Erin
Desperté temprano, tendida sobre la cómoda cama cubierta de sabanas suaves con olor delicioso, pero eso no me quitó la incomodidad de las botas estrujando mis pies; anoche caí rendida y no supe más de mí, ni siquiera cené y mucho menos fui capaz de asomar las narices fuera de la puerta por temor a lo que sea que Lev me haya advertido entre líneas.
Me senté en el colchón, reparé en la manta calientita que cubría mi cuerpo, la cual yo no había tenido sobre mí cuando me dormí. Me pregunté si Lev volvió o si entre sueños alcancé a cubrirme, la verdad ni siquiera hacía falta, la casa se mantenía cálida.
Me estiré, mis huesos crujieron y enseguida me levanté de la cama, quitándome las botas en el proceso, mis pies lo agradecieron. Busqué el baño entre las tres puertas que encontré, detrás de una había un armario, en otra un vestidor amplio con un espejo en la pared de lado a lado, la última era el baño.
Hice mis necesidades, cepillé mis dientes, lavé mi cara y arreglé un poco mi cabello. Mientras me veía en el espejo, me sentí extrañamente bien. Por supuesto, tenía preocupaciones encima, como mi padre y mi estadía en esta casa, estaba convencida de que no podía quedarme aquí, así que hoy mismo buscaría otro lugar. Por mucho que Lev me gustara, no quería correr riesgos, tenía tratos con Dominic y tal vez cambiaba de opinión y le decía que estaba aquí, no lo conocía lo suficiente para fiarme.
Lo mejor es que siguiera por mi lado.
Salí del baño y precavida abandoné la habitación. En cuanto bajé las escaleras me percaté del olor de la comida y mi estomago me recordó lo hambrienta que estaba, no había comido desde el croissant en el avión.
Esperé encontrar a Lev en la cocina o en algún rincón de esta casa, pero en su lugar se hallaba el hombre de ojos grises; me detuve en seco, mirándole la espalda mientras servía algo en un plato. En la encimera había un vaso de leche, cuando lo agarré, me percaté de que estaba caliente. Sonreí con melancolía.
—Mamá solía darme leche tibia en el desayuno —dije en voz alta. Desde que ella murió, no volví a beberla, siempre acompañaba con cualquier jugo.
Él detuvo sus movimientos, pero no se volvió a verme, se quedó quieto durante unos segundos.
—Dobroye utro —buenos días, añadí en un ruso patético. Quizá no hablaba mi idioma.
—Buenos días, Erin —saludó, dándome la cara al fin.
Al igual que Lev, parecía que el negro dominaba su guardarropa, solo que él usaba trajes pulcros y sin arrugas, lucía elegante y apuesto, como ese tipo de hombres millonarios que solía encontrarme a menudo, solo que de su parte no había frialdad, solo una notable amabilidad.
—El desayuno —dijo y puso un plato frente a mí. Eran wafles cubiertos de miel y un poco de fruta picada. Volví a sonreír. Hacía mucho que no probaba algo así, toda esta situación me recordaba mucho a esos momentos que vivía con mamá.