38: Corazones negros

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"El tifón escarchado en azul, se cerró a sus espaldas, y los fugitivos se quedaron al pie de las rejas; como tratando de mantener la calma. Había una neblina pesada, hacía frío y el lugar estaba colmado por langostas saltarinas, viscosas y del tamaño de un puño.

Las rejas del cementerio estaban cerradas con candados, pero gran parte de aquel hierro negro permanecía caído y oxidado. Las cruces, lápidas y esculturas viejas, se erguían espeluznantes y mohosas, mientras la grava y el agua, parecían haber sido levantadas por la humedad.

Aurora llevaba la capucha azul puesta, con el cabello exhibido a un lado y la espada empuñada en la mano derecha. El Espantapájaros y Zacharias Roarblack le seguían las pisadas por aquel camino empedrado y repleto de maleza. Y El Monstruo iba al último, haciendo vibrar el suelo con sus pisadas.

Se sentía el peso de La Muerte incontenible, y los alaridos, los lamentos y el llanto de las jóvenes que estaban enterradas en aquel lúgubre campo. Cuando Robert Clawford dio muerte a las doncellas durante la noche de su baile, sus cuerpos sin corazón fueron sepultados en el cementerio de Nightmareplace; allí detrás de la fortaleza, esa que se conoció como su castillo.

Los cuatro llegaron a un mausoleo de techo caído y puerta destrozada. Tenían los corazones en las bocas, un sudor gélido y la piel erizada de tantos escalofríos. El lugar era fantasmal, desesperante y perturbador, como si hubiera almas en pena vagando a sus espaldas.

El Monstruo se quedó vigilando a las afueras mientras los demás entraban. Había sábanas de telarañas adornadas por viudas negras, polillas revoloteando de un lado a otro, y un olor nauseabundo; como si un cadáver en descomposición estuviera a la intemperie.

Se encontraron con cuatro urnas de cristal brillante; ese mágico que evitaba la descomposición de los cuerpos con solo imanar su falta de vida. Y todas estaban ocupadas; Blancanieves, Cenicienta, Belle y Aurora, o más bien la réplica Giselle.

Comprendieron por qué se pensó que esta de Las Elegidas estaba muerta, y evitaron caer en el tema nuevamente. Estaban dudosos de liberar a Nathanielle, de estar tan siquiera a su lado, o pedirle ayuda en cuanto al humo verde. Pero no tenían otra opción; él era el único que quedaba.

Sobre las paredes empolvadas, había cientos de placas cuadradas y pequeñas; talladas en oro y con nombres de personas claramente inmortalizados. Debajo de cada una, reposaban los corazones intactos de aquellos a los que La Reina Malvada había asesinado. Y eran rojos, latentes y ensangrentados. Refulgían en un brillo carmesí y con solo verlos, se podía imaginar el dolor sufrido por la víctima.

—¿Y ahora qué se supone que hagamos? —preguntó el hombre mitad león. Lucía inquieto y acobardado; odiaba el olor a flores secas.

—Jagger dijo que él estaba aquí —recordó Aurora mientras observaba su alrededor con detenimiento.

—Oigan... —llamó Saggie, estaba revisando los nombres de las placas, cuando descubrió una pequeña cerradura en la pared.

Era pequeña, negra y escarchada en azul.

Entonces la señaló, y los otros dos verificaron que no se tratara de una vil trampa. Aurora dejó ver el manojo de Llaves Azules y trató de ubicar una en particular; la más pequeña, la más chata y la más ignorada.

—¿Estás segura de lo que vas a hacer? —una cuarta voz les hizo empalidecer.

Era el gato de Cheshire, posado sobre la urna de Giselle con nubes y polvos a su alrededor, y una sonrisa tan desplegada que le cubría la mitad de la cara. Era el mismo animal que había guiado a Cenicienta una vez, y ese con el que Blancanieves se había topado en Shadowheart. Estaba igual; con su pelaje naranja y la cola moteada, como si la humareda no le hubiese afectado.

Cuentos de Luz OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora