27: Desde lo profundo

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La Reina había recibido otra carta de su esposo, pero esta vez no sonaba feliz o seguro. Estaba preocupado, marchito y triste; hacía mucho tiempo que no lo sentía así, ni siquiera en su escritura.

Comprendió que su cuñado estaba muriendo; herido por una lanza que le habían clavado en la boca del estómago, y que agonizaba, gritaba y gemía durante las horas de curación.

Supo que había viajado, pero la carta no dejaba claro a dónde, ni por qué. Solo sabía que El Rey se retrasaría, porque su hermano menor se había convertido en la luz de sus ojos, y porque a pesar de los conflictos durante su niñez, nada le complacía más que protegerlo; gozar de su compañía y su dedicación.

Y aquella mujer volvió a afligirse, pues era demasiado blanda para las emociones. Lloró al sentir la tristeza de su ausente esposo, y suplicó a los Dioses, incluso a Hades, que le perdonaran la vida a su hermano, pues solo era un joven que apenas se hacía hombre.

«¡Oh esposo mío! Dame las fuerzas que necesito para revelar semejante noticia a nuestros hijos —pidió con las manos entrelazadas y los ojos apretados—. Dioses, a ustedes suplico con toda mi alma; cuiden de aquellos víctimas de sus errores, de sus tropiezos y de sus estanques. Porque ustedes son sabios y porque ellos son buenos, porque mi fe es grande y porque aquellos la necesitan, porque él es su hermano y yo soy su esposa.»

Tomó la decisión de ocultar la verdad a sus pequeños y subió a la habitación para el relato de esa noche. Allí jugó con ellos y mintió al decir que El Rey se retrasaría tras asuntos de la corona. Y los niños asintieron tranquilamente, entonces se concentraron en la continuación del relato.

La Reina arregló su vestido para ponerse cómoda, bebió un sorbo de hidromiel y dijo:

"He llegado a saber, ¡Oh hijos míos! Sobre un príncipe egoísta que estuvo al borde más oscuro de la muerte, y aunque solo los implicados en su profecía podían matarlo; aquel ataque orquestado por su abuela, le había ayudado a vivir la más determinante de las experiencias.

Soñó que las plantas venían tras él. Su padre y su hermano corrían a todos lados gritando y con el cuerpo ensangrentado. Estaba adolorido y las telas blancas de su ropa también se entintaban del azulado de su estirpe. «Alguien ayúdenos, por favor», se dijo para no ser escuchado.

Las hiedras lo encadenaron a las paredes rocosas, su familia era devorada por las rosas, y su padre... su padre fue vilmente estrangulado por un compendio de enredaderas que nacían del cabello de Bárbara Lang.

Entonces una mujer hermosa apareció. Tenía ondas negras hasta la cintura, un vestido amarillo y una capucha gris con ámbares e hilo dorado en su bordado. Era voluptuosa, de labios carnosos y piel mulata; tersa y suave.

Ella los ayudó; ella lo rescató, pero trágicamente no pudo socorrer a Midas. Cuando se vio a su lado ambos se besaron, ella lloró un par de lágrimas y lo abrazó como si fuera el hombre de su vida, cómo si supiera que corría un fatídico peligro.

Nathanielle despertó con los ojos desorbitados y las ideas desorientadas. Estaba reposando sobre pieles de animales, descalzo y con el pecho descubierto. Tenía una serie de vendas alrededor de las costillas, el brazo derecho inmovilizado y las heridas de la cara previamente curadas.

Sintió miedo de estar en un lugar desconocido, pero no había mayor peligro que sus propios temores. Se levantó agitado y con la respiración acelerada, gritó los nombres de sus vasallos, sus enemigos y sus castigados. Pero ninguno le respondió. Fue su culpa que el silencio de aquella choza se rompiera.

Cuentos de Luz OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora