Día 39: Comienza la guerra

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Soy mayor de edad, he cumplido los dieciocho años y con ello, he recibido un regalo enorme, porque desde ahora soy dueño de casi la mitad de Fisher and Oldman. Mis padres terminaron cediendo a mi chantaje y me entregaron el activo más grande que poseían. Tampoco es que hayan quedado pobres, tienen muchas otras propiedades, tan solo les he arrebatado aquello que ganaron mediante mis lágrimas y mi desesperación. 

-No puedo creer que nos hagas esto...-comentó don Agustín cuando firmaba las escrituras de cesión. 

-No puedo creer que hayas engañado a tu hijo por dinero... Valentín, eres un asco... Valentín, nos avergüenzas... No querido, son ustedes quienes me dan lástima...- y eso que todavía no he terminado con ellos, porque una nimia firma no será suficiente para sentirme vengado.

No, ellos no han pagado todavía lo que me han hecho, esto recién empieza y ya se darán cuenta que con Valentín Pfeiffer nadie juega.

-¿Qué haces?... No se te ocurra hacer esto, no es el momento para hacerlo...- me dijo por teléfono Víctor.

Después de legalizar los documentos que mis padres firmaron, me dirigí a los Tribunales de Justicia, para interponer una demandas. Cuando estaba en la entrada de aquel edificio enorme, de piso marmolado y columnas talladas finamente, llamé al falso Borja para contarle que estaba a punto de denunciarlo por intento de asesinato y usurpación de identidad.

-Dijiste que tenía que destruir a Verónica, que de esa forma no nos harías nada...- el feo sonaba asustado, impresionado con mi actuar.

-Sí, y mis palabras siguen en pie... Ah, pero que tonto fui... es que en ningún momento te dije cómo me ibas a ayudar... Te cuento, vas a tribunales con Elena, cuentan todo lo que saben sobre Verónica y así hacen justicia... ¿no es lo que querían? Pues yo también... justicia por todos quienes destruyeron mi vida y en especial, quien intentó asesinarme aun sabiendo lo que sentía por él...- no pude contenerme y hablé desde lo más profundo de mi corazón.

-Te amaba... te lo dije sin importarme nada, dejando de lado a Vicente y a mi mejor amiga.... Eunbyul terminó pagando las consecuencias por haberte elegido... y aún así, utilizaste mis sentimientos para atraerme hacia mi muerte... ¿y con qué intención? Solo para proteger a una asesina, a una ramera que te encegueció... Eres lo peor que me ha pasado en esta vida, Víctor...- escupí la oscuridad que guardaba en mi corazón.

¿Cómo? ¿Cómo pudo jugar conmigo de manera tan cruel? Él es... es la primera persona de quien me enamoré verdaderamente. A Vicente le quise por su físico, era un capricho de niño. En cambio, a Borja lo amé de verdad, de esa manera en que nada te interesa, en que los límites de la belleza, el dinero y la clase social son invisibles. Le amé con sinceridad, y él solo quería destruirme.

-Sé que me equivoqué contigo... ¿qué quieres que haga? ¿cómo puedo remediarlo?- preguntó desesperado.

-Di la verdad cuando te lo pregunten... solo eso...- y colgué de inmediato.

Estaba con mi abogado, un hombre joven que contraté en uno de los bufetes más reconocidos de la capital. Él me ayudó con todos los asuntos legales que debía desarrollar para proceder con las demandas. Pedí que se reabriera el juicio por la muerte de Francisca Lamarca, el que todavía no ha prescrito y del cual tengo pruebas irrefutables que existieron vicios. Por otra parte, realicé una demanda por cuasidelito de asesinato en contra de la profesora Elena y de Víctor Lamarca, con los antecedentes de mi doctor y el testimonio de Daniel, podré conseguir mi propósito. 

-Supongo que esto no es por despecho, ¿no es cierto?- me preguntó el abogado después de cortar la llamada con Víctor.

-En parte sí, pero después de leer todas mis pruebas... ¿crees que es relevante todavía mi relación con ese imbécil?- me ofusqué con el profesional, porque ahora no estamos hablando de mi amor por el falso Borja, sino que de asuntos que se originaron hace mucho tiempo ya. 

El joven se quedó callado. Tras salir de tribunales lo invité a mi casa para charlar de algunos temas legales. Estábamos en la sala, viendo los documentos probatorios, cuando de pronto comienzo a tocar su pierna. Él estaba sentado con las piernas abiertas, como la gran mayoría de los hombres. Su muslo se veía trabajado, duro y grande como un roble. 

-¿Qué haces?... ¿Para esto me elegiste?- el abogado sacó mi mano de su pierna y me encaró.

-Sí... me gustaste mucho en el bufete, todos tus compañeros son horribles...- respondí con sinceridad.

Y es verdad, el hombre es muy atractivo. De cabellera negra, piel pálida como la nieve, lleva una barba muy bien cuidada y corta. Sus ojos son grandes y expresivos, su mandíbula fuerte mientras que su voz es grave, tanto que llega a derretirme cada vez que me dirige la palabra. Es más alto que yo y eso ya es decir bastante, su cuerpo es trabajado, no tanto como el de Vicente, pero se nota que hace ejercicio. 

Seguí posando mi mano en su pierna, acercándome cada vez más a su entrepierna, observando el nerviosismo del joven.

-Solo necesito un poco de cariño... ¿Acaso no te parezco atractivo?- susurré en su oído, bajando el cierre de su pantalón.

No recibí respuesta, y es que no era necesario. Seguí con mi juego, llegué a su ropa interior, a aquella tela delgada que escondía la carne ardiente que poco a poco se erigía. Con mis dedos lo masajeé con delicadeza, a la vez que le besaba los labios. El juego siguió hasta que supe que su falo estaba completamente erguido. En ese momento me arrodillé frente a él, desaté la correa para luego desprender su pantalón.

Quedé frente a su desnudez, a su belleza masculina. Mis labios lamieron los dedos de sus pies, y poco a poco subieron, besé sus muslos y lamí el camino que me llevaba a su pasión. Introduje su pene en mi boca y lo succioné son vehemencia, mientras acariciaba sus piernas.

No hubieron palabras, solo gemidos y el sudor de nuestros cuerpos uniéndose en la pasión. Era la primera vez del abogado con otro hombre, pero nunca me demostró su inexperiencia. Desde mis encuentros con Vicente que no sentía la potencia de un macho, la candidez sofocante de un animal sediento de placer. Me penetró con fiereza, embistiéndome sin compasión ni arrepentimiento. Mi cuerpo estaba a su merced.

-Detente... Para... ¡Vicente, para!- grité en un momento, cuando comencé a sentir como la sangre escurría por mis piernas.

-¿Quieres que me detenga putita?... Entonces por lo menos apréndete mi nombre... porque no soy Vicente...- solo en ese momento me percaté que le había confundido con mi amante fallecido.

Su esencia me repletó las entrañas, dejándome debilitado, ensangrentado y casi sin respiración. Lo que fue placentero se convirtió en una tortura, una de la cual el abogado se sentía orgulloso.

-Si quieres un poco de cariño, no dudes en buscarme...- sonrío el joven antes de marcharse de mi casa.

Quedé tendido en el sofá de mi sala, con un sentimiento que hace mucho no percibía, con el arrepentimiento de haber cometido un error. ¿A quién le debo fidelidad? Si estoy soltero... Vicente se ha muerto y a quien amo intentó asesinarme, entonces... ¿a quién pertenece mi corazón?

ADVERTENCIA: La belleza es peligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora