Día 63: Atrás

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-Cuando te lo diga, tendrás que correr lo más fuerte que puedas... Corre hasta la cocina, coge un cuchillo y amenaza a todo aquel que se te ponga por delante... Llega hasta la entrada y abandona esta porquería.... Eres muy joven para morir aquí....- me lo dijo con toda convicción Marcela hace un par de días.

-¿Qué? ¿Estás loca? No te voy a dejar aquí.... Si he de escapar, lo haré contigo...- le respondí de inmediato, y es que estoy harto de ver cómo el resto se sacrifica por mí.

-Yo ya estoy vieja, ya no importo.... Además, ¿de qué forma vas a escapar? Necesitas de alguien que detenga a quien nos venga a visitar... por eso, debes estar atento cuando solo venga Verónica o Leonardo sin compañía... ¿De acuerdo?- insistió la anciana.

-No.... No.... no quiero ver morir a alguien que quiero nuevamente...- la abracé fuertemente mientras comencé a llorar.

-Ni yo, cariño... por eso te lo ruego, cuando puedas... Huye... Prométeme que lo harás...No soportaría perderte como sucedió con Leonor...- me susurró al oído.

Ante aquella insistencia, ante el latir cálido de su pecho, no tuve otra opción más que prometer dejarla allí, a su suerte. Y es que su muerte sería obvia, nuestros verdugos siempre ingresan con un arma en los bolsillos. A veces logro identificar, gracias a la luz de la luna que se cuela por el orificio del techo, una pistola en el bolsillo de Leonardo. Incluso Verónica suele ser más directa, porque entra con el arma en sus manos y nos habla siempre apuntándonos con ella.

Luego de esa conversación, mis días transcurrieron más agónicos que de costumbre. Cada sonido en la puerta de acceso, me hacía imaginar que venían nuestros carceleros y que de ser solo uno de ellos, debería cumplir mi promesa, mientras escucharía a mi espalda a Marcela sacrificándose como una vez lo hizo Alonso, o incluso, quien ahora sé fue mi madre.

Para nuestra desgracia, todas las visitas siguientes, durante cerca de dos semanas, fueron en pareja. Tanto el padre como la hija bajaron hasta el sótano para burlarse de nosotros, golpearnos como se les hizo costumbre, aunque algo cambió después de saberse la verdad. Percibí cierta distancia entre ambos, ejercida más bien por Verónica. Supongo que el saber que es adoptada, no le sentó para nada bien y es que, quiera o no, le gané en eso tan solo al nacer. Soy yo el verdadero heredero, el nieto del difunto magnate Adolfo Fisher y no ella, quien siempre se vanaglorió de su sangre privilegiada, cuando en realidad no es más que la hija de un campesino hambriento. 

De cierta manera, me aliviaba cada vez que les veía entrar. Anhelaba que siempre fuera de esa manera, para que así Marcela no iniciara aquel estúpido plan. Dentro de mi desesperación, comencé a preferir seguir en aquel sótano, antes que perder a la única persona en este mundo que me quiere de verdad. ¿Qué haría sin la anciana? En los meses de cautiverio se convirtió en mi mejor amiga, en mi confidente, en una especie de abuela, de madre, sin quererlo, era todo mi mundo. Nunca nadie me había querido como ella, no por lo menos después de Leonor. 

¿Acaso Eunbyul me quería tanto? ¿Entonces por qué no me buscó? ¿O aquellos chicos que decían amarme? Víctor no me ha buscado, ni siquiera Daniel. ¿No es el hijo del hombre más poderoso del país? Para él sería fácil encontrarme, y aún así, seguía encerrado como un perro, como una bestia en lo más oscuro de una cueva húmeda y sucia.

Ya a esa altura, dormía abrazado a Marcela, sin importar nuestros cuerpos desnudos, ni nuestro hedor. Y ahí estuve yo, destruido por completo. El cabello se me había caído a pedazos y ahora solo tenía unos cuantos que en nada llenaban la cabeza. Mi piel cubría los huesos, no había rastros de músculos. El color de ella era amarillenta, cubierta de suciedad y excremento. Mis uñas estaban negras, partidas e irregulares. Varios dientes se me habían caído producto de las golpizas. Al levantarme no podía erguirme, me había atrofiado. Y aun así, estando en aquel estado deplorable, lograba ser feliz tan solo con el tacto de la anciana, con sentir sus manos acariciando mi cabeza. 

ADVERTENCIA: La belleza es peligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora