58 - Dylan

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Agosto del 2014


Los días pasaron sin que yo tuviera ánimos de contarlos.

Bastian y yo fuimos extremadamente cuidadosos de no volver a cruzarnos. Tampoco respondía los mensajes que me enviaba Flor y dejé de ir a los encuentros en el grupo de apoyo. Realmente no tenía ganas de seguir fingiendo que era normal. Era mejor aceptar mi miserable destino de ser un ermitaño.

Aunque me encontraba de vacaciones, me encerré en mis estudios. Volví a mi lugar seguro de números y teorías. Incluso llegué a disfrutar el fascinante trabajo de un científico llamado Lot Ratcliffe. Sin embargo, por más que mantuviera ocupada mi mente hasta que mis ojos no daban más y caía dormido sobre mis libros, mi pecho seguía doliendo.

Pero fue mi estómago quien osó interrumpir mi miserable día, devolviéndome al mundo ordinario. No encontré nada que picar* en la heladera y mamá no llegaría sino hasta tarde de una sesión fotográfica. Así que no tuve más opción que ir al chino* que quedaba frente a mi edificio. (*Comer un bocadillo /*supermercado chino)

Ir hasta allí ya no me causaba tanto nerviosismo como cuando era pequeño y habría sido un viaje por comida chatarra habitual de no ser porque me topé con el papá de Bastian entre las góndolas.

—Oh, Dylan, ¿cómo estás? —me saludó amablemente.

—Bien. Con hambre nomás —mentí, alzando el canasto del súper lleno de bolsas de papitas que llevaba.

—Eso no se ve saludable —opinó con una sonrisa—. ¿Qué te parece si te invito una pizza?

—Pe-pero ¿su familia?

—Ah, Juli y los chicos fueron al cumpleaños de una familiar, como yo salía tarde del trabajo no pude acompañarlos. Pero no me gusta comer solo.

De ser otra persona lo hubiera rechazado inmediatamente, pero el tío Víctor era lo más cercano que yo había tenido a un padre desde los cinco años. Y cuando ponía esa cara de cachorrito idéntica a la de Bastian, era difícil negársele.

Así que fuimos a la pizzería de la esquina y pedimos una fugaza especial, lo cual no era mucho más saludable que unas papitas. Pero admito que se sentía bien socializar con alguien después de tanto tiempo.

Al principio hablamos de cosas triviales y ordinarias, pero entonces...

—Mi hijo y vos se pelearon, ¿verdad? —preguntó tío Víctor haciendo que me atragante con mi porción de pizza—. Tu cara me dice que sí —dijo con una sonrisa pasándome un vaso de gaseosa*—. Bastian ha estado bastante molesto y desanimado estos días y la música de su piano... ¡Dios! Parece el llanto de un gato endemoniado. (*soda)

—Ni idea, no lo he escuchado —comenté intentando quitarle importancia. Desde nuestra pelea me la he pasado con auriculares a todo volumen las veinticuatro horas. Nada de música clásica.

—Parece una pelea seria —comentó.

—Algo así como que para siempre —respondí jugueteando con la pajita de la gaseosa. (*sorbete)

—¡Ah, la pucha! Hacía mucho que no tenían una pelea de "para siempre" —exclamó divertido. A los adultos siempre les parecían entretenidas las miserias adolescentes—. ¿Te acordás la última vez que se pelearon feo?

—Ni me lo recuerdes —refunfuñé arrugando el ceño—. Todavía me siento mal por eso.

—No fue tu culpa. Son cosas que pasan —contestó amablemente.

Dylan & BastianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora