El día martes había faltado, no tenía mucho ánimo de ver a sus compañeros pero tampoco quería quedarse en casa así que aprovechando que sus padres aún no viajaban, tomó dinero suficiente y salió de allí. Caminaba sin mayor prisa, observaba cada pequeño detalle de las calles por las que transitaba y su cabeza volteaba a ver hasta el más mínimo movimiento de las personas a su alrededor.
Llegó a su peluquería y sin pensarlo dos veces entró saludando a la mujer que a menudo le arreglaba las mierdas que él dejaba en su cabello. Se sentó en la silla negra y comenzó a girar como un crío, la mujer no le regañó, de hecho sonreía divertida por las actitudes aniñadas de aquel joven.
─¿Qué vas a querer? ─Preguntó la mujer limpiando sus accesorios de trabajo. Michael se observó en el espejo y sonrió.
─Quiero mi cabello rojo. ─Dictaminó.
El proceso tardó más o menos tres horas en las que Michael soportó algo incómodo las miradas divertidas de algunas señoras al ver que un chico se tinturaba el cabello, intentaba no darle importancia desviando su mirada a otro lugar de la peluquería.
Cuando la mujer le informó que era ya hora de quitar el tinte, Michael se levantó como resorte y es que sentía que el tinte rojo le estaba quemando horriblemente. Una vez lavado, comenzó el secado y por primera vez en mucho tiempo Michael se sintió bien con su reflejo, aunque poco duró, pues una mujer le observó con tal intensidad que el pelirrojo pudo sentir como su armadura era profanada.
─Dejame decirte querido, que tendrás que utilizar un montón de cremas para que vuelva la vitalidad a tu cabello. ─Mencionó la mujer demostrando desinterés.
─Mi cabello está perfecto, su vitalidad no se ha ido, ya sabe, ventajas de ser joven. ─Mencionó el teñido con una sonrisa inocente recalcando la última palabra. La mujer se quedó en silencio, Michael se levantó y pagó a la peluquera para luego irse de allí aún algo inseguro, odiándose por haber caído en una provocación tan malditamente baja.
×
Aún no quería llegar a casa así que se pasó a buscar a Deniel al colegio. Había un montón de madres preocupadas cuchicheando de alguna mierda sin importancia para Michael, aunque el ruido de sus voces en murmuros le molestaba.
Los estudiantes comenzaron a salir de a poco, Deniel se demoraba, Michael se acercó a uno de los inspectores quien le observó de piezas a cabeza con indiferencia, era lógico. El colegio estaba ligado a la religión, y Michael tenía una apariencia de un adolescente drogadicto.
─¿Ha visto a Deniel? ─Interrogó.
─¿Quién eres? ─Preguntó el hombre de vuelta.
─¿Lo ha visto o no? ─El tono amenazante de Michael hizo al hombre poner una mueca en el rostro.
─Está castigado, saldrá en una hora más. ─Fue todo lo que dijo.
No pasaron más de dos minutos desde que el hombre desapareció de la entrada y Deniel salió corriendo por las puertas del colegio.
─¿Trajiste dinero? ─Preguntó el castaño, Michael le observó de mala forma.
─No, me lo he gastado. ─Respondió sin más.
─¿Andabas fumando?
─No.
─No te creo.
─Nadie te obliga a hacerlo.
Deniel mostró el dedo de en medio a su hermano mayor, este tan sólo soltó carcajadas.