39: La Caja de Alteración

12 1 0
                                    

La reina notó que sus cuatro hijos se habían dormido, y detuvo su relato para abrigarlos entre los cojines. Vio a sus cortesanas con ojos perdidos, mientras la observaban atentas y en silencio; como esperando cierta orden o cierta continuación.

—Bueno, ha sido suficiente por hoy. Debemos descansar —saldría del Salón de Té, pero Megara le tomó el brazo con cierta rudeza.

—Mi Reina, debe continuar la historia.

—Por favor —soltó Menelao también de pie—, suplico en nombre de ambas que termine el relato para nosotras.

La mujer las miró con extrañeza y luego sonrió.

—Está bien, las complaceré. Pero a cambio quiero que cuenten a mis hijos como concluyó el misterio de la nube verde.

Las jóvenes asintieron y volvieron a tomar asiento con evidentes ansias.

La Reina por su parte, volvió al diván, y se puso de nuevo cómoda para continuar. Bebió otro sorbo de hidromiel para mojarse los labios, se aclaró la garganta y dijo:

"Supe claramente a dónde fueron los transportados; terminaron en medio de un salón con ventanas grandes y cortinas pesadas. Había polvo, telarañas y demás objetos desgastados.

Al fondo, el trono de Riverbrook permanecía tirado en un rincón, y en su lugar había una silla más grande y esplendida; de esas bordadas en oro, con tallados de rosas y forjadas por El Carpintero del reino.

Sobre ella había una mujer de figura esbelta, busto pronunciado y caderas talladas. Tenía el cabello rubio y ondulado hasta la cintura, los labios rojos, los ojos negros y la piel áspera como arena.

Seguía vestida igual; con falda morada, un corsé blanco y un chal colorido de base gris con capucha para resguardar su rostro. Pero esta vez usaba una corona de oro, la misma que usaba Midas en vida, y tenía la Hoz de Neptuno abrochada al pecho. Era Ceres LeRange.

—¡Vaya, vaya, vaya! Miren quienes están aquí.

Nathanielle la calcinó con la mirada, mientras el resto del grupo de escondía a sus espaldas.

—¿Dónde tienes las cajas de tu hermana? —abordó el príncipe sin rodeos.

—¿Qué? ¿Acaso piensas romper la maldición? —Y La Encantadora rió mientras empuñaba una rosa con pétalos de ámbar—. Has perdido Nathanielle Lang, solo nosotras somos Reinas ahora.

Ceres parecía ser la única realmente cómoda con el cambio. Y se veía maléfica y sonriente, como si lo hubiera logrado todo en la vida.

—No me hagas repetir la pregunta.

—Si tanto las quieres, puedes pasar sobre mí...

La Bruja del Norte acercó la rosa a sus labios y pronunció cariñosamente:

Despierten amados míos. Es hora de trabajar.

Sintieron un temblor instantáneo, el suelo vibró y los vidrios de las ventanas reventaron a pedazos.

Bastaron momentos para que un centenar de criaturas invadieran la habitación, volando como águilas rapases. Eran hombres de piedra, tan fuertes y resistentes como un rompeolas, con doce pies de altura y musculatura tallada. El pecho les brillaba en un corazón amarillo; el mismo que refulgía en sus enormes ojos, y tenían manos tan gruesas que podían abrazar una cadera entre sus palmas.

Cuentos de Luz OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora