37 - Bastian

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Enero del 2006


Después de que nuestros padres nos encontraran dormidos con una botella de sidra en la mano, fuimos castigados. A Dyl y a mí nos prohibieron vernos.

También me prohibieron salir a jugar con Flor y Lionel o cualquier otro ser humano. Estaba bajo arresto domiciliario. Y Dylan su mamá lo obligó a salir más de lo normal. Por lo que sé, se habían ido a pasar las vacaciones a lo de sus abuelos en Córdoba.

En cuanto a mí, me pasé ese verano tocando el piano sin parar hasta que lo callos de mis dedos tenían callos. Motzar, Chopin, Debussy, Yiruma, un viejo ventilador y Pepi se habían convertido en mis únicos amigos durante esos días.

Fueron las vacaciones más miserables de mi vida.

Hasta que una noche, un conocido golpeteo llamó a mi ventana.

Dylan estaba allí. El niño que siempre seguía las reglas se había escapado de su casa y había incumplido su castigo.

—¿No tenés miedo de que te atrapen y te castiguen peor? —le pregunté desde mi cama.

—Nuestros padres dijeron que no podíamos vernos —respondió con los ojos cerrados, abriendo la ventana y dejando una de las latas de nuestro viejo teléfono—. No dijeron nada sobre no hablarnos.

Él se fue.

Pero hablamos toda la noche a través del teléfono.

Dylan & BastianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora