12: La historia del rey

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Los hijos del Rey volvían a estar tristes; más tristes que antes. Ahora era su madre la que parecía haberse marchado sin decir adónde y sin dar ninguna explicación. Esa tarde no merendaron, rechazaron los dulces y trataron de manera muy caprichosa a las cortesanas del castillo.

Sara, Lucy, Margaret y Emil se paseaban entristecidos a la hora de dormir, lloraban algunas lágrimas de pena, y apenas y podían contener la desdicha en sus corazones... La Reina se había apartado de ellos sin siquiera avisar, talvés para no hacerlos sufrir la agonía de la pérdida; pero los niños se sintieron traicionados, deshonrados y abandonados.

La cortesana Megara tenía la enorme tarea de llevarlos a la cama esa noche, pero apenas y conocía las costumbres de los príncipes; estaba un poco nerviosa ante sus exigencias y respiraba rápido con cada respuesta que daba. Había trabajado para los reyes desde poco antes que Sara naciera, y desde entonces se había convertido en la mejor de las nodrizas en todo el reino.

—¿Por qué no nos lo dijo? Pudo haberlo hablado con nosotros —comentó Sara como si fuera capaz de entender la situación.

—Es mejor guardarse algunas cosas, princesa. No siempre se le puede revelar a la gente todo lo que se tiene —Megara terminaba de arroparlos; había mantenido las cuatro camas unidas para que se abrazaran unos con otros.

—Extraño a mamá... Quiero que esté con nosotros de nuevo —y Emil lloró desconsolado y silencioso.

—¿Y la historia? ¿No volveremos a escucharla? —esta vez fue Lucy la que reprochó entre celos.

Megara les miró los rostros; estaban colmados de rabia, tristeza y súplicas, ¿Qué pudo haber pasado con La Reina como para apartarse del lado de sus adorados hijos? No pudo evitar compunción, remordimiento y cierta culpa. Entonces respiró profundo y se sentó al filo de una de las camas.

—Deben darle gracias a los Dioses que su madre está con ustedes —comentó tranquila—. Yo por ejemplo fui huérfana y Nathanielle Lang conoció a sus padres de la peor de las maneras.

Pero cuando Megara pronunció el nombre del Príncipe Egoísta, los niños se miraron las caras para parar; la maravilla, la fantasía y la magia les iluminaban los rostros es cuanto escuchaban de él.

—Amamos a padre y madre por igual, pero es a nuestra madre a quien muchos nos aferramos —y Megara se dejó llevar por ciertas reflexiones—. Podríamos vivir con el recuerdo de nuestro padre, pero nunca en la vida podríamos seguir sin tan solo una pista de lo que fue nuestra madre. Y los comprendo bien mis príncipes, porque sé que desprenderse es difícil. Pero comprendo más a Nathanielle porque sé que no saber es muy doloroso.

Pero el títere de Emil cayó al suelo y la cortesana despertó. Entonces se colocó de pie y dio un beso a cada uno en sus frentes...

—No puedes irte, debes contarnos las razones por las que entiendes al Príncipe Egoísta —demandó Margaret con inocencia.

—¡Oh no, princesa! No podría. Esa es una tradición de su madre; La Reina. Parecería una falta de respeto que una mujer como yo...

—Una mujer como cualquier otra —La Reina corrigió desde el marco de la entrada; con una sonrisa afable y un vestido elegante.

De inmediato, los niños saltaron de sus camas y corrieron a abrazar amorosamente a su madre. Ella los recibió con algunos besos, dulces y regalos; les dijo que había estado respondiendo algunas cartas del Rey y que no había nada de qué preocuparse; ya estaba en casa.

Cuentos de Luz OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora