Día 49: Son ellos amantes

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Todo iba bien, pensé que tenía la situación bajo control, pero solo ahora me percato de quiénes son en realidad mis enemigos. Jamás imaginé que estuviera enfrentándome a aquellos monstruos.

A espaldas de Leonardo, comencé a averiguar sobre los otros negocios de la familia Almeida. Si hay algo que aprendí de mi relación tormentosa con Vicente, es que a cada quién hay que atacarle en lo que más posee. Por él competí con la belleza, con el cuerpo y es que jamás he visto a hombre más guapo en la tierra. Y ahora que debo destruir a Verónica, debo partir por la persona más importante en su vida, con su padre y quien es tan millonario, que ha dedicado toda su vida a los negocios. Por eso, decidí que debo ser más inteligente que él y destruirle en su propio terreno. No me basta con llevarlo a la cama, eso es para púberes y mujerzuelas, yo debo ser más astuto y hacer algo que ninguna otra pareja del gran Leonardo, haya podido lograr.

Para eso me valí de los contactos que poseía mi padre antes de irse a la cárcel, contacté a aquellos hombres que solía ver en cenas de negocios durante mi infancia. Muchos son leales a la familia Pfeiffer y por eso decidieron apoyarme en lo que quisiera, aun cuando el gran economista don Agustín, esté ahora tras las rejas. 

-¿Qué es lo que necesitas hijo?- me preguntó uno de esos empresarios, un anciano de cabello cano y barba abundante.

-Necesito que me informe de todos los movimientos que realice el grupo Almeida, incluso antes que se materialicen... que me diga qué acciones quieren comprar, cuáles venderán... en qué industrias quieren invertir... Necesito ser sus sombras.... yo sé que este es un mundo muy cerrado y que todos ustedes saben de estas noticias... ¿cree que pueda ayudarme?- mencioné convencido.

Si hay algo que aprendí de mi padre, es que la economía no es más que un vecindario, que todo se mueve por los chismes y que muchas veces, los negocios no prosperan por culpa de la duda, de la incertidumbre de los negociantes. Y eso mismo es a lo que quiero apelar.

-¿Qué significa esto?- llegó un día el padre de Verónica a mi cuarto, con una carpeta de documentos en mano.

-Debo suponer que ya te informaron que vendí mis acciones en Fisher and Oldman, ¿o me equivoco?- sonreí al poder leer en su mirada.

Efectivamente vendí aquel patrimonio, y podrán pensar que estoy loco, que era mi mejor arma para atacar a los Almeida, y pues, por eso mismo lo hice. Estaba demasiado expuesto, era evidente que atacaría desde aquel negocio. Y si hay algo que quiero utilizar, eso es la sorpresa.

-No quiero que el dinero sea un impedimento en nuestra relación... Leo, yo... te amo y no quiero que tengas dudas de mis sentimientos. No estoy contigo para vengarme de tu hija, o para aprovecharme de tu riqueza... Quiero estar contigo, porque ya no puedo dejarte...- le abracé fuertemente para susurrar en su oído aquellas palabras que ya había planificado.

Me mencionó que esperó mucho para estar conmigo y si es así, significa que hay un sentimiento, aunque sea un motivo egoísta, que le obliga a estar a mi lado. Decidí arriesgar todas mis posibilidades en esa idea. Intentaré hacerle creer que le amo, que ha logrado sus ambiciones, porque no hay peor peón que aquel que se encuentra enamorado.

-Es lo más hermoso que nunca me han dicho...- respondió el Almeida mirándome a los ojos.

En ese momento me estremecí, por un momento sentí cómo su alma penetraba la mía, me sentí desnudo, desprotegido. Su ojos vidriosos evidenciaban sinceridad, pureza, como la mirada de un niño confesándole su amor a una rosa. ¿Acaso puede alguien fingir tan bien? ¿O es posible que en realidad haya creado algún sentimiento por mí?

Intenté sacarme aquel pensamiento de mi mente por largos días, sin poder lograrlo. Hay tantas cosas que me gustaría saber de aquel hombre, cosas que realmente me inquietan. Por Dios, que es el padre de la mujer más desquiciada que he conocido, no es posible que sea una buena persona. Es imposible.

Estaba obnubilado en ello, cuando el chofer que me llevaba en carro me avisó que habíamos llegado hasta el edificio corporativo de Industrias Grimaldi. Fui vestido de acuerdo a la ocasión, con una tenida importada desde Milán, zapatos de cuero turco y un sombrero inglés. Aquel era mi primer negocio, y espero que el inicio de muchos otros que me llevarán a la grandeza.

Industrias Grimaldi fue uno de los tres grandes conglomerados de la nación. A la cabeza siempre han estado los Palmer (de donde provienen Daniel y sus padres), los Lancáster (un gran clan familiar, de donde se puede mencionar a Renato Bolingbroke e incluso, a mi madre) y por último, una de las familias fundadoras del país, los Grimaldi. Lamentablemente esta familia cayó en desgracia después de ciertos accidentes que fueron públicos para todo el país y que ahora, han logrado que toda su fortuna se haya dilapidado. Están casi en la bancarrota y no hay nadie que quiera ayudarles. Nadie hasta mi llegada.

-Señor Pfeiffer, es un placer tenerle aquí... Me agrada mucho que quiera ser parte de nuestra industria...- mencionó el gerente general del conglomerado.

Obviamente no compraré todo el grupo empresarial, tampoco recaudé mucho dinero al vender las acciones de Fisher and Oldman, pero sí me alcanzará para hacer una carrera en Grimaldi, y lograr de a poco hacerme con todo su patrimonio. ¡Eso lo prometo!

Todo había salido a la perfección, estaba iniciando mis negocios y llegué contento hasta la mansión. Entré con cuidado y sin que nadie me notara, debía guardar en un lugar muy secreto aquellos papeles de Grimaldi, no quería que alguien de esa familia supiera de mis planes. Subí las escaleras con cuidado y mientras caminaba por el pasillo principal vi en el suelo algo que me pareció familiar. Se trataba de una camisa, me pareció extraño verla frente al cuarto de Verónica, así es que solo me agaché para recogerla.

Fue en ese momento que me percaté lo que estaba sucediendo, porque al quedar cerca de la puerta de la recamara, escuché ruidos provenientes de su interior, ruidos que conozco muy bien. La sola idea de pensar que aquella alocada idea fuera realidad, me produjo un fuerte escalofríos, uno que recorrió todo mi cuerpo. Intentando controlar mis nervios, abrí lentamente la puerta, aunque solo un poco para que me dejara saber lo que sucedía, mas no para ser descubierto.

Y fue en ese momento que todo el mundo se me vino encima, había imaginado cosas horrorosas de Verónica, pero jamás pude siquiera llegar a pensar que escondiera un secreto tan sucio, tan espantoso.

Ahí estaba, frente al cuerpo desnudo de la Almeida, la muchacha de cabellera oscura y profundos ojos azules. Estaba observando su cuerpo sudado, su expresión placentera y escuché también los gemidos que producían los ires y venires incesantes del hombre con quién compartía el lecho. No pude contener mis lágrimas, esas que no fueron de dolor, o por lo menos no de uno que conocía hasta ese momento. Aquella escena había impactado tanto mi corazón, que quedé petrificado frente a esos amantes, a esos cuerpos que de sangre son solo uno, porque aquel hombre que frenéticamente incursionaba en el cuerpo de Verónica no era nadie más que Leonardo, su propio padre.

ADVERTENCIA: La belleza es peligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora