17 - Bastian

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Febrero del 2002


Ya habían pasado tres días y no paraba de llover. Y lo peor era que el calor no daba tregua, había cambiado de un calor que parecía quemarte a un calor húmedo y sofocante, esos que sólo habitaban en las grandes ciudades, impregnado con el olor a cemento mojado y basura pudriéndose.

—Extraño el campo —dije mientras veía a Pepi ir de un lado a otro de la cocina—. Extraño el olor a tierra mojada y las tortas fritas con dulce de leche que hacías, mamá.

—No está mal extrañar las cosas, pero también deberías disfrutar de lo que tenés ahora —dijo mientras lavaba los platos sucios del almuerzo. Mi mamá siempre intentaba consolarme aunque sabía que ella también extrañaba nuestra granja.

—Pero ahora no tengo nada —me quejé.

—¿Cómo que no? Tenés a Dylan —me replicó.

Tenía razón. Dylan, el extraño nene de al lado era lo mejor que me había pasado desde que llegué a esta ciudad que no me gustaba nada.

—Sí, pero no puedo llevarlo a jugar en el barro bajo la lluvia —respondí—. Acá no hay barro.

—¿Y qué hay de la terraza? —preguntó mama—. Hoy hace mucho calor y la lluvia está tibia, no me voy a enojar si salís a mojarte un poco.

La terrada del edificio era un bonito lugar con bancos, juegos para chicos y hasta una pequeña huerta comunitaria, todo rodeado de rejas para que nadie se caiga. Era lindo pero aun así me daba miedo.

Entonces se me ocurrió una gran idea.

—¿Má?

—Sí.

—Le voy a preguntar a Dylan si quiere ir a jugar a la terraza —dije levantándome del suelo de un salto—. ¿Me harías algunas tortas fritas con dulce de leche?

—Por supuesto —respondió con una sonrisa—. Divertite.

Dylan & BastianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora