Día 67: Reencuentro

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Finalmente salí del centro de salud. Supongo que mejor a como entré, y es que, tras meses de tratamiento, mi salud se ha recobrado.

Mi cabello rojizo ha crecido, más rojo que antes, como si se tratara de fuego ardiente sobre mi cabeza. Mi piel ha vuelto a ser clara, con vida, aunque por todos lados tengo huellas de los maltratos a los que me sometieron, cicatrices que tendré por el resto de mi vida.

Un dentista recobró mi sonrisa y con prótesis logró cubrir todos esos espacios vacíos que las golpistas habían generado.

Tal vez pueda parecer como si hubiera regresado a ser como antes, todo mi cuerpo está así, tan solo que algo cambió y no volverá a regenerarse.

¿Cómo puede arreglarse una vasija rota? Aunque se peguen todas sus piezas, jamás será como antes. Prueba de ello, son mis ojos, esos orbes grises que ahora parecen más oscuras, sin brillo. He de suponer que la infancia se ha acabado y que ahora Valentín es un adulto. Quizás el brillo de mis ojos no se ha ido, solo ha mutado a uno más astuto, que se esconde cuando se encuentra en peligro.

La persona que me fue a buscar fue Consuelo, la mujer que siempre ha estado a mi lado, la única que me ha querido desde que era un niño. La misma que después me confesó que Leonardo la había despedido, aludiendo que tras mi supuesto suicidio no tenía nada que hacer en la mansión. No quería que descubriera la verdad y me ayudara a escapar.

-Pensé que no te volvería a ver jamás... - fue lo primero que dijo antes de abrazarme.

-Te ves tan bello... - me susurró al oído, casi sin poder hablar y es que el llanto se le había atorado en la garganta.

-Eso ya no me preocupa, puedo ser feo y no sufriría... - mencioné respondiendo a su comentario.

Es extraño, pensé que un reencuentro de esa manera me afectaría, lloraría tal como hizo aquella mujer, tan solo que nada de eso sucedió. Sólo me quedé parado recibiendo su afecto. Sentí su calor y eso me reconfortó, mas no nació pena de mi corazón, tal vez ya no queda en mi interior.

Consuelo me llevó hasta el departamento de mis padres. Me dijo algo que nadie se había atrevido. La sentencia de mis padres fue ampliada debido a los agravantes de mi secuestro, el que ellos conocían. Por eso se les quitó el beneficio de presidio domiciliario y ahora cumplen su pena en la cárcel.

-No puedo creer cómo dos padres pueden hacerle tanto daño a su único hijo.... - mencionó en el ascensor la mujer.

-En realidad no son mis padres.... Soy hijo de la esposa de Leonardo, él me entregó a los Pfeiffer para que ella cumpliera su promesa y se suicidara... - confesé algo que nadie más sabía aparte de aquellos que estuvimos en ese calabozo.

Consuelo quedó sorprendida, no podía entender cómo alguien me había hecho tanto daño, incluso desde mi propio nacimiento.

Ingresamos a la casa en silencio, ella parecía estar meditando lo que mi confesión significaba, mientras yo veía el hogar donde nací y que ahora veo tan lejano.

No sé la razón, pero mi cuarto estaba intacto. El mismo edredón, la ropa en mi closet, mis fotografías. Me detuve a contemplar cómo era antes, y me encontré con un niño malcriado, con un mocoso engreído que nada sabía del mundo. Muy bello, pero vacío. ¿Había sido feliz de esa manera? Ya no lo recordaba.

-Sé que no te gustan, pero te he preparado una sorpresa... Ven conmigo... - Consuelo ingresó al cuarto y con una sonrisa me tomó la mano.

Le seguí hasta el comedor. Una luz tenue dejaba ver el pastel que estaba en medio de la mesa. Las velas ardían impacientes, tal como quienes estaban viéndome desde las sombras.

-¡Felicidades! - gritó Eunbyul, sonriendo alegremente y corriendo para abrazarme.

La coreana me apretó con todas sus fuerzas por un largo tiempo, casi me dejó sin aliento.

-Nunca creí que te habías suicidado, sabía que no serías capaz de rendirte tan fácil... - me susurró al oído.

Su calor me reconfortó. Hace mucho tiempo que no sentía afecto, estaba seco y de a poco, con el cariño de quienes estaban allí reunidos, fui recobrando la lozanía de mi corazón.

-Debo confesar que yo sí... Sufrí mucho al saber que habías muerto... - apareció Daniel detrás de mi amiga.

En ese momento mi pulso se aceleró, estaba frente a mí el chico con quien soñé todo este tiempo, con quien imaginé una vida juntos.

Dejé a la coreana y corrí a abrazar al rubio. O eso quise, porque sin darme cuenta, le besé apasionadamente.

Hace tanto tiempo que no besaba, que aquel ósculo me pareció mágico. O tal vez fue porque besé al hombre a quien amo. No fueron mis labios los que le tocaron, sino que todo mi ser se fundió en aquel acto. Estaba tan contento de verle, de imaginar que quizás todas mis fantasías podrían realizarse.

-Creo que esto es incómodo... - escuché la voz de don Antonio.

El padre de Daniel también había ido a recibirme y al ver cómo besaba a su hijo, hizo una pausa.

Recién en ese momento abrí los ojos y vi el rostro de mi amado. Estaba completamente ruborizado, paralizado, aunque sus manos se posaran en mi cintura.

-Lo siento.... No sé qué me sucedió... - dije apenado.

-Ay, para qué te disculpas.... Si Daniel también quería besarte, solo habla de ti.... - comentó riendo Eunbyul.

Las luces se prendieron y todos nos sentamos a la mesa. Consuelo había preparado todo un banquete para celebrar mi recuperación, como si aquel día hubiera sido mi cumpleaños.

Vi a todos los presentes con cariño, aquellos rostros que imaginé no volver a ver jamás. ¿Qué es la vida sin seres queridos? ¿Para qué escapar del infierno sin tener a nadie a quien visitar?

La cena se celebró con normalidad, hasta que un rostro vino a mi mente.

-Esperen.... ¿Dónde está Víctor? ¿Todavía está en la mansión Palmer cumpliendo su sentencia? - pregunté preocupado.

Supe que algo no andaba bien, porque todos se vieron a los ojos antes de contestar.

-Valentín... La verdad es que... Cuando supo que te habías suicidado, decidió tomar justicia con sus propias manos y declaró en contra de Verónica. Confesó que fue él quién mató a Vicente, pero que ella había ideado todo... Yo testifiqué a su favor.... La Almeida ha estado prófuga desde antes de tu huida...- reveló Eunbyul sumamente seria, cambiando su ánimo de pronto.

- ¿Está en la cárcel? - Pregunté de inmediato, y es que, aunque sé que es culpable, me duele mucho saber dónde se encuentra.

Así me enteré que esa desgraciada estaba prófuga desde hace mucho tiempo. En ese momento comprendí por qué no estaba en la mansión cuando escapé. Cada vez siento más rencor hacia ella, ¿cómo una persona puede hacerles tanto daño a otros? Lo único que ahora anhelo es poder atraparla y hacerla pagar por todas sus fechorías. 

ADVERTENCIA: La belleza es peligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora