Día 64: El exterior

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Lo primero que pensé tras detener a mis amigos fue en el monstruo en el cual me habían convertido. Sentí un fuerte peso sobre mis hombros y es que había acabado con la vida de muchas personas.

¿Qué sería ahora de mí? Un asesino debe pagar por sus fechorías, probablemente la justicia me llevaría a la cárcel, donde pasaría el resto de mi vida.

Al voltear y encontrarme con Marcela, todo cambió en mi cabeza. La vi herida, frágil y completamente destruida, eso le habían hecho aquellas bestias y quienes acababa de asesinar, sabían muy bien el macabro secreto que escondían los Almeida.

No, yo no soy el victimario, sino que la víctima. Fui yo quien estuvo encerrado por meses en un sótano, pudriéndome en vida, conviviendo con mi excremento, con gusanos y moscas que serían los primeros en probar mi carne tras fallecer.

No, ellos no eran inocentes, sabían todo y aún así trabajaban para Leonardo. ¿Qué clase de personas son capaces de obviar el sufrimiento ajeno?

Luego de abrazar a Marcela, decidí salir del sótano, todavía quedaba un demonio suelto. ¿Dónde estaría Verónica? Tal vez querría atacarme desprevenido una vez saliera, por lo que escapé con el arma apuntando a cualquier amenaza. El mayor de los Almeida se quedó en la oscuridad, gritando del dolor por haber perdido los ojos.

Para mi sorpresa, nadie apareció para detenerme. Caminé por la cocina desordenada, todavía con los muebles volteados y la puerta forcejeada tras la invasión de la servidumbre que poseía la mansión.

Mi piel sucia, mis huesos visibles, se hicieron presentes en la sala de la casona y a lo lejos contemplé la cúpula, aquella estructura debajo de la cual estuve a punto de casarme. Todo había comenzado en ese lugar, un par de meses antes. Por dios, si me viera a mí mismo en aquel momento ni siquiera podría reconocerme, ya no queda nada del muchacho a quienes todos alababan por su belleza. Mi reflejo apareció en uno de los tantos espejos cercanos a la puerta principal, y ahí me vi perfectamente.

Lloré, no pude contener el llanto al presenciar tan claramente el espanto en el que me han convertido. Ya casi no tengo cabello, no hay carne sobre mis huesos, mi piel está cubierta solo por suciedad, estoy encorvado. Soy un verdadero monstruo.

-Deberíamos escondernos.... - escuché la voz de Marcela a mi espalda.

La pobre anciana estaba muy conmocionada y es que jamás imaginó que saldría de aquel infierno. Todo el mundo había cambiado desde que la encerraron, ahora se sentía como un extraterrestre.

-No... No me voy a esconder... El mundo tiene que saber lo que nos hicieron... - estaba decidido a mostrarme y contar todas las penurias que nos hicieron pasar.

Con dificultad, abrí la puerta principal, ya casi no me quedaban energías. El sol acarició mi piel con vehemencia, mientras hacía lo posible por enceguecerme. Di los primeros pasos hacia el exterior y poco a poco vi que se encontraba un gentío afuera de la mansión, probablemente se habían asustado por los disparos.

Pronto, fue otro tipo de luz el que no me permitió observar bien. Los periodistas se habían congregado afuera del lugar y al verme en aquel estado tan deplorable, simplemente comenzaron a fotografiar, a plasmar para siempre el momento en sus lentes.

Cualquier persona en mi lugar hubiera sentido vergüenza, pero yo no. Alcé el mentón para demostrar que estaba ahí, vivo tras todos los vejámenes a los que me habían hecho sufrir, había vencido a la muerte y la horrible silueta que enseñaba era el mejor reflejo de mi lucha.

Cuando ya estuve mejor, supe que aquellas fotografías habían dado vuelta al mundo, que prácticamente todos en este orbe supieron de mi sufrimiento.

ADVERTENCIA: La belleza es peligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora