Aquella hermosa y voluptuosa mujer volvía a los aposentos de sus cuatro hijos pequeños, con una carta en la mano. El Rey había enviado noticias, y estaba a salvo y con vida al otro lado del continente.
Sara, Lucy, Margaret y Emil estuvieron inmensamente felices aquella noche de primavera, y la tranquilidad, el amor y la calma de La Reina se veían afables e imprudentes en su terso rostro.
Ella leyó en voz alta; y sus hijos y dos de sus cortesanas pudieron escuchar:
¡Oh Reina mía! Tú que estás con lo más maravilloso que tenemos, gracias. Gracias mil y un veces por cuidar de nuestros hijos con tu elegancia, tu bondad y tu amor eterno. Gracias por pensar en mí, por rezar por mí, y por hacer de mis senderos los caminos más seguros para retornar.
Y te amo mi Reina; y te extraño, y le digo a la luna constantemente que te recuerde cuanto te quiero, te adoro y te respeto. Porque eres mía y yo tuyo, y porque a pesar de los años, la llama de nuestro amor sigue tan humeante y viva como la primera vez que te vi.
Que los Dioses te bendigan y te colmen de alegría, que hagan de nuestra familia un nido de comprensión perfecta, y que nuestros hijos no dejen de pensar en mí; porque los amo, los extraño y los respeto.
No dejo de contar los días que restan para volver a reunirme con ustedes, porque son esa luz que han redimido mi corazón y porque tú; ¡Oh Reina mía! Eres la única en mi corazón, en mi mente y en mi cuerpo. Te extraño, y jamás dejaré de recordártelo, porque tú me enseñaste que se deben tomar decisiones, que se deben hacer ciertos sacrificios y que las buenas voluntades no deben hacerse para ser retribuidas.
Dentro de poco estaré en casa, porque sigo vivo y porque nunca antes lo había estado tanto hasta estos días.
Gabauris Moriet para todos,
El Rey de LoudRia
Los pequeños príncipes saltaron de una cama a otra sin poder contener la felicidad. Pero La Reina lloró como si de una mala noticia se tratase; como si le hubieran arrancado un trozo de alma. Y caminó hacia el balcón para estar más tranquila y sola.
Sus hijos no se dieron cuenta, pero aquellas palabras fueron tan desgarradoras y punzantes, que la mujer no pudo evitar semejante llanto. Estaba ahogada, y por primera vez en mucho tiempo, no pudo detener su enorme e impulsiva emoción.
Así como le ocurría a él, La Reina solo podía descolocarse por ese gran amor; el amor de su anterior vida, de esta y de las siguientes que vendrían. Porque se amaban y el Amor Verdadero era capaz de convertir hasta al más frío de los seres.
«Por favor, esposo mío. ¡Vuelve! —y lloraba; lloraba acaudaladamente—. Ya no son tus hijos los que te necesitan, soy yo ¡Soy yo! Te pido a gritos, le suplico a los Dioses que te regresen a mi lado... Por favor, por favor.»
Pero trató de calmarse; sus hijos se estaban dando cuenta, y el viento frío de la estación amenazaba con agitarle el cabello.
Se dio un respiro y trató inútilmente de dejar de pensar en su hombre. Se serenó, buscó un poco de agua y despidió a las cortesanas; volvía al juego de las historias.
Sara y Lucy le invitaron a ponerse cómoda entre las sábanas de las cuatro camas, mientras Margaret y Emil le atendían con algunas frutas y jugos para que recobrara las ganas.
«Los Dioses me han arrebatado un gran amor para multiplicarlo por cuatro —y vio a sus hijos esbozando una sonrisa agradecida—. Después de todo; siempre hay algo positivo dentro de las cosas que creemos negativas.»
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Cuentos de Luz Oscura
FantasyUna hermosa reina se ve obligada a entretener a sus hijos, tras la partida misteriosa de su adorado esposo. Aquellos cuentos de hadas que escuchó durante su juventud, le servirán de inspiración para entrelazar algunas cosas que supo de personas que...