Día 83: En el paraíso

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No tuve palabras que decir, todo fue inesperado. ¿Quién iba a imaginar que eso ocurriría? Es demente hasta para la persona más optimista.

Solo saludé a las cámaras, para luego bajarme del escenario y dirigirme directamente al interior de la Torre Palmer. Caminé por los pasillos de mármol hasta encontrar el ascensor. Me subí en él y marqué el número más alto que encontré, tal vez la azotea me haría aclarar mis pensamientos.

El viento me golpeó con fuerza tan solo al llegar, todo mi cabello se arrebató y mi piel se enfrió de inmediato.

Es increíble imaginar que la última vez que estuve allí fue cuando Verónica obligó que Alonso se suicidara. Mi corazón se contrajo aún más tras aquel recuerdo. ¿Qué será de su alma? ¿Habrá podido descansar en paz el único hombre que me ha amado de verdad?

Siempre me pregunto qué hubiera sucedido si no me hubiera topado con Verónica y su maldad, tal vez ahora seguiría con Vicente, intentando conseguir su amor. Quizás me hubiera dado cuenta de la bondad de Alonso y lo hubiera elegido, ahora estaríamos juntos, formando una familia. Sin embargo, nada de eso ocurrió.

Suspiré profundo cuando llegué al barandal por donde el muchacho se lanzó, donde le vi por última vez con vida. Y tal como si se tratara de un fantasma, apareció a mi lado Daniel.

-¿Estás pensando en él? - me preguntó sin siquiera mirarme, posando sus brazos en el mismo metal helado.

-¿En qué más debería pensar? - fue todo lo que le dije, tratando de salir del impacto que me produjo verle.

Un silencio incómodo se produjo en ese momento. ¿Qué debía decirle? ¿Tenía que tratarle mal por la "prueba" que me hizo atravesar? ¿Retarle por haberse casado con esa mujer? ¿Burlarme de él ahora que ocuparé el puesto de su padre? Preferí callar, esperar a que él siguiera platicando.

-Felicidades... - dijo de pronto, volteando y mirándome por fin.

Contemplé nuevamente su cabellera rubia, lo único que se mantenía intacto. Su rostro parecía más alargado, más cuadrado, había dejado atrás sus facciones de adolescente. Su ceño permanecía fruncido como si estuviera siempre presionado. La mirada intentaba ser amable, aunque pareciera que le costara ser gentil, ya había eliminado toda bondad por mí.

-¿Felicidades? Si no he hecho nada... Todo ha sido gracias a mi padre... - suspiré para tranquilizarme.

-Ahora eres heredero de la mitad de las empresas  Palmer y dueño mayoritario del Grupo Pfeiffer... Tienes en tus manos el mayor conglomerado del país y a su vez, la tercera fortuna más grande... ¿Quién puede atreverse a combatir contigo? - vi una sonrisa en su rostro, un leve dejo de felicidad.

-¿Qué es esto?... ¿Tu rendición? - su alegría me parecía rastrera, me dolía escucharle hablar de dinero en vez de amor.

-Solo digo la verdad, nada más... ¿Acaso te molesta? ¿Preferirías que te gritara? - regresó a la seriedad.

-Me gustaría que me dijeras que lo sientes, que no querías seguir las órdenes de tu padre... Que te arrepientes todos los días como yo lo hago de las decisiones que tomé... Quisiera que me dijeras que me amas, que no puedes olvidarme... - fui patético, lo sé, pero no pude contenerme.

Ahora quien suspiró fue Daniel. Alejó su mirada de mi rostro y contempló el horizonte, aquella gran ciudad que se erigía allá abajo.

-Prefiero no mentir... Quizás me arrepiento de haber seguido las órdenes de mi papá, pero... Eso me ayudó para saber quién eres realmente. ¿Cómo iba a confiar en alguien que no puede creer en mí familia? Tú elegiste seguir las palabras de un delincuente, no yo... Fuiste tú quien destruyó lo nuestro..
¿Acaso nuestro amor no era lo más importante? - fue sereno, aunque sus palabras fueran como dagas.

-Todo lo hice por ti, para estar a tu lado... Luché todos los días para vencer a tu padre y poder recuperarte, pero nada sirvió... ¿Entonces fue mi culpa fracasar? Te he tenido en mi mente cada maldito segundo de mi vida, no puedo vivir sin la esperanza de recuperar tu amor... ¿También me quieres arrebatar eso? - lloré, no pude contener las lágrimas que deseaban brotar de mis ojos.

Me mostré indefenso, estaba con el corazón abierto frente a él, completamente entregado.

-Mierda... ¿Por qué siempre me haces esto?... ¿Por qué tienes tanto poder en mí? - parecía ofuscado mientras me veía llorar, tan solo que no lo estaba, no era odio lo que crecía en su pecho.

De pronto, su mano se alojó en mi mejilla, el calor de su palma acarició mi rostro y en vez de detener las lágrimas, solo las incrementó más, porque estaba tocando al hombre que amo, a la persona más importante de mi vida.

Tomé su mano y la besé, como si fuera él mismo, convertido en un mendigo que tiene la dicha de, aunque sea por unos segundos, acariciar el tesoro más preciado, ese que no es para alguien tan inmundo. Él era el rey de todos mis pensamiento.

No le miré a los ojos, no quería que se espantara y alejara de mi su brazo. Lo único que deseaba en ese momento era que el tiempo se detuviera y quedarme con él por la eternidad.

Lo que vino después jamás lo imaginé, ni siquiera en el sueño más brillante que he tenido.

Tal como yo besé su mano, Daniel llevó sus labios a los míos y me transportó a lo más alto del cielo, a un paraíso del cual todavía no puedo regresar.

ADVERTENCIA: La belleza es peligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora