"He llegado a saber, ¡Oh súbditos míos! Sobre una guerra a la que llamaron Ragnarok, y la cual siguió cobrando vidas en todas partes del continente, aún después del príncipe que se volvió rey.
Las batallas amenazaban con hacerse perpetuas, y la magia oscura se enfrentaba a la magia blanca. Las armaduras negras golpeaban las blancas, las espadas continuaban chocando, y el ardor de las tierras, los alaridos de las bestias y las súplicas de los inocentes, eran escuchados hasta en el último rincón del Gran Reino.
Cuando Las Elegidas llegaron a las rejas del castillo, ahora derrumbado, sus caras fueron anegadas por una impresión aún más confusa y dolorosa. La gente se mataba unos a los otros, maltrataban niños y mujeres, algunos eran aplastados por los gigantes, y las flechas, espadas y lanzas, llovían como enormes agujas asesinas.
Había tanto fuego en el continente, que su cielo pasó de ser negro a rojo; tan perverso y caliente como las pailas del Pandemónium. Y había una llovizna de cenizas constantes, charcos de sangre en las calles de Cursepalace y gente suplicando ayuda entre ancianos y niños de brazos.
Aurora, Cenicienta y Belle no supieron cómo reaccionar al desastre, pues habían sido preparadas para liberar a la humanidad de la tiranía, pero nunca aprendieron a tomar decisiones después de terminar con sus responsabilidades. La única madera de líder la tenía la Bella Durmiente, pero el único hombre que habría podido controlar tanto caos, habría sido Nathanielle.
—¿Supongo que tendremos que pelear, no es así? —preguntó Cenicienta con algo de culpa.
—Tiene que haber otra manera —reparó Belle. También estaba cansada.
—Convocaré a la gente que queda, hay pocos caballeros negros y tengo más hombres escondidos en el Bosque Precioso. No tardarán en llegar —indicó Arturo ahora más seguro y valeroso.
Aurora miró a sus compañeras y trató de negarse a continuar derramando sangre. Las demás solo agacharon las miradas, se aferraron a sus espadas y se prepararon para lo peor. ¿Qué seguía después? ¿Quién sería rey? ¿Cómo encontrarían la paz que tanto anhelaban?
Pero alguien cambió las leyes del destino. Miles de aldeanos abordaron las puertas de Cursepalace, sosteniendo una vela cada uno. Su brillo significaba el amor, y la cera blanca representaba la paz en la que querían volver a vivir.
Solo había mujeres, ancianos y niños, muchos de ellos cargando niños más pequeños. Solo unos cuantos hombres se veían entre la procesión de luces hermosas, aunque el brillo de las velas resultara mucho más hermoso que el de la llamarada más grande jamás provocada.
Eran gente humilde; campesinos y limosneros casi en su totalidad. Sin embargo, un niño pecoso y de cabellos rojos, iba al frente: empuñando la vela de luz más atractiva y sonriendo ante el éxito de su propia idea para pelear en la guerra.
Temis estaba un poco más alto que la última vez, e incluso un poco más maduro que cuando El Coco intentó comerlo, pero era él; el hermano menor del Príncipe Egoísta, y esa contraparte que El Piromante había salvado de la muerte en el último momento.
Vestía con telas baratas, sencillas y harapientas, pero eso no le evitó dar pasos seguros, firmes y valerosos. También estaba descalzo, no tenía joyas y usaba un collar de piedra vieja y desgastada; la misma que su yo del futuro, le había obsequiado después de una larga conversación.
—¡Basta, por favor! —Dijo en voz alta—. ¡El Rey ha muerto y esta batalla no tiene sentido!
Los combatientes y demás personas lo miraron dudoso, pues la palabra de un pequeño no tenía mayor relevancia para ninguno.
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Cuentos de Luz Oscura
FantasíaUna hermosa reina se ve obligada a entretener a sus hijos, tras la partida misteriosa de su adorado esposo. Aquellos cuentos de hadas que escuchó durante su juventud, le servirán de inspiración para entrelazar algunas cosas que supo de personas que...