3: La bestia fémina

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La Reina de LoudRia volvía al cuarto de sus hijos para darles las buenas noches. Aún estaba algo preocupada por ellos, a pesar de que sus cortesanas le habían afirmado que los pequeños estaban más animados y un poco más felices. No les creyó, y es que cómo hacerlo, si los príncipes no eran ni la sombra a lo que fueron durante el tiempo en el que El Rey estuvo con ellos.

«Te espero con ansias esposo mío. Tus hijos y yo te necesitamos sano, salvo y con nosotros.»

Pero en cuanto se adentró en la habitación notó un verdadero alboroto; Lucy se peinaba el cabello afirmando tener el cepillo de Rapunzel, Sara discutía con una cortesana por la existencia de la magia negra y blanca respectivamente, Margaret no quería quitarse aquellos zapatos que tanto se parecían a los de La Princesa Misteriosa, y Emil corría de un lado a otro lanzando su espada de madera mientras afirmaba que eran las sorprendentes flechas de Robin Hood.

Sonrió notablemente al ver a sus hijos felices y juguetones; justo como eran antes de la partida. Pero hizo un leve carraspeo para mantener el protocolo de reina e inmediatamente las cortesanas se formaron frente a ella con las cabezas agachadas.

—Cuanto lo sentimos, mi reina. Los pequeños príncipes han estado bastante exaltados la noche de hoy —se excusó Megara con cara de vergüenza.

—No se preocupen, muchachas. Han hecho un excelente trabajo por hoy... Yo me encargo del resto. Vayan a descansar.

Las cortesanas salieron de la habitación y La Reina tranquilizó a los niños luego de colocarles los pijamas.

Hubo una serie de reflexiones acerca de sus respectivos comportamientos y al poco tiempo los cinco estaban sobre las camas unidas; recostados y preparados para el relato de la noche.

—Madre sigue la historia de Robin Hood, estaba a punto de pelear contra El Lobo Albino cuando me quedé dormido —soltó el pequeño Emil aún con la espada de madera en mano.

—¡No! Un momento —dijo celosa Lucy—. Es necesario que termines la historia de La Princesa Misteriosa, ¿Qué ocurrió con su zapatilla? ¿El Príncipe Egoísta pudo encontrarla?

—Yo quiero escuchar qué ocurrió con Blancanieves. Dijiste anoche que se dedicaría a averiguar de quién era el cepillo que le peinaba... Rapunzel, creo que así se llamaba la dueña —abordó emocionada Margaret.

La Reina se quedó en silencio mientras sonreía colectivamente y sus hijos la miraban esperando la continuación de aquellas fábulas entrañables que le habían contado.

—A mí me inquietan muchas más cosas, como por ejemplo el hecho de que El Príncipe Egoísta haya exiliado a Blancanieves e incluso que se haya quedado con la zapatilla de cristal que según tú, madre, tiene el brillo más poderoso sobre la tierra —Sara asumió madura pero prematura—. Creo que nos debes varias explicaciones a los cuatro, o mejor dicho; cuatro explicaciones distintas, lo cual asumo serán cuatro relatos diferentes, ¿Se te ocurre algo para satisfacernos a todos?

La niña tenía carácter y su madre lo sabía, «igual que su padre. Veo que no le ha perdido pisadas en cuanto a genialidad.» Le sonrió como asumiendo que ocultaba algo, pero volvió la mirada, tomó su respectiva copa de hidromiel y bebió un poco para humedecerse la garganta.

—Esperaba guardar este relato para una fecha un poco más especial, pues este, de entre los demás, es uno de los más maravillosos en la gran historia...

"He llegado a saber, ¡Oh hijos míos! Que cuando La Princesa Misteriosa cayó al río, la corriente la arrastró hasta lo último de su cauce. Fluyó golpeándose con palos y piedras mientras el agua se le clavaba en las amígdalas para acortarle la respiración, terminó entre las espumas de una enorme catarata y cuando recuperó sus fuerzas salió a las llanuras de la Tierra Salvaje.

Cuentos de Luz OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora