Día 36: En mis términos

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Elena leyó detenidamente el documento donde Leonardo Almeida le entregó parte de su empresa a mis padres. Esa fue la prueba máxima para comprender que todo lo que les había dicho era verdad.

-¿Cómo creen que alguien podría regalar sin más la mitad de una empresa? Es obvio que está tratando de pagarle por algo... Por quedarse callado por ejemplo... - mencioné frente al silencio tormentoso que se había generado.

-¿Quieres decir que intentamos hacer justicia con la persona equivocada? Pues... De todos modos la apuñalaste, eres igual de culpable y debiste pagar por ello... - prosiguió la profesora, incapaz de reconocer su error.

-Fue un accidente, nunca quise dañarla... En cambio todos ustedes siempre quisieron hacerme daño... Fue con intención que me envenenaron, mis padres vendieron mi integridad por dinero... Queriéndolo así... Si hay algo que me hace mejor que ustedes, es que los errores que he cometido han sido un accidente. En cambio ustedes querían simplemente dañar... ¿O me equivoco? Hay una diferencia entre delito y cuasidelito... ¿Quién de nosotros tendrá más pena en la cárcel? Déjeme responderle que yo ni siquiera entraré al calabozo... - me levanté del sofá y caminé lento hasta llegar frente a los ojos de la mujer, quién de a poco bajaba la guardia y reconocía su debilidad, su estúpido error.

Bajó la mirada y el silencio reinó nuevamente en aquella sala. Ambos no podían creer que cayeron en la trampa de Verónica, que estuvieron ayudando a la verdadera asesina de Francisca.

-¿Qué podemos hacer para remediar el daño que te hemos hecho? - terminó de culparse la profesora.

-Arrodíllate... - miré fijamente a Elena.

Casi me asesinan, por seguir una estúpida venganza con una pista falsa y el orgullo es lo primero que quería destruirles.

-¿Cómo dices? - preguntó asombrada.

-Arrodíllate frente a mí y bésame el zapato... ¿O prefieres que los denuncie a la policía? Intento de asesinato y... ¿Qué más? Ah sí, usurpación de identidad... - miré a Borja, ése que en realidad es Víctor.

Aquello bastó para que la vieja ésa se agachara y pisoteando todo su orgullo, besó mi zapato. Estaba a mis pies, bajo mis deseos, ahora ellos me pertenecen y tendrán que obedecerme si no quieren que sea yo quien destruya sus vidas.

Cuando la profesora terminó con su parte, Víctor quiso seguirle, solo que en ese momento le detuve.

-No, no quiero que te arrodilles... Tú me las pagarás de otra forma... - tomé su mentón con mi mano y le amenacé directamente a los ojos.

Me separé de ambos y comencé a caminar por la sala, como un guepardo intentando asustar a sus presas, jugando con sus nervios. Finalmente me detuve y les encaré.

-Ustedes me van a ayudar a destruir a Verónica... ¿Quieren venganza? Pues yo se las daré... - luego de eso me marché, dejándolos atónitos, ansiosos por saber qué es lo que les depara a mi lado.

Salí victorioso, el primer asalto resultó un éxito e iba feliz. Caminé por la calle donde vive Elena, dispuesto a pedir un taxi, cuando fui interrumpido por una figura conocida.

Daniel me estaba esperando a la salida de la calle. Su mirada demostraba fragilidad, estaba asustado como si yo fuera la muerte y estuviera caminando en su búsqueda.

-Me tenías preocupado, ¿qué estabas haciendo con Borja? ¿Te hicieron algo?... ¿Estás bien? - me revisó como si fuera su hijo, buscando quizás alguna herida.

Me reí por sus actos, estaba feliz, la victoria tiene un sabor delicioso.

-¿De qué te ríes? - el rubio cambió su expresión, se había enojado.

Quise explicarle lo que había logrado, solo que no tuve oportunidad. De pronto me abrazó tan fuerte, tan cálido, como nunca nadie lo había hecho.

-Me tenías muy preocupado... - susurró en mi oído.

ADVERTENCIA: La belleza es peligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora