La Reina iba vestida de negro esa noche, y sus hijos se asustaron un poco al ver su velo, sus prendas oscuras y su corsé de pedrería opaca.
—No se asusten, hijos míos —abrió un abanico y sopló sobre su rostro con una ligera sonrisa—. Esto es para introducir la historia de hoy.
Emil y Margaret saltaron sobre sus camas para sonreír, mientras Sara y Lucy preparaban sus muñecas para ponerse más cómodas. La cortesana Megara también estaba allí, pero terminaba de servir la correspondida copa de hidromiel a su consorte.
Esa noche la chimenea estaba apagada, y la habitación solo estaba iluminada por unas cuantas velas amarillas. Había un olor a rosas silvestres, un silbido del viento entre las ventanas y algunos sonidos desde el jardín del castillo.
—Creo que debemos escuchar algo importante. Y quisiera que todos prestaran atención esta vez —La Reina se puso cómoda—. Traten de mantenerse despiertos el mayor tiempo que puedan o sino no alcanzarán a escuchar las siete historias...
Pero los niños se asombraron, Megara salía de la habitación para marcharse, y la mujer le lanzó un guiño en sinónimo de entendimiento.
—¿Siete historias? —preguntó Lucy con los ojos brillantes.
—Sí, siete historias. Siete vidas; siete hombres y mujeres que lo dieron todo por su rey, y que les fue retribuido con el brillo de la luz más oscura que jamás se haya visto en el firmamento...
"He llegado a saber, ¡Oh hijos míos! Que aquella noche nublada la luna no se veía, las estrellas estaban apagadas y la neblina arropaba cada rincón del continente con su sombrío y gélido manto.
Ese Rey al que Magbeth odiaba, y al que Arturo envidiaba; había muerto, y su hijo; El Príncipe Egoísta tomaría el trono que por derecho le pertenecía. Pero las leyes de LoudRia eran estrictas y si Nathanielle no se casaba, entonces aquella corona jamás sería suya y el trono quedaría libre y vacío para cualquiera que quisiera usurparlo.
Sin embargo, el caprichoso y temido joven estaba confiado, sabía que con su magia, su gente y su alcance, nadie jamás podría derrotarlo, pues El Oráculo se lo había dicho y lo tenía claro; nadie más que él sería grande en el mundo.
Y esa noche había una reunión en Bosque Precioso, ese cuya flora estaba hecha en cristales y demás minerales pulidos, Nathanielle Lang iba acompañado por Hilarion, mientras Bagoas les dirigía entre las brechas de la espesa bruma. Los animales no se escuchaban y el viento apenas y soplaba.
Había silencio. Un silencio intrigante y peligroso; como acechando para resquebrajar cada hueso que su ronquido hubiera podido dar. El Cazador empuñaba su hacha con nervios, mientras El Eunuco trataba de conservar el juicio entre comentarios y restricciones. No verían a personas buenas esa noche, pero al Príncipe Egoísta no le importaba, ya había trabajado con ellos cuando se convirtió en el anciano Paris, y los resultados habían sido excelentes.
Llegaron al centro de un cementerio de árboles; había trozos de amatistas, troncos de esmeraldas y topacios hechos mangos rotos. Un olor a corroído impregnó el ambiente y los acompañantes del príncipe se descolocaron un poco.
—¿Y bien? —preguntó Nathanielle clavando una mirada fiera al consejero.
Bagoas solo le hizo un gesto con las manos. Entonces siete espectros pudo ver; siete vidas, siete historias y siete desdichas. Esas siete razones por las que trabajaban para El Príncipe Egoísta, y esos siete temores por los que nunca llegarían a traicionarlo.
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Cuentos de Luz Oscura
FantasyUna hermosa reina se ve obligada a entretener a sus hijos, tras la partida misteriosa de su adorado esposo. Aquellos cuentos de hadas que escuchó durante su juventud, le servirán de inspiración para entrelazar algunas cosas que supo de personas que...