Par de ojos se internaron en la habitación. Y los caballeros, las cortesanas y hasta La Reina, sintieron como les clavaban una mirada escrutadora. Los niños apenas se dieron cuenta de que alguien los estaba observando, pero los adultos se sintieron incómodos, y aún más con la actitud de la elegante mujer.
La madre se levantó de la cama en la que estaba, caminó apresurada y cerró el portal.
«Hay una mujer que no ha dejado de mirar —se dijo inquieta y sin comprender el por qué—. Puede ser una lavandera fanática, una de las sirvientas y hasta otra de nuestras cortesanas, ¿Pero por qué así?»
—Mi Reina, ¿Quiere que haga una revisión? —preguntó uno de los soldados presente.
Ella dudó unos segundos, le regaló un gesto confundido y asintió. Entonces el hombre de barba crecida, salió de la habitación, no sin antes escuchar la advertencia de su consorte.
—No quiero escándalos allá afuera. Quien quiera que sea, tráela ante nosotros y que escuche el relato si así lo quiere.
En cuanto se vio cómoda nuevamente, bebió hidromiel de su copa, se sentó en el lecho de Lucy y dijo:
"La terraza del castillo negro había vivido entre las penumbras de la noche durante mucho tiempo. El silencio, el hedor y las sombras siempre habían acobijado su extensión, sus bordes y hasta las jaulas de los Monos Voladores. Pero aquella noche las cotidianidades habían cambiado.
Una lluvia de flechas caía constantemente; como si la luna las enviara desde lo profundo de las nubes. Las llamas con cuerpos hechos cenizas iluminaban el lugar. El estruendo de las catapultas y el choque de espadas, perseguían los oídos de los combatientes, y los gritos de los gigantes cercanos quebraban la soledad del cielo como una frágil copa de vidrio.
Allí también había caballeros negros; blandiendo sus armas y derramando sangre de inocentes rebeldes. Pero estos enfrentaban a una banda en particular, y es que los caballeros dorados de Riverbrook habían llegado a ese punto gracias a su líder; el príncipe David.
Los gorilas salvajes del Rey saltaban y volaban de un extremo a otro para reventar los cuellos de sus víctimas con sus propios dientes. Las piedras envueltas en fuego surcaban las cabezas de los atacantes como meteoritos enardecidos, y hombres, rebeldes y caballeros, caían de la terraza como torpes trozos de carne que se desparramaban al reventar contra el suelo.
Belle estuvo buscando a su amado desde el principio, sin utilizar un arma en específico y convirtiéndose en bestia las veces que fueron necesarias para hacerle frente al peligro. Pero no estuvo exenta de pensamientos emocionales. Estuvo siempre pensando en el recuerdo de su difunto padre, del paradero de sus tres hermanas y hasta en la latente presencia de Ceres. Por ella también se preocupó, y ni siquiera comprendió el por qué.
Mientras mordía cuellos y hacía desangrar cuerpos, estuvo siempre consciente de que debía asimilar lo que Ofelia les había dicho. Las Elegidas no lograrían derrotar al Príncipe Egoísta, y debido a ello, necesitarían proteger a sus seres queridos antes del fatídico final.
No contaron con la rebelión de sus hombres, ni tampoco con lo testarudo de sus ejércitos. Pero la joven, que ahora era más mujer que nunca antes, amaba a David; ese hombre que por mucho le quitó los pensamientos durante sus días de paz, y sus noches de extrema zozobra. Le estaba en deuda por saber que la había rescatado de algún modo, aunque a final de cuentas nada le habría servido todo ese sacrificio.
Allí estaba David; rubio, robusto y acuerpado, con ese aspecto demoledor que lo caracterizaba y un gesto aguerrido y desenfadado. Blandía la espada Vorpal que habían conseguido entre las maravillas de Shadowheart, y trataba incansablemente de derribar a los monos que volaban sobre su cabeza.
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Cuentos de Luz Oscura
FantasyUna hermosa reina se ve obligada a entretener a sus hijos, tras la partida misteriosa de su adorado esposo. Aquellos cuentos de hadas que escuchó durante su juventud, le servirán de inspiración para entrelazar algunas cosas que supo de personas que...