría.
—¡Sasha!
Me senté de inmediato en la cama, el sudor empapaba mi ropa y aún percibía el vértigo en mi estomago y piernas al estar cayendo al precipicio sin fin. Tomé mi cabeza entre mis manos, tratando de tranquilizarme.
La pesadilla era recurrente, comenzó a aparecer desde que cumplí trece y nunca entendí de dónde provenía o por qué aparecía. Ese nombre, esos brazos, esa voz y esa risa podían ponerme los pelos de punta y a la vez, llenarme el corazón de melancolía. Quería saber quién era Sasha Kozlov y por qué se adueñaba de mis sueños, pero por más que indagué, no hallé nada. En mi pasado no había manera de ahondar, todo lo que conocí se esfumó.
Se suponía que los niños tenemos memoria, aunque sea una levísima parte de recuerdos, pero yo no. Me los habían arrebatado. No recordaba nada antes de los doce, ni siquiera a mi madre. Sin embargo, tenía bien presente su muerte y la última vez que la vi: con el cráneo roto en el jardín de nuestra casa. Su sangre se esparcía deprisa bajo su cuerpo inerte y entretanto, yo lloraba y gritaba, mientras unas manos frías me maltrataban y alejaban de ella.
Puse fin a mis pensamientos y me levanté de la cama.
Hoy tenía una fiesta de disfraces por Halloween y mi padre no se opuso a que asistiera, por supuesto, Dominic debía ir conmigo, al parecer hoy volvía. Estas últimas dos semanas se mantuvo bastante ausente. No volví a verlo después de mi cumpleaños y no sirvió de nada preguntar por él, padre me mandó callar y parar sobre hacer preguntas estúpidas. Resoplé. En esta casa nadie me decía nada.
Me desnudé y metí a la ducha, no demoré demasiado; al finalizar, cepillé mis dientes, me sequé y coloqué una bata de baño, salí con el cabello húmedo goteando en el piso, por más que lo exprimía, seguía saliendo agua.
Casi pego un grito al ver a Dominic sentado en el borde de mi cama. Traía una rosa roja en su mano. Arqueé las cejas.
—Si esa es tu manera de pedir disculpas por dejarme sola, déjame decirte que es patética —espeté, dándole la espalda y dirigiéndome al closet.
Abrí los cajones de la ropa interior y agarré lo primero que vi. El encaje me hizo retroceder al día de mi cumpleaños, a ese momento con el que solía masturbarme por las noches.
El ruso que robó mis bragas y me folló con sus dedos en la azotea de un hotel.
No supe su nombre, es como si en la fiesta nadie lo conociera y Dominic se negó a siquiera tocar el tema. Parecía que lo odiaba, una rabia inmensa desbordaba en sus ojos cuando lo mencioné, así que decidí dejarlo estar. Ese ruso era igual de incógnito que el Sasha de mis sueños. Vaya coincidencia, ambos peligrosos y rusos.
Salí en encaje y con los jeans en la mano, además de una blusa de manga larga en color negro. No era la primera vez que Dominic me veía en ropa interior, pero a diferencia de las otras veces, en esta ocasión su mirada detonó un hambriento deseo. Me estremecí y me esforcé por omitirlo.
Se incorporó con la rosa en la mano.
—Tuve que salir de emergencia, los negocios no esperan.
—Eres mi guardaespaldas, mío —enfaticé con posesividad. Sonrió y tocó mi clavícula con los pétalos de la rosa. Miraba mis labios.
—Sabes que no es el único papel que desempeño, rousse.
Tomó mi mano y puso en ella la rosa. No tenía espinas.
—Prometo no irme tanto tiempo otra vez —musitó sincero.
—Está bien, acepto las disculpas —olí la rosa—, ahora, prepárate para la noche. Ya tengo tu disfraz. —Enarcó una ceja.
—¿De qué me vestirás esta vez?
—De pitufo gruñón.