11: La Manzana Dorada

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La Reina llegó a la habitación de sus hijos dos horas más tarde que de costumbre, y como era de esperarse, los niños estaban inquietos por escuchar uno más de sus relatos. Llevaban horas luchando contra el cansancio para mantenerse despiertos; y más de una vez exigieron caprichosamente que su madre estuviera presente, por lo menos para el beso de buenas noches.

—Nos has acostumbrado, madre. No puedes dejarnos con la intriga —decía Sara con su muñeca de Aurora en las manos.

—Es cierto —saltó Lucy—. Te exigimos que nos cuentes qué pasó después. ¿En qué queda todo? Debes concluirla, por favor.

Entonces Emil comenzó a gritar que no dormirían, Margaret saltaba de una cama a la otra y las dos niñas más grandes les siguieron en la ruidosa protesta.

La Reina rió convencida de que debía seguir, y luego de exigirles silencio con cierta ternura, se mojó los labios de hidromiel para ponerse cómoda.

—Ustedes no desean dormir, pero sé de varios que han dormido perennemente... Aurora es un vivo ejemplo de ello, por eso le llamaron La Bella Durmiente.

—¿Qué tiene que ver eso con nosotros, madre? —reparó confundida una de sus hijas.

—Todo —respondió—. A quien no le gusta la sopa se le suelen dar dos tazas. Una vez escuché que no se debía renegar del compromiso, porque los Dioses demandarían una lección a partir del castigo.

"He llegado a saber, ¡Oh hijos míos! Que cuando las princesas supieron que eran Las Elegidas; los conflictos de grupo se acrecentaron considerablemente. Estaban unidas por la responsabilidad mágica de derrotar al Príncipe Egoísta, pero lamentablemente no se toleraban, y continuaban su viaje entre sarcasmos y discusiones.

Cenicienta discutía con todas por haber creído en las hadas, y recalcaba siempre que no había huido de su madrastra para terminar encadenada a una labor que consideraba imposible. Belle luchaba internamente por aprender a controlar a La Bestia, y evitaba a toda costa contar a las demás sobre sus frustraciones. Blancanieves recordaba a su difunto príncipe; Jefferson, y sacudía el ambiente entre todas contando las traumáticas experiencias en La Torre Más Alta. Y Aurora, quien exigía a gritos pedir ayuda a su padre, no dejaba de diezmar a sus compañeras por creerlas desconfiadas.

La presión les preocupaba y Nathanielle las atemorizaba, ¿Cómo harían para pelear contra él y su magia oscura? ¿Cómo harían para derrotarlo? Y los temores comenzaron a hacer estragos en ellas, pues eran compañeras; no amigas, y eso ninguna magia lo cambiaría. Estaban tan confundidas que apenas y procesaban las revelaciones de La Dama del Lago, y no podían dejar de meditar, una y otra vez, en los riesgos que su responsabilidad exigía.

Esa mañana caminaban por el Bosque Verde sin un rumbo fijo y con las incógnitas taladrándoles las cabezas. No sabían por dónde empezar, a quién acudir o cómo finalizar. Simplemente estaban en un limbo cambiante producto de sus emociones y contrariedades; lo que siempre habían deseado era vivir felices por siempre; aunque la situación en la que estaban no era nada "feliz", y definitivamente, figuraba en sus vidas con el peligro de ser "siempre".

Escucharon ciertos golpes, el crujir de la madera y el grito de un hombre mayor. Entonces se miraron las caras con gesto empalidecido. Alguien estaba en apuros.

Las Elegidas corrieron a través de los árboles hacia el lugar donde aquel hombre suplicaba socorro, entre bocanadas jadeantes de aire. Era una voz fina y con la garganta desgastada, pero las doncellas sintieron la necesidad de acudir a su llamado. Eran demasiado buenas y simplemente, demasiado incrédulas.

Cuentos de Luz OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora