3

7.8K 436 18
                                    

LAUREN
Ahí estaba frente a ella y con unas ganas de atraerla a mi cuerpo para consolarla, para decirle que las cosas marcharian mejor, que no debía llorar nunca más.
Pero no era así, estábamos como estábamos por su estúpido orgullo y su negación. Por sus ganas de hacerme la vida imposible.
-Cameron ya está dormido. Declaré.
Sus ojos café estaban enrojecidos, al igual que sus mejillas y nariz. Se miraba tan linda.
Olvidé por un momento todo lo que nos hacíamos la una a la otra y me incliné para buscar sus labios.
Rocé sus suaves y carnosos labios pero me dí cuenta de la tontería que estaba haciendo.
Aclaré mi garganta.
-Me voy, pero por favor si ocurre de nuevo me mandas un mensaje y estaré aquí lo más pronto posible.
Di varios pasos atrás para irme pero Camila no dejaba de mirarme, parecía relajada a diferencia de mi, segundos después lo entendí.
Me había soltado otro golpe en la mejilla, resonó dentro de la habitación como nunca.
-No vuelvas a besarme Lauren y mejor vete. Dijo entredientes.
Yo toqué la parte agredida por instinto pero me encendí. Estaba harta de que me tratara como si yo fuera la única culpable.
Me reí de la situación y cuando menos lo pensé había dado el mismo golpe en su mejilla. Mi palma ardía como nunca y la miré levantarse el cabello de la cara y sobar constantemente el sitio. Sus lágrimas corrían por las mejillas y me miró con miedo.
Yo esperaba algo de odio pero esa mirada me mató. De pronto caí en cuenta de que la había golpeado, y no había sido leve, la había golpeado con tanta fuerza que mi mano latía y dolía.
Se dejó caer al suelo sollozando.
¿Que mierda he hecho?
Quise cogerla entre mi brazos y pedirle perdón pero retrocedió como si yo fuera su peor pesadilla. Temblaba como jamás lo había hecho y seguramente se sentía humillada. Cubría todo su rostro sollozando, el llanto sacudía su cuerpo débil.
-Camila perdóname yo...
Se pusó de pie y se protegió al otro lado de la cama. Yo intenté acercarne pero se pusó a temblar.
Sin querer yo estaba haciendo lo mismo por lo que algún día había luchado.  Cuando la protegi del padre de Kilian. Dios, el la golpeaba, ahora yo hacía lo mismo habia reaccionado mal, con odio hacía mi misma me acerqué.
-Cami, mírame soy yo.
Su respiración se hizo rápida y se pegó a la pared aún llorando. Llegó el momento en que no podía tomar aire. -Soy yo, por favor toma aire. Hice movimientos con mis manos para evitar que entrara en ese ataque de pánico. Cerró los ojos gimiendo como si alguien intentará asfixiarla.
La tomé en mis brazos para ayudarla.
-Shhh... toma aire Cami, intentalo por mi.
Besé sus mejillas con desesperación y me abracé a ella. -Mirame.
Le pedí una vez más, me miró y comenzó a recuperar la respiración habitual, poco a poco mientras yo susurraba al oído cosas cariñosas, para calmarla.
La recosté en la cama con cuidado y besé su frente.
-Ya está tranquila cariño. Se acosto de lado y me dió la espalda para luego sollozar.
-Vete. Dijo con voz triste y cansada.
Me odiaba a mi misma por lo que había hecho, por dañarla tanto, incluso más que yo.
Se estremeció cuando besé su mejilla y salí.
En el pasillo lo que menos pensé encontrarme, Kilian me miraba preocupado.
-¿Que ha pasado mamá?
Me incliné hacia el. -Ki, lo siento pero debo irme, por favor cuida a mamá y a tu hermano.
Intenté fingir una sonrisa pero salió fatal -¿Te vas?
-Si, ya ve a dormir.
El negó.
-Quedate aquí, ya no te vayas. Suplicó con sus ojitos llenos de lágrimas, yo comencé a llorar frente a el. -Lo siento cariño pero debo irme, tu madre me lo pidió y siento que es lo más correcto.
-Mamá, no nos dejes, quédate aquí, ve ahí con mamá Camila y arregla todo por favor, no por mí házlo por Cam, el te necesita y yo también, mamá te necesita incluso más.
-Ki por...
-Llora todas las noches, no come bien y a veces actúa raro con Cam, ella te extraña.
Sentí un dolor de cabeza demasiado intenso.
Lo abracé y me encaminé a su habitación.
-Entra en la cama, voy a ir a tu entrenamiento cariño, de verdad que si.
El asintió decepcionado.
No sabía cómo contarle que pasaría un mes sin poder verlos. Se iba a enfadar conmigo y yo no quería eso.
-Duerme. Se acurrucó. Yo salí hacia mi apartamiento con una sensación de vacío terrible. Nada me hacía feliz, solo cuando la miraba cada dos semanas y pasaba tiempo con mis hijos.
Al salir el frío me golpeó, no recordaba si estabamos en invierno o verano, pero algo pasaba en mi que sentía bastante mal. Subí al auto aún con el corazón en mi mano, a punto de entregar todo lo que tenía a Camila. Claro que la amaba, claro que la extrañaba y quería volver, pero después de estos meses se me era imposible poder verla a los ojos sin ningún rencor. Ella me alejaba constantemente de mis hijos sin razón, ella no sabía que todo era una mentira, una trampa convincente de que yo la había engañado.
Encendí el auto buscando alguna salida y momentos después sucedió.
Conducía por la avenida casi sin sentir, era tarde y al parecer ningún otro coche aparecería, tomé la vía más rápida al departamento, una donde los semáforos comenzaron a ser innecesarios, yo quería escapar de aquello que sentía.
Todo estaba hecho mierda, sin sentido, por que después de romper con Camila busqué a Sab, la chica estaba en un hospital psiquiátrico, su padre por fin habían hecho algo por ella y la atendía. Era una obsesiva y no se que tan mal. Quise solucionar todo con mi esposa, dar una explicación. Decirle que todo era mentira y hablarle de Sab. Pero no sirvió de nada ni las pruebas que había conseguido para demostrar que yo no lo engañé. Camila seguía encerrada en su mundo y bajo cualquier circunstancia se negó a hablar conmigo. Restringió las visitas a mis hijos y metió los papeles de divorcio. Ella sólo me odiaba. Ya no me quería a su lado.
Yo no podía entenderlo y en una forma de demostrar que la comprendía accedí a darle la razón. Respeté sus condiciones al ver a los pequeños con la esperanza de que me dejará hablar pero fue en vano. Camila ya no confiaba en mi ni en el amor que le tenía. Era fría.
Y me dí por vencida, no insistir y dejar que poco a poco recuperamos aquello de las dos. No funcionó y aquí estaba conduciendo a 120 kilómetros por hora, en la avenida vacía.
Miré el semáforo en amarillo y sin pensar mucho lo que hacía apreté más el acelerador. Lo pase, al fin y al cabo no había otros autos.
Momentos después sentí el impacto, un golpe propulsivo al costado del auto y como daba vueltas sin detenerse. Yo había intentado sujetarme con fuerza volante pero no servía de nada.
Mi cabeza giraba sin control y luego escuché el cristal romperse. Todo ahora era negro, lo único que escucha era ruido a mi alrededor. Mi cuerpo no respondía, estaba entumecida y sin abrir los ojos no podía si quiera saber lo que sucedía.

Lo que no ves Donde viven las historias. Descúbrelo ahora