Lucy y Margaret peleaban por los vestidos de las muñecas, y La Reina y sus demás hijos solo escuchaban la discusión.
—¡Esa es la caperuza que hice para Blancanieves!
—¡Estás equivocada! —Corrigió Lucy con ínfulas—. ¡Esa es la caperuza de Belle! ¡Y en realidad, todas las cosí yo! ¡Cuando tú la tenías no era más que un trozo de tela sucia y maloliente!
—¡Pues es la mía y la quiero de vuelta! —soltó Margaret con capricho.
—¡Sobre mi cadáver, princesita!
Pero La Reina intervino apoderándose de la tela roja. La rasgó en dos mitades iguales, tomó las muñecas de sus hijas y les amarró el vestuario perfectamente.
—No me gusta que peleen —comentó tranquila—. La otra caperuza ha de estar en algún lugar... En realidad no es bueno que nadie pelee.
—Pero esa era la mía, madre —Margaret lloraría.
—Y no hay problema, cariño. Puedes compartirla con tu hermana solo por esta noche —le acarició el rostro parando la aflicción—. Te prometo una nueva para mañana.
La pequeña sonrió satisfecha, mientras Lucy le lanzaba una mirada pretenciosa. Sara detalló los rostros de sus hermanas con gesto furtivo.
—Podemos compartir ciertas cosas, todas las que queramos a decir verdad —reparó La Reina ahora regalando una sonrisa a sus hijos—. ¿Pero qué sería de nosotros si compartiéramos nuestros más profundos secretos? —Y miró con cierto aire intrigante—. A veces compartir trae confusiones; las mismas que se vuelven conflicto. Y un conflicto que abraza y se expande hasta volverse un problema incontrolable.
"He llegado a saber, ¡Oh hijos míos! Sobre un grupo de amigos inseparables; tan unidos como el enjambre de abejas y tan trabajadores como una colonia de hormigas. Estos también eran siete, siete de buen corazón. Siete pequeños, siete de barbas cómicas y siete que vestían de verde puro.
Eran siete enanos leprechauns del bosque, cada uno destacado en una rama de trabajo y cada uno con vidas cuya única unión se daba en las cenas de su pequeño hogar.
Vestían trajes galantes, sombreros curiosos y accesorios dorados. Eran rechonchos, regordetes y de extremidades cortas. De botas con suela de cuero y hebillas labradas. Con anillos, diamantes y piedras pulidas. Sentían una enorme atracción por el oro, y de hecho, trabajaban para poder ampliar su curiosa colección de monedas.
Ernie era El Guardián. Un enano pelirrojo que trabajaba en Goldville como caballero protector del Rey Arturo. Era bueno con las espadas, ágil en batalla y el más valiente del equipo.
Billy era El Posadero. Dueño del Gamba Roja, una pequeña taberna donde acostumbraban a reunirse la mayoría de los negociantes del reino. Era administrador de su local; de cabello rubio, barba larga y sombrero puntiagudo.
Spot era El Curandero. Trabajaba como ayudante del doctor Víctor Frankenstein en Endingtopia y se especializaba en las artes de la cura, las medicinas y la biología. Era el más bajo, con cierto aire sobrenatural y de barba y cabello blanco. Usaba un sombrero de pirata.
Krom era El Herrero. De todos el más robusto, el más alto y el que no tenía un gramo de pelo en el cuerpo. No usaba sombrero y acostumbraba a tener un gesto desafiante y aguerrido.
Nort era El Comerciante. Administrador del oro del Rey Midas, fuente secreta de Bagoas y el más misterioso del grupo. Su cabello era negro y su barba corta con par de pliegues abundantes al borde de la boca.
ESTÁS LEYENDO
Cuentos de Luz Oscura
FantasyUna hermosa reina se ve obligada a entretener a sus hijos, tras la partida misteriosa de su adorado esposo. Aquellos cuentos de hadas que escuchó durante su juventud, le servirán de inspiración para entrelazar algunas cosas que supo de personas que...