Día 20: Justicia Personal

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Luego de tres meses recluido en mi cuarto, pude al fin ir a clases. Pensé que las cosas seguirían igual, que aquel accidente no tendría repercusiones, tan solo que me equivoqué. Luego de una muerte, nada puede volver a ser lo mismo.

Tan solo al entrar a la Scuola Bianchessi, sentí las miradas acusadoras de todos los alumnos, como si ellos supieran algún secreto que yo no. Imaginé que sería normal, que no pasaría a mayores.

Grande fue mi sorpresa cuando al entrar a mi salón, vi mi puesto repleto de basura, restos de comida, fruta putrefacta y un hedor insoportable. Al acercarme pude ver que habían escrito en mi pupitre:

"Primero Francisca y ahora Vicente"

¿Quién fue? ¿Quién se había atrevido  a hacerme semejante humillación?

Mis compañeros de curso me veían amanazadoramente, como si sus miradas dijeran que se vengarían de mí, que la muerte de Bosch no quedaría sin justicia.

A estas alturas mi padre ha movido todas sus influencias y gracias a ello, la teoría de legítima defensa ha cobrado validez. Nuestros abogados están seguros que ganaremos el caso y que nadie pagará con cárcel. Quizás eso le duele a estos pendejos, porque suponen que yo tuve algo que ver.

Claro que no me iba a quedar de brazos cruzados. Los encaré debidamente.

-¿Quién fue? - pregunté sin titubeos.

Nadie respondió. Seguían viéndome como matones de feria.

Son muy estúpidos. Todos unidos parecen una jauría furiosa, pero separados, jamás podrían conmigo.

-¿Acaso fuiste? - me acerqué al más grande de mis compañeros, ese con músculos hasta en los dedos.

No le temo, es un imbécil más tonto que yo. Lo empujé con fiereza, una y otra vez hasta tenerlo contra la pared.

-Si no eres capaz ni siquiera de hablarme, no vengas a mirarme feo... Ustedes no saben nada de lo que ha sucedido, así que no se crean detectives ni Robin Hoods en búsqueda de justicia... Y todo quien quiera decirme algo, que me lo diga en la cara... - como era de esperar, nadie dijo palabra alguna. Agacharon la mirada y se fueron a sus asientos.

Fui donde las señoras del aseo y les ordené que limpiaran mi pupitre, no iba a fingir que estudiaba con ese olor nauseabundo.

-Nosotras no limpiamos el desastre que estos hijitos de papá hacen... Si quiere limpiar, hágalo usted mismo... - me respondió una de las ancianas.

-Va a tomar la puta escoba y va a hacer su trabajo.. De lo contrario haré que mi padre le diga a la señora Bianchessi que la despida... ¿A su edad la van a contratar en otro lugar? - estaba muy enfadado y no iba a permitir que nadie me pasara a llevar.

Cuando todo estaba limpio, me senté en mi puesto con la frente en alto e intimidé a todo aquel que quisiera juzgarme.

Cuando murió Francisca sucedió lo mismo, todos querían lincharme, aunque fue Vicente quien me defendió.

Si hay algo que debo agradecerle al rubio, es que me enseñó a defenderme, a saber cuánto valgo y no dejar que nadie me pisotee.

ADVERTENCIA: La belleza es peligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora