Capítulo 18: Mi verdadero yo.

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Sasha

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Sasha

Acomodé su anatomía sobre la cama, la tela de la falda se alzó, la blancura de sus muslos abarcó mi vista y aunque me gustaba observarla, cogí el edredón y se lo eché encima; le había comprado ropa, pero no usó ni una sola prenda de ella, a excepción de la ropa interior. Y bien, ya que no la quería, me la llevaría, no me hacía problema alguno que anduviera desnuda por aquí, al final de cuentas, solo yo entraría a verla.

Mis dedos movieron un par de mechones rojizos que cubrían su frente; la admiré ahí, vulnerable, expuesta, mía, totalmente cautiva.

Me causó mucha gracia su intento de huida. Erin no sabía que mis ojos siempre se encontraban puestos en ella, a cada momento, incluso cuando no me tuviera cerca. No iba a permitir que huyera. La traje a un lote de propiedades de la Bratvá, ninguna de estas casas se hallaban ocupadas, algunas las usábamos para meter droga o dinero de manera temporal, eran casas de seguridad y nadie en su sano juicio vendría hacia acá a sabiendas lo que podría encontrar.

Así que Erin pudo andar por todo el lugar sin salir de él, nunca lo haría a menos de que yo así lo quisiera. Por un momento pensé en dejarla seguir caminando en círculos hasta que la nieve le congelara la piel y entonces volviera pidiendo ayuda... de nuevo. Sin embargo, no estaba de humor para juegos, al menos no de ese tipo.

—Dulces sueños, muñequita —susurré divertido, apartándome de ella.

Abandoné la habitación, pero esta noche no me iría de la casa, me quedaría hasta que Erin despertara, teníamos cosas que dejar en claro. Desde ahora todo había cambiado para ella.

Bajé al bar, abrí una botella de vodka y me serví un trago mientras tomaba asiento en el taburete detrás de la barra. Vacíe el liquido en mi garganta cuando escuché la puerta abrirse y pasos sigilosos, pero firmes, aproximarse a mí. Vertí más del vodka en el vaso al momento en que Carlos me dio la cara. Lo envié a hacerse cargo de unas ratas que seguramente ya se hallaban flotando en el río, como todos los demás.

—Ya está hecho.

—Pudiste llamar, no es necesario que vengas hasta acá —provoqué. Yo sabía el motivo por el cual estaba aquí, y no se trataba de nada más que una pelirroja con piernas de infarto.

—Sergey viene a Moscú —anunció. El alcohol se deslizó ardiente por mi garganta y se acentuó en mi estómago, más pesado de lo normal. Toqué mis dientes con la lengua.

—Debí suponerlo. Él lo sabe, sabe que su hija está aquí.

—No pareces preocupado.

Net.

Agarré otro vaso y le ofrecí un trago. En silencio bebimos, ambos pensábamos, ignoraba que pasaba por la cabeza de Carlos, la mía era un enjambre. Me preparaba para lo que vendría cuando Sergey llegara y exigiera respuestas, aunque conociéndolo, seguro me metía un tiro en alguna parte del cuerpo y después esperaría una explicación. Reí por dentro. Ni siquiera me asustaba un poco, incluso al conocer la frialdad de ese hombre, viví muchos años a su lado, el miedo se desvaneció.

Perverso ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora