Día 38: Lo que sucede al anochecer

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Como todos los días, mis padres se levantaron temprano y antes que yo tomara desayuno, se marcharon de la casa. No les importó que fuera mi cumpleaños, ni siquiera quisieron fingir un poco de cariño hacia mí. Para ser sincero ya no me molesta, hace mucho tiempo se han comportado así, hace mucho tiempo que ya no son mis padres.

Entré a la cocina y Consuelo me abrazó muy fuerte.

-Feliz cumpleaños mi niño...- me dijo al oído, mientras me entregada todo su calor.

Fue gratificante sentirla, pensé en ese momento que era la única persona en este mundo que es capaz de quererme, la única que no me ha dañado. La mujer me preparó un pastel y eso desayuné.

-¿Consuelo?... ¿Tú me quieres?- pregunté mientras probaba la tarta.

-Claro que sí... Eres como un hijo para mí...- sonrío la morena.

-Y... ¿siempre será así? Si de pronto hago algo malo, algo para defenderme pero que puede dañar a otros... ¿seguirás queriéndome?- un nudo se formó en mi garganta y es que pensar que podría perderle me afectó demasiado.

-Si es para defenderte... creo que no podría juzgarte... ¿Por qué me pregunta eso? ¿Hay algo que esté planeando?- sentí cierta inquietud en su tono.

Negué con la cabeza. No, no quería involucrarla en todo esto, prefiero que se quede aparte, que no se manche con la suciedad en la que me han envuelto.

Asistí a clases como todos los días, aunque no estaba concentrado. No sé si fue la falta de sueño o los nervios por no dejar de pensar en lo que haría en la tarde. Estuve toda la jornada distraído.

Estaba solo en el patio durante un recreo, contemplando las montañas nevadas en el horizonte, cuando escuché unos gritos detrás de mí. Volteé sorprendido, miré a mi alrededor pero parecía que nadie había escuchado lo mismo. Observé con detenimiento, a mi espalda estaban los estacionamientos, un lugar frío y oscuro que solía utilizar con Vicente. No lo pensé dos veces y fui en búsqueda de aquellos gritos.

-¿Cómo pudiste decirle la verdad? ¿No ves que ahora se vengará?... ¡Nos has destruido a todos!- escuché unos susurros, unas voces débiles intentando ocultarse.

Estaba cerca de dos personas discutiendo, así es que me oculté detrás de un auto. Agachado agudicé el oído, necesitaba saber de quiénes se trataba, aunque un presentimiento me golpeaba el pecho. 

-Tú eres la culpable, deberías pagar por lo que hiciste...- apareció una voz de hombre, la que fue apagada por una bofetada.

No tenía que ser un genio para darme cuenta que se trataba de Verónica y Alonso, discutiendo por lo que él me había confesado hace unos días. 

-No vuelvas a decir eso... Ella se buscó ese final. Siempre haciéndose la mosquita muerta, la buena, cuando en realidad era una zorra de lo peor... Acuérdate muy bien de lo que soy capaz, porque si decides ayudar a Valentín y confesarle a la policía todo lo que sabes... Tendrás el mismo final...- la voz de Verónica parecía distinta, muy lejana a la entonación de niña sin cerebro que siempre demuestra. No, en ese momento era vil, cruel y sumamente inteligente.

-¿Me estás amenazando?- respondió Alonso ofuscado.

-Te mataré... No me vuelvas a  traicionar, porque o sino... acabaré con tu vida con mis propias manos...- sentenció la ojiazul antes de marcharse. 

Me quedé unos minutos ahí escondido, no quería que nadie me viera salir de los estacionamientos. 

¡Mierda! La Almeida no parece ser tan estúpida y es que la forma en que habló me sorprendió. Tuve que reconocer que era sagaz, más que mal, ha ocultado sus fechorías todo este tiempo sin levantar sospechas. No debo subestimarla, es más fuerte de lo que aparenta.

Tenía la cabeza hecho líos, aunque de todos modos llegué a mi departamento a planear mi gran golpe, esa misma noche haría justicia con mis padres. Gracias a mi desgracia se hicieron más ricos y ya es hora que me devuelvan lo que me pertenece.

Con la ayuda de Consuelo, preparé una cena de cumpleaños, con un gran pastel en el centro, adornado con las velas de mi edad: 18.  Tres puestos es lo que presupuesté, yo en la cabecera. 

La hora de la verdad llegó, y esperé en mi puesto, intentando serenarme. Mis padres llegaron juntos, se quitaron sus abrigos y entraron a la sala. Desde allí vieron las luces de las velas encendidas en el comedor. Caminaron en mi encuentro y se sorprendieron al verme en aquel lugar.

-Cumpleaños feliz... Te deseamos a ti... Feliz cumpleaños Valentín... Que los cumplas feliz...- canté antes de apagar las velas.

Caminé para encender las luces y acercarme a aquellos adultos que quedaron impresionados con mi actuación.

-¿No se acordaron qué días es hoy? Pues, yo les ayudé un poco... Y miren, en vez de hacerme un regalo, preferí regalarles algo a ustedes... Tomen, espero que les guste...- dije fingiendo alegría, para después entregarle a cada uno una carpeta decorada con una cinta de regalos.

Incrédulos, don Agustín y doña Ada abrieron su regalo, quedando completamente pasmados al darse cuenta que esos documentos eran los que traspasaban casi la mitad de Foster and Oldman a sus manos. La misma fecha en que se realizaban los juicios por la muerte de Francisca. 

-Después de esas escrituras, hay un Contrato de Dación en pago... Ustedes me entregaran todas esas acciones para pagar la deuda que tienen conmigo...- Sentencié sin vacilaciones.

Acaricié el rostro de ambos antes de proseguir.

-De lo contrario tendré que llamar a un amigo para que entregue en este mismo momento estos documentos a la policía... ¿qué prefieren? ¿Entregarme esas pocas acciones o ir a la cárcel?- cambié mi rostro alegre por uno más serio. 

No estaba jugando, los había descubierto y era hora que me pagaran de una vez por todas.

ADVERTENCIA: La belleza es peligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora