Día 59: Matrimonio

61 14 7
                                    

Estuve a punto de cancelar la boda, solo que me retracté. Es un paso importante en mis planes, y no voy a caer en sus tretas.

Me limpié el rostro y bajé las escaleras cuando me avisaron que la ceremonia estaba iniciando. Caminé por la alfombra negra solo, obligué a mi madre a que se marchara, no tenía por qué estar allí.

En mi camino al altar, vi el rostro de Daniel. Acompañaba a la Almeida, como su novio, y es que siguen juntos todavía. Me observó con pena, no con lástima como imaginaba, sino que con tristeza verdadera. Por un momento pasó por mi cabeza que en realidad me amaba y que le dolía verme casándome con otro.

Finalmente llegué al altar y ahí me encontré con Leonardo, quien tomó mi mano y la besó como si fuera su más preciada joya.

El juez civil inició la ceremonia y toda la mansión quedó en silencio. Escuchaba las palabras de amor eterno, fidelidad, compromiso, cooperación y todas las mentiras que el hombre se había aprendido de memoria. No dejé de pensar en lo que estaba haciendo, en las consecuencias de mis actos y en lo estúpido que me sentiría si mis planes fallaran.

-Tú, Leonardo Almeida Fuentealba, ¿aceptas como tu cónyuge a Valentín Pfeiffer Lancáster? - hizo la pregunta el anciano.

-Por su puesto que sí... - sonrió el hombre, mirándome a los ojos.

-Y tú, Valentín Pfeiffer Lancáster, ¿aceptas como cónyuge a Leonardo Almeida Fuentealba? - todas las miradas se centraron en mí.

Y mi mente quedó en blanco, todo mi ser colapsó y lo único que quedaron fueron las imágenes fugases de aquellos sucesos en los que Verónica ha intentado destruirme.

Recordé la noche en que Francisca murió y tanto Vicente como yo fuimos inculpado. Aparecieron las escrituras en donde mis padres vendían mi dignidad por dinero. A mi mente llegó el recuerdo de la sangre de Vicente, de su muerte en manos de Víctor. También estaba allí mi querida Eunbyul, la que sufrió los chantajes de aquella que ha causado toda mis desgracia. Y en especial recordé el rostro de Alonso antes de saltar de la Torre Palmer para salvar mi vida.

Volteé y miré a mi enemiga, esa que me observó con odio, me estaba casando con  el único hombre en este mundo con quien no puede estar.

¿Será odio de verdad? Me pregunté en ese momento. Tal vez estaba fingiendo para que no me enterara que ellos me tenían justo donde querían, porque quizás la boda no es más que otro ardid planeado con su padre y estaba cayendo en sus redes una vez más.

Estaba a punto de arruinar mis sueños, por una estúpida venganza. ¿Acaso con eso regresaría Vicente? ¿Podría traerme a Alonso tal vez?

-¿Valentín? ¿Estás bien?... - me preguntó Leonardo y es que me quedé mirando fijamente a Verónica.

-No... No lo estoy.... - respondí volviendo mi mirada hacia él.

Solo en ese momento comprendí que no debía seguir con ese estúpido plan.

-Lo siento cariño, pero no puedo casarme contigo... Y es que tú tampoco me amas... - dije levantándome de mi asiento.

-No soy yo quien tiene que estar aquí, sino que el amor de este buen hombre... - grité frente a todos los presentes, delante de aquella gente millonaria, empresarios y cargos públicos que me observaban atónitos.

Como una luz divina, recordé el video que había grabado en mi celular. Saqué el aparato de mi bolsillo y abrí aquella grabación donde el padre y la hija se revolcaban en la cama.

-Esta es la mujer a quien ama... Ella es la perra con la que acaba de acostarse, justo antes de nuestra boda... - y le pasé el móvil a los primeros invitados que encontré. Los mismos que se lo compartieron entre ellos.

Las expresiones de asombro repletaron la sala y pronto ya todos sabían de la relación incestuosa de ambos.

-Y por eso es que no puedo casarme contigo... - le dije a Leonardo antes de marcharme con la frente en alto, habiendo humillado a aquellos desgraciados.

Fui directo a mi habitación, tenía que hacer mi maleta y retirarme lo antes posible de la mansión. Estaba en ello, cuando todo se vino a negro, luego de caer al suelo mi vida cambió por completo.

La cabeza me dolía mucho, apenas pude sentarme en el suelo y abrir un poco los ojos. La luz era escasa y lo que más me llamó la atención fue el profundo hedor que me rodeaba.

Tras un par de minutos pude percatarme que estaba en una pequeña habitación de piedra, húmeda y sumamente fría. Un as de luz se colaba por una rendija en lo más alto del techo. Nada más había en esa pieza.

Me levanté aterrado, y corrí a la puerta de metal ubicada al fondo. La intenté abrir, pero no había ninguna manija. La golpeé con mis manos y pies, grité desesperado, pero nadie fue en mi ayuda.

-No te agotes, nadie va a venir a ayudarte... - escuché la voz de una mujer a mi espalda.

No estaba solo, en medio de la oscuridad, en un rincón, apareció una figura esquelética, una mujer de cabello cano que estaba en los huesos, completamente desnuda y que apenas podía mantenerse en pie. Como pudo se acercó a mí, y en ese momento pude ver que sus piernas estaban cubiertas con escremento, el mismo que ella producía.

Intentó tocarme, a lo que yo traté de apartará.

-¿Te doy miedo?... Pues te entiendo, debo ser un monstruo... Pero no es a mí a quién tienes que temer, sino que a quien te trajo hasta aquí... Tu verdugo no soy yo, sino que que Leonardo... Te quiere muerto, pero te desea tanto que no te va a matar de una vez, sino que te extinguirá poco a poco, como lo hizo con su antigua esposa... - habló la anciana, con un tono grave, con la poca voz que me quedaba.

-¿Tú eres su madre verdad? ¿Marcela? - fue todo lo que atiné a decir.

-Y no hay día que no me arrepienta de haber traído al mundo a un ser tan horrendo como él... - terminó de decir, antes de lanzarse sobre mí.

Pensé que se había desmayado, estaba asqueado por su hedor, pero no fue así, y es que la mujer me estaba abrazando.

-Disculpa si te doy asco, pero hace tanto tiempo que no sentía el calor de otra persona, que necesitaba abrazarte... - y todo mi mundo se derrumbó con esas palabras.

Caí rendido al suelo, lloré desesperado y es que ese era mi final, estaba en la prisión secreta de la mansión Almeida y allí me habían dejado para que me muriera poco a poco.

ADVERTENCIA: La belleza es peligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora