La Reina volvió a sentir que alguien los observaba, esta vez a sus hijos fijamente. Detuvo el relato y miró al umbral de la puerta; nadie estaba. Se sintió un poco curiosa, pero asumió cierta actitud desafiante al percibir que sus pequeños podían peligrar.
Disimuló su pausa, luego se levantó y caminó hasta estar muy cerca de Sara, la mayor de sus hijos. En cuanto estuvo cómoda sobre la cama, pidió más hidromiel, se mojó los labios y continuó:
"Cuando Las Elegidas llegaron a los muros de Cursepalace sintieron impresión notoria. Había cadáveres, sangre, gigantes y caballeros batiendo espadas con absoluto frenetismo. Superaron el estado de las aldeas despedazadas y arribaron las puertas del castillo, en cuanto lograron traspasar el laberinto de hiedras en el jardín.
Habían tomado la decisión de separarse, pues ya que sabían que morirían, optaron por reunir a sus seres queridos y obligarles a marcharse, mientras ellas negociaban su rendición con el nuevo rey. Pero no sortearon las conspiraciones del destino, y tan pronto como llegaron; desenvainaron sus espadas para hacer frente a sus atacantes.
Aurora caminaba la entrada principal mientras se escabullía entre caballeros negros. Fue la vez que más batió su espada en toda su lucha contra El Príncipe Egoísta, y al igual que sus compañeras; iba nerviosa, dudosa y cansada. Pero estaba decidida, y un halo de valentía parecía agujerarle el corazón.
En su trayecto, pensaba en sus padres, las hadas que le vieron crecer y los seres que se habían sacrificado porque ella estuviera allí esa noche. Y pensar que de todas maneras perecería, y que ningún sacrificio habría incentivado la piedad de los Dioses.
A su alrededor habían miembros despedazados, charcos de sangre y hombres que suplicaban ayuda. Los trabajadores del castillo eran masacrados por sus rebeldes enardecidos, mientras las mujeres y niños terminaban violentados por los mordiscos gélidos de las espadas.
Afuera podían escucharse los ruidos y explosiones que producían las catapultas, mientras los muros a su alrededor parecían caerse a polvos con cada paso que daban los gigantes cercanos. Tuvo tanto miedo que no pudo evitar un par de lágrimas, su amado Hanzel estaba allí en alguna parte; peleando inútilmente contra las fechorías del Rey de LoudRia.
«Valdrá la pena, si él sobrevive —se dijo interna mientras ultimaba a un par de caballeros negros—. Valdrá la pena si al menos a él logro salvar.»
Hubo un momento en el que los muros polvorearon ante otro temblor, las lámparas sobre su cabeza cayeron como cuerpos asesinados, y se escabulló ágilmente para evitar ser aplastada. En cuanto recuperó el aliento, vio a los combatientes detenerse; como si un giro mágico los hubiera paralizado en tiempo y espacio.
Fue así pues, que los polvos de las paredes organizaron un tenebroso remolino, aparecieron algunas ratas de los rincones y las cucarachas voladoras salieron expedidas como si de piedras se tratase.
Jhael, El Espíritu del Hambre, apareció ante ella. Ese Jinete que tenía la piel tan verde como la de los sapos, y que se veía tan raquítico y necesitado como la gentuza más pobre del continente. Le regaló una mirada lamentada mientras empuñaba su bastón, y caminó hacia ella con intenciones de tocarla.
La batalla siguió, esta vez con ambos individuos ausentes. Los caballeros negros no la atacaron, pero los rebeldes apoyadores tampoco la defendieron. Era una pelea entre él y La Elegida, aquella que después de todo, seguía siendo una joven entregada a sus responsabilidades. E iba a entregarse, pero Nathanielle había reclamado su cabeza a como diera lugar, y era indispensable para el espíritu cumplir con su exigencia.
ESTÁS LEYENDO
Cuentos de Luz Oscura
FantasyUna hermosa reina se ve obligada a entretener a sus hijos, tras la partida misteriosa de su adorado esposo. Aquellos cuentos de hadas que escuchó durante su juventud, le servirán de inspiración para entrelazar algunas cosas que supo de personas que...