Era uno de esos días en los que los hijos de La Reina peleaban, peleaban y peleaban hasta hacer enloquecer a las cortesanas del castillo. Lo hicieron durante las meriendas, los juegos, los deberes y los paseos por los pasillos.
Volvían al asunto del Rey, y cada uno refutaba al contrario con lo que a ellos les parecían eran las razones en cuanto a la partida de su padre. Todos se equivocaban.
Su madre, quien tampoco la estaba pasando bien con ese tipo de conflictos, se reunió con ellos como de costumbre; con un vestido precioso, una actitud imponente y una copa dorada llena de hidromiel hasta la mitad.
—Es que Margaret dice que fue a una guerra, y Sara comenta que jamás volverá —contaba Lucy con lágrimas en los ojos—. No me gusta que hablen así de mi padre. Él no nos ha abandonado; nos ha escrito y está vivo, ¡¿Por qué tienen que decir semejantes mentiras?!
Pero La Reina solo la abrazó con pesar. Para ninguno en aquel enorme y silencioso castillo era buena la ausencia del Rey; por más historias o relatos que contase, eran solo niños y al final había cosas que jamás habrían podido comprender.
«Escúchala, amor mío. Pelea igual a como lo haces tú...»
Lucy estaba tan cargada que se derrumbó en los brazos de su madre, y lloró casi igual que cuando vino al mundo; con alaraques y tensiosas palabras que le anudaban la garganta.
—¿Nuestro padre regresará, madre?
—Claro que sí, cariño. Sé que lo hará —pero La Reina sonó insegura, y esta vez, su hija no le creyó.
—Ojalá pudiera ver el futuro, así habría de saber las respuestas a mis preguntas.
La mujer sonrió con un halo de ironía; sabía que los deseos podían volverse realidad.
—Supe de alguien que miró el futuro una vez —dijo intrigante—. Verlo es un gran don, pero generalmente nos enteraríamos de cosas que jamás habríamos querido saber; ni mucho menos vivir antes de su momento. Pues ni la magia en sí misma es perfecta, y siempre lleva en sus manos un precio a cambio de su trabajo.
"He llegado a saber, ¡Oh hijos míos! Sobre unas hermanas que se amaron las unas a las otras, pero cuyos destinos las hicieron las más difíciles de las rivales. El padre de aquellas niñas, quien era El Panadero de Riverbrook, también las abandonaba, y así como su unión, se separaba de ellas con una antelación melancólica y terriblemente dolorosa.
Belle llegaba a su hogar aquel día silencioso y feo. Cuando estuvo en los linderos del reino, unos campesinos a las orillas de los ríos Arcoíris y Esmeralda le contaron lo que había sucedido mientras no estuvo. La Maldición Monstruosa afectó al reino entero; pudriendo el agua y las provisiones, para hacer a sus aldeanos morir de hambre con el pasar del tiempo.
Entonces El Rey David consiguió un sembradío de bayas Fresas, de esas con puntos amarillos en su pulpa, y las distribuyó entre su gente con ayuda de La Encantadora. Pero resultó que aquellos frutos habían sido envenenados por Nathanielle, en el momento que lanzó su maldición contra ellos, y todo el que los comía terminaba en cama; con altas fiebres y tosiendo hasta hacer sangrar sus gargantas.
La maldición lograba al final reventar los pulmones de los campesinos, la gentuza y cualquier noble que comiera su deliciosa fruta. Y la muerte arropó Riverbrook con la luz más oscura de todas.
Justo, El Panadero, también había sido víctima de la desesperación causada por el hambre. Había perdido su trabajo y la gente ya no confiaba en nadie más, desde que se supo de las fechorías de una de sus hijas. Pero Belle necesitaba verlo, por lo menos despedirse de él para continuar su camino. Pues estaba en Riverbrook con dos planes a ejecutar; saber de Robin y encarar a quien fue su amado.
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Cuentos de Luz Oscura
FantasiUna hermosa reina se ve obligada a entretener a sus hijos, tras la partida misteriosa de su adorado esposo. Aquellos cuentos de hadas que escuchó durante su juventud, le servirán de inspiración para entrelazar algunas cosas que supo de personas que...