La Reina había recibido otra carta de su esposo, pero esta vez no sonaba feliz o seguro. Estaba preocupado, marchito y triste; hacía mucho tiempo que no lo sentía así, ni siquiera en su escritura.
Comprendió que su cuñado estaba muriendo; herido por una lanza que le habían clavado en la boca del estómago, y que agonizaba, gritaba y gemía durante las horas de curación.
Supo que había viajado, pero la carta no dejaba claro a dónde, ni por qué. Solo sabía que El Rey se retrasaría, porque su hermano menor se había convertido en la luz de sus ojos, y porque a pesar de los conflictos durante su niñez, nada le complacía más que protegerlo; gozar de su compañía y su dedicación.
Y aquella mujer volvió a afligirse, pues era demasiado blanda para las emociones. Lloró al sentir la tristeza de su ausente esposo, y suplicó a los Dioses, incluso a Hades, que le perdonaran la vida a su hermano, pues solo era un joven que apenas se hacía hombre.
«¡Oh esposo mío! Dame las fuerzas que necesito para revelar semejante noticia a nuestros hijos —pidió con las manos entrelazadas y los ojos apretados—. Dioses, a ustedes suplico con toda mi alma; cuiden de aquellos víctimas de sus errores, de sus tropiezos y de sus estanques. Porque ustedes son sabios y porque ellos son buenos, porque mi fe es grande y porque aquellos la necesitan, porque él es su hermano y yo soy su esposa.»
Tomó la decisión de ocultar la verdad a sus pequeños y subió a la habitación para el relato de esa noche. Allí jugó con ellos y mintió al decir que El Rey se retrasaría tras asuntos de la corona. Y los niños asintieron tranquilamente, entonces se concentraron en la continuación del relato.
La Reina arregló su vestido para ponerse cómoda, bebió un sorbo de hidromiel y dijo:
"He llegado a saber, ¡Oh hijos míos! Sobre un príncipe egoísta que estuvo al borde más oscuro de la muerte, y aunque solo los implicados en su profecía podían matarlo; aquel ataque orquestado por su abuela, le había ayudado a vivir la más determinante de las experiencias.
Soñó que las plantas venían tras él. Su padre y su hermano corrían a todos lados gritando y con el cuerpo ensangrentado. Estaba adolorido y las telas blancas de su ropa también se entintaban del azulado de su estirpe. «Alguien ayúdenos, por favor», se dijo para no ser escuchado.
Las hiedras lo encadenaron a las paredes rocosas, su familia era devorada por las rosas, y su padre... su padre fue vilmente estrangulado por un compendio de enredaderas que nacían del cabello de Bárbara Lang.
Entonces una mujer hermosa apareció. Tenía ondas negras hasta la cintura, un vestido amarillo y una capucha gris con ámbares e hilo dorado en su bordado. Era voluptuosa, de labios carnosos y piel mulata; tersa y suave.
Ella los ayudó; ella lo rescató, pero trágicamente no pudo socorrer a Midas. Cuando se vio a su lado ambos se besaron, ella lloró un par de lágrimas y lo abrazó como si fuera el hombre de su vida, cómo si supiera que corría un fatídico peligro.
Nathanielle despertó con los ojos desorbitados y las ideas desorientadas. Estaba reposando sobre pieles de animales, descalzo y con el pecho descubierto. Tenía una serie de vendas alrededor de las costillas, el brazo derecho inmovilizado y las heridas de la cara previamente curadas.
Sintió miedo de estar en un lugar desconocido, pero no había mayor peligro que sus propios temores. Se levantó agitado y con la respiración acelerada, gritó los nombres de sus vasallos, sus enemigos y sus castigados. Pero ninguno le respondió. Fue su culpa que el silencio de aquella choza se rompiera.
ESTÁS LEYENDO
Cuentos de Luz Oscura
FantasyUna hermosa reina se ve obligada a entretener a sus hijos, tras la partida misteriosa de su adorado esposo. Aquellos cuentos de hadas que escuchó durante su juventud, le servirán de inspiración para entrelazar algunas cosas que supo de personas que...