83 - Bastian

12.2K 2.4K 476
                                    

Diciembre del 2014


Al final, Dylan no había podido escuchar su canción. Entre su recuperación y mis preparativos para mi ida a Estados Unidos, no nos había quedado mucho tiempo para nosotros. No nos había quedado nada de tiempo.

Y antes de darme cuenta, ya me encontraba en el aeropuerto de Ezeiza para tomar mi vuelo a Nueva York junto con mi papá.

Todos habían venido a despedirme.

Lionel, Flor, Josefina y Mateo habían hecho una pancarta deseándole suerte "al futuro Messi del piano". Mi hermanita también me hizo un regalo y me dijo que ya no estaba molesta conmigo por "arrebatarle" a Dylan. Mi madre lloró mucho. Flor también lloró a pesar de que lo negaba.

Y allí también estaba él.

Aunque le había insistido en que no era necesario que vaya hasta el aeropuerto, Dylan se negó. Aún tenía algunas ojeras por el desvelo que nos habíamos pegado la noche anterior. Me había colado hasta su cuarto y nos quedamos allí hablando por horas, con apenas algunos besos espontáneos de vez en cuando, hasta que nos dormimos abrazados.

Él fue el último en despedirse, aun después de que mi madre me haya empapado en un abrazo que duró casi media hora.

Dylan simplemente se aceró a mí y sin mediar palabras sacó de su bolsillo un viejo cordón rojo. Lo reconocí al instante.

—Perdón por romper tu teléfono de juguete y porque quizás mi regalo sea demasiado tonto —dijo con una sonrisa tímida y entonces lo cortó con los dientes—. Pero hace un tiempo escuché sobre una antigua leyenda oriental.

Lo miré boquiabierto mientras ataba uno de los pedazos del cordón a su propio meñique.

—Una que dice que un hilo rojo conecta a aquellos que están destinados a estar juntos —siguió, y cuando consideró que el cordón no se desataría pasó a atar la otra parte en mi meñique—. No importa el tiempo, el lugar o las circunstancias, el hilo no se romperá.

Cuando Dylan terminó de atar el hilo a mi meñique, lo miré. Él me devolvió una mirada, aunque nerviosa, llena de amor.

—Creo que fue este hilo el que nos unió cuando éramos niños y, a pesar de todas nuestras peleas y todos nuestros miedos, nunca pudimos romperlo —dijo—. Fue más fuerte que nosotros. Y estoy seguro de que será más fuerte que cualquier cosa.

Entonces enganché mi dedito chico con el suyo y lo miré. Los dos estábamos temblando porque nuestros cuerpos no eran capaces de soportar la supernova de emociones dentro de nosotros.

—¿Me estás diciendo de que esto es una promesa del dedo chiquito? —pregunté con una sonrisa nerviosa.

—Una promesa de que siempre estaremos juntos —respondió y luego me besó. Un beso tan pequeño y ligero como el aleteo de una mariposa que podía crear un huracán.

Nunca fui de creer en leyendas y esas cosas. Pero quizás...

Sí fue el destino lo que nos unió.

O tal vez sólo fue un par latas de metal y un hilo rojo.

¡Hola, linduras! No se preocupen que esto aún no termina

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

¡Hola, linduras! No se preocupen que esto aún no termina. No, señor. Todavía nos queda un último capítulo, pues todos queremos saber qué pasará con el par de bobos. 

Y hago una nota antes del último capítulo porque en este aparecerá la tan misteriosa melodía que compuso Bastian. Pero como yo no sé tocar el piano ni componer, la tomé prestada, pues cuando la escuché por primera vez supe que era la indicada. Lo que quiero decir es que sientan como si la canción del epilogo fuera hecha para ellos dos, ¿sí?

Ahora, sin más preámbulos, los dejo con el final de Dylan & Bastian...

Dylan & BastianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora