Día 41: Alonso

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¿Qué estaba haciendo Verónica en lo alto de la Torre Palmer? Se suponía que ella estaba enojada con Alonso, ¿por qué ahora estaban juntos? Era obvio que estaba planeando algo, que me estaba tendiendo una emboscada.

No iba a dejar que se saliera con la suya, ni muchos menos que le hiciera algo a mi testigo clave. Aunque existía la posibilidad que el moreno no se encontrara allí, también podía ser que si lo estuviera y no iba a correr un riesgo tan grande. Terminé de subir por el ascensor y llegué a la azotea. Abrí la puerta, para ser golpeado con el viento nocturno que me atacaba con su frialdad. A lo lejos vi dos siluetas, dos personas alejadas entre sí, se trataban de Verónica y Alonso.

-Hasta que por fin llegas, pensé que no querrías ayudar a tu amigo...- señaló la Almeida al percatarse de mi presencia.

Recuerdo la mirada del moreno, no podía creer que hubiera ido, estaba completamente nervioso, había algo que él sabía y que yo no. 

-¡Vete! Tú no tienes nada que ver en esto...- gritó el chico, sin poder cambiar su expresión. 

-¿Qué sucede aquí? Vamos al grano, por favor... ¿qué están planeando?- terminé con la ambigüedad, necesitaba claridad en aquella situación tan enredada. 

Lo único que recibí fue una carcajada de la desgraciada esa, quien de pronto sacó una pistola de entre sus ropas, sin inmutarse, como si estuviera acostumbrada a ello. 

-Si quieres saber qué sucede, pues te lo diré... Hoy morirá alguien aquí, ¿y sabes? No seré yo...- me apuntó con el arma, dándome a entender que pretendía acabar con mi vida. 

-Eres muy estúpida, te estoy demandando, ¿no crees que sería muy extraño que justo me encontraran muerto?- no demostré debilidad, no iba a hacer evidente mi miedo. 

-Muy buen punto... aunque... ¿tú crees que me importa? Si de todos modos iré a la cárcel ¿o no? Qué importa una muerte más entonces...- por fin se había quitado la máscara y demostraba esa mirada visceral, repleta de odio.

Verónica se mostraba como un animal, como una gacela hambrienta, sonriente al saber que pronto probará bocado. No era odio ni ira lo que se desprendía de sus ojos, sino que placer, una sincera felicidad por destruir a otros, por clavar sus colmillos en la presa.

-¡No lo hagas!- gritó Alonso, interponiéndose entre nosotros.

El moreno se convirtió en mi héroe, quería protegerme, incluso arriesgando su vida para conseguirlo. Finalmente la chica no disparó, aunque tampoco bajó la pistola.

-Ay, ya sé... tengo una excelente idea, una en que todos salimos ganando...- sonrío de alegría, como si realmente fuera un momento entre amigos, un instante relajado.

-¿Quieres salvar la vida de tu amante? Pues entonces graba en este celular lo que te voy a indicar...- y se acercó a Alonso para entregarle su propio celular, ese por el cual me llamó mientras subía por el ascensor.

-Yo, Alonso de Souza les hablo el día de hoy para pedir disculpas, porque me he arrepentido. Sé que los errores que he cometido no tienen perdón, y por eso haré esto... Confieso que fui yo quien asesinó a Francisca Lamarca, la amaba y no podía permitir que estuviera con mi mejor amigo, Vicente... Me cegué y sé que estuve mal, por eso... hoy acabaré con mi vida en el punto más alto de la ciudad, en la cima de la Torre Palmer...- es lo que Verónica le decía al oído a Alonso, y aquello que él repetía para grabar su voz en el celular. 

Escuché aquellas palabras y entendí todo lo que había planeado la ojiazul. Me hizo ir hasta aquel lugar para chantajear a Alonso, para incitarlo a que se lanzara de la azotea. Nunca fui yo su objetivo y como un imbécil, casi en su trampa. 

-No lo hagas Alonso... ¿Qué quieres Verónica? ¿Quieres que desista en tribunales? Entonces lo haré, pero no lo obligues a acabar con su vida... ¿acaso no tienes corazón?- intervine en la escena, estaba desesperado, no podía creer que el moreno moriría por mi culpa.

-Ay por favor Valentín, ya es muy tarde para arrepentimientos... además, ésto es magnífico... Ya nadie creerá que soy yo la asesina, sino que el difunto Alonso... ¿Quién puede desmentir la nota suicida de un muchacho consternado?...- se burló de mi desesperación.

-Ya es hora... tírate por la baranda, de lo contrario...- gritó la Almeida, para luego apuntarme nuevamente con la pistola- de lo contrario será Valentín quien muera... ¡Apresúrate!- no tuvo compasión. 

Mi mirada se conectó con la de Alonso, a quien le veía completamente destruido, llorando a mares. Lentamente caminó hasta el barandal, aquel límite que nos separaba del abismo. Quería salvarlo, mi pecho palpitaba furioso y mi garganta se contraía con furia. Hubiera sacrificado todo lo que tengo para sacarle de aquel lugar e impedir que terminara así con su vida.

-Te amo... por favor, eso nunca lo olvides...- me dijo el moreno justo antes de cerrar los ojos y lanzarse desde trescientos metros de altura.

Esa noche, en aquella oscuridad, un muchacho acabó con su vida en el mismo lugar donde muchas otras personas lo habían hecho, donde cuántos otros terminaron con sus esperanzas y sueños por culpa de la presión. 

Fue como si mi vida se hubiera paralizado, como si aquella caída hubiera durado una eternidad, y nos hubiéramos perdido en un bucle. Fue tanta la tensión, que mis piernas cedieron y caí al suelo como un costal. Nunca imaginé que todo hubiera acabado de esa manera, jamás imaginé que mis planes para hacer venganza fueran a acabar con la vida de Alonso. ¿Qué culpa tenía él? Si lo único malo que hizo en su vida fue amar, amar a quienes le destruyeron. Primero a Verónica y luego a mí. La vida no es justa, la vida es cruel y tal parece que no estoy hecho para subsistir a ella, porque con una sola jugada, la Almeida logró destruirme, porque sí, estoy completamente desbastado. 


ADVERTENCIA: La belleza es peligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora