Había llegado un circo al reino; de esos que La Reina no veía desde su juventud. En realidad, nunca había visto uno más allá de su carpa, porque le temía a todo lo relacionado con alto riesgo, tensión o payasos.
Pero era un poco más madura ese día, más adulta y más pensante, sabía que no había riesgos que correr, ni personas por las cuales correr... Dejó que Menelao llevara a los príncipes para que se entretuvieran un rato, pero de igual modo, no dejó de enviar caballeros camuflados entre la gente, en caso de rateros o aprovechadores.
«Supongo que ya no soy tan arriesgada como antes —pensó sosteniendo una taza de porcelana. Disfrutaba su té de las tardes—. A veces los hijos pueden volverte una persona precavida.»
Detallaba el cartel que Margaret había conseguido en los jardines del castillo. Un mimo había ido a regalar propagandas y actos cómicos para publicitar el circo, y sus hijos enloquecieron de emoción. Había una serie de letras que rezaban algunas técnicas que atraían al público, estrellas de colores verdes y azules, imágenes de personas y enanos comediantes, y una serie de letras coloridas que rezaban:
Gran Circo Secret
Con la atracción principal, nunca antes vista
EL HOMBRE LEÓN
Pero La Reina sonrió divertida; había un hombre raquítico y de apariencia sosa disfrazado de león y con la cara pintada en un torpe maquillaje.
«Hasta mi pequeño Emil le hubiera pintando mejor el rostro.»
Entonces apartó el cartel y bebió otro sorbo de té. Había recordado, o más bien, se había inspirado, con otra curiosa y atractiva historia; una que enlazaría con los relatos que había estado contando a sus pequeños. «Les gustará, solo si el hombre con maquillaje logra gustarles.»
Pero esa noche, Sara, Lucy, Margaret y Emil, hablaron durante horas sobre lo maravilloso que había sido el circo; con payasos, mimos, domadores, trapecistas, contorsionistas, animales y un arlequín que presentaba los actos más magníficos.
En cuanto al hombre león, solo pudieron recordar las múltiples acrobacias que había hecho para nunca cruzar los aros de fuego, y lo torpe que era mientras su acto se llevaba a cabo. El traje de felpa se había prendido en llamas, y por poco el hombre se hubo quemado.
La Reina rió ante la elocuencia de sus hijos, y luego de escuchar sobre la experiencia, se recostó sobre las cuatro camas que todavía permanecían juntas, arregló la falda de su vestido para ponerse cómoda y bebió un sorbo de hidromiel:
"He llegado a saber, ¡Oh hijos míos! Sobre una venganza prometida, heridas del pasado y hermanos aún perdidos. Porque las bondades de la magia se pagan con creces y porque ni siquiera el corazón más rocoso sobre la tierra, evitó ser devorado por la costumbre de los afectos.
Belle había utilizado el Reloj Dorado para transportarse junto a Scarlett. Estaban entre las praderas espesas de Isla Gaia, el único lugar de LoudRia donde la magia parecía contrarrestarse.
Había ramas vivas y puras, enredaderas y algo de musgo entre las raíces. Pero el único árbol que parecía crecer era el Endrino Majestuoso; de ese cuya corteza era inmune y aislante de la magia. Unos cuantos anfibios y jirafas pintaban el ambiente, mientras el cielo era adornado por pájaros fénix, que viajaban de un lado a otro entre llamaradas hermosas y brillantes.
Hubo silencio entre las hermanas, pues Belle había pedido a sus compañeras que dejaran a la familia lidiar con esta prueba. Después de la muerte del Panadero, ella y Scarlett estuvieron algo distanciadas, y reprochándose la una a la otra, cosas que nunca se habían querido contar.
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Cuentos de Luz Oscura
FantasyUna hermosa reina se ve obligada a entretener a sus hijos, tras la partida misteriosa de su adorado esposo. Aquellos cuentos de hadas que escuchó durante su juventud, le servirán de inspiración para entrelazar algunas cosas que supo de personas que...