La primavera había llegado a su punto máximo ese día. Las flores abrían sus capullos entre coloridas escarchas, los olores se mezclaban con la delicia del aire, y las mariposas, las libélulas, las abejas y hasta los escarabajos, danzaban en el aire como bailando una hermosa canción.
El jardín del castillo estaba adornado con enredaderas, árboles y arbustos tan verdes, que podían compararse con el horizonte del mar. Los pájaros cantaban, los conejos se asomaban y las ardillas parecían sonreír. El cumpleaños de la princesa Sara era el primero en celebrarse de entre todos sus hermanos, y en aquella oportunidad se convertiría en una jovencita de doce años.
Pero ella no quiso fiesta alguna, como las que sus cortesanos solían organizar cada año de su vida. Prefirió rendir tributo a su padre con arraigada prudencia, y apenas aceptó las felicitaciones de quienes la trataban.
Para La Reina fue algo inesperado, aunque suficientemente predecible para una niña con la madurez de su hija mayor. Le apoyó en su decisión y prefirió mil veces, preparar una impresionante historia en honor a su corta vida.
Cuando llegó la hora de dormir, Emil, Lucy y Margaret estuvieron callados, pues Sara había experimentado cierta depresión ante las consecuencias de no tener una fiesta. No recibió regalos, no disfrutó de algún banquete, y tampoco pudo tener la compañía del Rey, a quien esperaba verle esa mañana dándole un beso de felicitaciones.
Para gravedad de aquello, la pordiosera y sus nueve hijos habían partido cuando aún era de madrugada, y el castillo volvió a estar inmerso en el mismo silencio que cuando se recibió la noticia de que El Rey se marchaba.
La Reina llegó a la habitación con un pastel de tres niveles, y en cuya base había doce velas encendidas para su hija. Megara y Menelao le acompañaban con hidromiel, agua y jugos de varias frutas para los pequeños. Se había horneado pan dulce y galletas de jengibre para la ocasión, además de que cada uno, incluido el principado, le habían preparado un modesto regalo a la más grande las princesas.
Las cortesanas obsequiaron maquillaje y prendas sutiles que habían comprado en el mercado del pueblo, y La Reina le había regalado algunas joyas que había usado en su adolescencia. Pero cuando fue el momento de sus hermanos, Sara quedó impresionada y con cierta decepción, pues no había recibido de ellos nada más que sus muñecas de trapo de Las Elegidas.
—¿Está todo bien hija mía?
—Si madre, es que... —Sara dudó. No quería hacer sentir mal a sus hermanos, y empuñaba las cuatro muñecas que La Reina les había hecho—. No quiero recibir estos juguetes. Son muchas para mí.
La mujer sonrió tras descubrir que mentía, entonces tomó las cuatro muñecas y las colocó una al lado de la otra.
—Imagina que las cuatro fueran una sola —le dijo—. Tú que has oído cada una de sus aventuras, piensa quizás en la posibilidad de verlas más unidas que nunca antes; en cuerpo y alma al mismo tiempo.
Sara apenas y comprendió el comentario, solo se puso cómoda; en silencio y pensativa. Sus hermanos se acurrucaron alrededor de ella, mientras La Reina bebía un sorbo de hidromiel para mojarse los labios. Al poco tiempo dijo:
"He llegado a saber, ¡Oh hijos míos! Sobre un portal con los colores del arcoíris. Uno cuyas escarchas relampagueaban como estruendosas centellas, en el que los vapores parecían tener color y dónde los momentos felices y amargos eran vividos en reversa.
Las cuatro Elegidas habían saltado al tifón que generó el guardapelo de hierro negro, pero no contaron con experimentar las reacciones ante un viaje que las llevaría más allá; a donde todo lo que habían visto y lo que habían aprendido, no valía nada más que simples y remotos recuerdos.
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Cuentos de Luz Oscura
FantasyUna hermosa reina se ve obligada a entretener a sus hijos, tras la partida misteriosa de su adorado esposo. Aquellos cuentos de hadas que escuchó durante su juventud, le servirán de inspiración para entrelazar algunas cosas que supo de personas que...