20: Fuera de alcance

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Ya estaba con sus hijos cuando se mojó los labios con un trago de hidromiel, se puso cómoda después de arreglar su vestido, y dijo:

"He llegado a saber, ¡Oh hijos míos! Sobre los dilemas de cierto individuo. Un príncipe enviado por Hades, consumido por el egoísmo y cuya maldad no tenía límites. Nathanielle Lang parecía tener siempre el control sobre otras vidas, ¿Pero qué sería de la suya propia en cuanto llegara al único lugar que reconoció como su verdadero hogar?

Esa noche fue la más sombría y abrupta que jamás hubiera caído sobre Cursepalace; la luna muerta, llena y ennegrecida se cernía sobre el cielo como un globo gigante y perturbador. Las estrellas eran opacadas, el cielo compungido y el ambiente consumido.

El Príncipe Egoísta iba en su carruaje negro, ese arreado por renos de pelaje plateado, y cuyo guía tenía nariz roja y destellante. Y notó enormes diferencias en su entorno, y se preocupó considerablemente por el estado de sus tierras, la dejadez de su gente y el fracaso de su consejero.

Llegó al castillo y caminó rápidamente hacia su Balcón Real, a su alrededor, las antorchas estaban consumidas totalmente y el brillo que siempre le encantó de su edificación iba opaco. Había polvo sobre su trono, su alfombra y el suelo; además de cientos de cortinas de telaraña en los rincones y el techo.

Cruzó las puertas hacia el balcón haciendo ruido, vio la estructura descuidada y mohosa, se posó justo al borde más pronunciado y observó la triste realidad del continente entero. Pensó por un momento estar en medio del Bosque Prohibido pero no era así, ese era su reino; su imperio.

La tierra estaba árida; con los árboles secos, caídos y sin hojas. Los aldeanos muriendo de lepra y peste, una lluvia de granizo pequeño y atenuado, animales muertos y destripados por pájaros carroñeros, y una nube de langostas que devoraban lo poco que quedaba de fauna viva.

La maleza venenosa iba extendida fuera de sus linderos, había mendigos y ladrones desesperados y muertos de hambre, faltaba el agua, y una penumbra casi mística, había arropado Cursepalace para evitar el resplandor del sol.

Se sintió levemente impresionado y confundido; había descuidado tanto su reino como para conseguirlo en semejante estado, ¿Qué tan mal había trabajado Bagoas como para causar tal desorden?

Nada lo molestaba más que la falta de su corte, pues le había dejado encargado con el propósito de que nada anormal sucediera. Era un castigo de la magia, prácticamente todo el continente lo obtuvo con el uso de sus poderes, ahora debía pagar y la destrucción de su más grande logro era el precio más costoso y justo.

—¡Bagoas! —llamó entre algunos caballeros negros. Calipso, Hilarion y Otniel permanecían en la sala totalmente silenciados.

El consejero real apareció cruzando la puerta con el semblante preocupado; se veía cansado y temeroso. Sabía que en todo había fracasado, se había tomado el atrevimiento de asesinar personas y masacrar inocentes aldeanos en su búsqueda desesperada de las cuatro Elegidas.

Bagoas nunca creyó que ese momento llegaría. Ya se había auto proclamado sucesor del futuro rey, a quién creía muerto gracias al Campo de Amapolas. Pero estaba equivocado, y siempre lo estuvo, con la aparición de Nathanielle, su peor pesadilla saltó a la realidad. El joven egoísta había regresado más despiadado, rencoroso e imperdonable que nunca, esta vez no le permitiría tal error.

—Mi señor, es un milagro que esté con nosotros nuevamente.

Pero Nathanielle ni siquiera tomó sus palabras, caminaba de un lado a otro en medio de la sala. Todos estaban en silencio, mientras el corazón le palpitaba con fuerza, y la ira le inundaba los sentidos.

Cuentos de Luz OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora