23: La travesía de Robin

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Y aquella noche, La Reina, las cortesanas y sus hijos estuvieron reunidos en la habitación de los pequeños. Porque era domingo, porque las trabajadoras tenían el día libre, y porque todos querían escuchar el acostumbrado cuento de la hermosa mujer.

Sara, Lucy, Margaret y Emil se recostaron en las camas, mientras Megara, Menelao y unas cuantas mujeres más; tomaban asiento en las sillas que habían trasladado para la ocasión.

Y La Reina les sonrió alegré, rió ante las elocuencias de sus hijos y se puso cómoda, justo al lado de ellos. Escuchaba los vagos resúmenes de sus cuentos anteriores y asentía, dudaba y negaba con gestos silenciosos para que sus cortesanas tuvieran una idea mínima en cuanto a la continuidad de la Luz Oscura.

Bebió un sorbo de hidromiel; largo, pausado y con elegancia. Se acomodó la falda del vestido e hizo un gesto con las manos, exigiendo silencio. Entonces dijo:

"He llegado a saber, ¡Oh hijos míos! Sobre el ladrón más famoso de todos los reinos del continente. Ese que había robado a Reyes, que había extorsionado a nobles y que había sacado provecho de las fallas para alimentar a la gente de Roseland.

Robin Hood no había sido visto por Las Elegidas desde su altercado con La Bruja Comeniños, y desde que intentó fallidamente ayudarlas, su huella fue borrada por las leguas de LoudRia. Pero aquel día iba montando un dinosaurio carnívoro; de esos que corrían a dos patas y se alimentaban de las vísceras crudas. La gente los apodaba "Corredores", pero el doctor Frankenstein los había llamado Velociraptors.

Iba a toda velocidad; ondeando su caperuza verde y agitando las cinco bolsas de oro que llevaba colgadas al lomo de su indomable criatura. Estaba apurado, confundido y preocupado; se había perdido en el Bosque Verde tratando de ubicar la cabaña, y hasta la fecha no se había topado con algún viajero, animal o ser mágico que pudiera ubicarlo en tierra.

Su cabello iba bien peinado, sus ropas pulcras y su aljaba repleta de flechas. Su arco ahora era de Metal Doblado, ese que podía moldearse para regresar a la forma original en la que fue fundido. Tenía botas, guantes y chaleco marrón, pues había logrado comprarse ciertas ropas para estar a la altura.

Sin embargo, maquillar su apariencia no difuminaba su inexperiencia. Solo sabía que debía proteger a cierta doncella, y que regresaba a ella para saldar su deuda con El Herrero; que ahora lo buscaba para asesinarlo. Pero la amaba. La amaba más que nada en el mundo; y solo después de haber vivido tantas desavenencias pudo comprenderlo con absoluta reflexión.

Entonces la vio, era chata, larga y con un techo hecho de pastos y raíces aún frescas; tenía una puerta cuadrada y siete ventanas clausuradas por madera y arbustos. Lucía un poco más descuidada que antes, pero era ese el lugar que El Arlequín le había descrito.

Llegó a sus puertas y preguntó en voz alta; siempre empuñando su arco para evitar inesperadas sorpresas. Y Krom lo recibió entre pasos apresurados y un renqueo singular; la pelea contra El Lobo Albino lo había lastimado severamente.

—¡El ladrón! —exclamó sorprendido—. ¡¿Qué haces aquí?! ¡El Herrero ha ofrecido una recompensa de mil piezas de oro, a quien le entregue tu cabeza!

Se conocían, pues el día en el que Robin selló su trato con el misterioso anciano de Roseland, el leprechaun estuvo presente. Conocía su rostro, y aunque lo hubiera visto más harapiento; era él.

—Están buscándote en todo el continente... Y no solo él, las amigas de Blancanieves se han dividido para ubicarte, requieren de tu ayuda.

Cuentos de Luz OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora