Día 68: Visitas

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No lo pude resistir, tenía que ver a Víctor y saber cómo se encontraba. Jamás se me pasó por la cabeza que se entregaría, mucho menos para hacer justicia por mí. Éramos aliados, pero no estaba obligado a ser leal a mí incluso después de mi supuesta muerte.

Días después de mi llegada a casa, me escapé de Consuelo, quien me está cuidando siempre.

Debo reconocer que salir a la calle solo, como antes, me hizo sentir extraño. Todo a mi alrededor parecía salir de una película de ciencia ficción, y es que me había acostumbrado a estar encerrado, en el sótano o en el hospital.

Cuando llegué a la cárcel, todos me quedaron viendo. Aunque ya no esté igual a cuando me escapé, las personas puedes reconocerme y por eso, habían muchos que se detenían para contemplarme.

Traté de no pensar en ello e ir directamente con los encargados de las visitas.

-¿A quién desea ver? - preguntó el oficial, quien tan serio como un Moai, me miraba al otro lado del escritorio.

-A Víctor Lamarca... - respondí.

Para mi suerte, no hubo ningún inconveniente para verle. Esperé en una habitación pequeña y fría, gris como el concreto y decorada tan solo por una mesa con dos sillas. Detrás de mí estaba un oficial de gendarmería, el mismo que luego abrió la puerta para dar paso al reo.

Víctor se detuvo tan solo al verme, jamás imaginó tenerme allí.

-Tú... Tú.... ¿Estás vivo? - se sorprendió de tal manera que todo su cuerpo parecía paralizado.

El muchacho no sabía de todo lo sucedido, tal parece que nadie le había avisado.

-Vaya, parece que no lees los periódicos... - intenté cambiar el ambiente con una broma.

Lamarca se sentó frente a mi y me observó detenidamente, todavía sin poder creer que estuviera allí, hablándole.

-¿Qué te sucedió? ¿Por qué te fuiste?... ¿Qué son esas cicatrices en tu rostro? ¿Qué te hicieron? - hablaba sin detenerse, sediento de verdad.

-Es difícil de contar, pero... Fueron Leonardo y Verónica los que me secuestraron, tal como hicieron con mi madre... Todo es tan enredado, que ni siquiera yo comprendo muy bien todavía... Lo único de lo que sí estoy seguro, es que él está ciego y en la cárcel, y que a su hija la están buscando por cielo, mar y tierra... - dije en resumen y es que no quería hablar sobre ese tema.

El chico comprendió y no hizo más preguntas, aunque se notaba su incertidumbre.

-¿Por qué lo hiciste? - cuestioné después de un momento.

-¿Qué hubieras hecho tú en mi lugar? Habían matado a la persona que amo, debía vengarme de ellos... Era obvio que algo te habían hecho, jamás creí que te hubieras suicidado... - trató de tocarme la mano por sobre la mesa, pero de inmediato el oficial a mi espalda, se lo impidió.

-Les diste un golpe muy fuerte, quizás si no lo hubieras hecho, ellos no se habrían distraído y yo no hubiera podido escapar... - sonreí al decirle mis conjeturas.

-Podría ser egoísta y pedirte que me esperes, que no veas a otros hombres hasta que yo pueda salir y así intentar conseguir tu corazón... Pero... Sé que aunque saliera ahora mismo de la cárcel, tú no me amarías, porque alguien ya ocupa ese espacio en tu pecho... Ahora lo único que me haría feliz es saber que tú lo eres... Prométeme que lo serás, que no seguirás buscando venganza y que te enfocarás en perseguir tu dicha... - aunque no podía tocarme, pude sentir todo el calor de su afecto a través de su mirada.

Supongo que he estado más sensible, porque al escucharle hablar de esa manera, no pude evitar llorar. Unas lágrimas se escaparon de mis ojos y recorrieron todo mi rostro hasta morir en mi barbilla.

-¿Cuántos años arriesgas? - pregunté, como si quisiera seguir sufriendo.

-Mi abogada me ha dicho que por mi confesión puedo optar a rebajar la condena... Pero cree que no serán más de veinte años... Más que mal, maté a alguien e intenté hacerlo con otra persona también... Tú... - recordó lo del veneno.

Me dolió en el alma saber que estaría tangos años tras las rejas, que saldría viejo y que toda su vida ya habría pasado encerrado en un calabozo.

-Prometo venir a verte siempre... - traté de calmar el llanto.

-No hagas promesas que no podrás cumplir... Solo sigue viviendo y no sientas culpas, solo estoy pagando por mis errores... Me lo merezco... - sonrío, aunque sus palabras fueran duras.

Salí de la cárcel muy triste, aunque Victor tuviera razón, su destino no dejaba de dolerme.

Mientras caminaba por un parque para distraerme, vino a mi cabeza que tal vez Leonardo también estaría en la cárcel en esos momentos. Y en vez de sentirme aliviado por la justicia, sólo pude llenarme de rencor, y es que tras todas las fechorías que ha cometido, no hay sentencia que le haga pagar por todo.

Por ese motivo, visité a Antonio Palmer en sus oficinas. No quería que Daniel me viera, que supiera sobre aquello que le pediría a su padre.

-Que sorpresa, no pensé que me visitarías tan luego... - fue lo primero que me dijo, parándose de su asiento en la gran oficina principal de la Torre Palmer.

-Vengo... - quise hablar, tan solo que él me detuvo.

-Lo sé... Quieres que te ayude a vengarte de quiénes te dañaron... Y lo haré, siempre cumplo mis promesas... - mencionó como si leyera mi mente.

La confianza en sus ojos me dejó tranquilo, porque conozco su poder y sé que es mi mejor aliado en este momento. No soy la persona buena, quien ha sufrido y ahora es un ángel. No, lo siento por todos quienes me quieren, pero no voy a apaciguar la sed de venganza que ha crecido en mi interior. No descansaré hasta ver a esos dos de la misma manera en que me dejaron.

ADVERTENCIA: La belleza es peligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora