29: Encantamiento de Perversión

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La recámara de los príncipes fue ataviada con cientos de arreglos forales para la ocasión. Había ramos, macetas, buqués y demás creatividades en cuanto a flores se refería. Pero las rosas rojas y blancas parecían estar en todos lados; semiabiertas y con un brillo impresionante.

La Reina había demandado rosas para su relato de aquella noche, y Megara, Menelao y las demás, cumplieron con absoluta determinación. Había pétalos sobre las camas y el suelo, mientras el ambiente era aromatizado con algunas sales, para dar un tono silvestre, cálido y relajante.

Aquella hermosa, voluptuosa y sonriente madre, se preparó. Estaba dudosa de contar aquella versión preparada a sus hijos; sobre todo porque tenían muy corta edad, pero siempre había sido honesta con ellos en cuanto a realidades de la vida, y más aún si serían reyes y reinas alguna vez. Debía decirles la verdad.

Se recostó sobre la cama, arregló la falda de su vestido y se puso cómoda. Entonces bebió un sorbo de hidromiel, se aclaró la garganta y dijo:

"He llegado a saber, ¡Oh hijos míos! Sobre una fiesta elegante, pero horrorosa al mismo tiempo. Donde la imaginación volaba hasta las estrellas, y el deseo de la carne y la pasión, llegaban a límites excesivos. Una fiesta donde los nobles callaban, comían y fornicaban; como si de animales se tratase.

Las Elegidas fueron transportadas a los jardines del castillo de Riverbrook; ese donde El Rey David permanecía. Estaba poblado de llamas y osos hormigueros, algunos árboles de arándanos y cientos de naranjos con frutos que parecían a punto de explotar. Había lirios, gladiolas y claveles entre los arbustos de hojas azuladas, algunos canarios revoloteando de una fuente a otra, y tres o cuatro aguiluchos sobrevolando el cielo.

Aquel castillo parecía de arcilla decolorada, pero en realidad era un tipo de piedra que cambiaba de tono con los rayos del sol; durante el día era marrón, por las tardes naranjado, y cuando caía la noche se veía amarillo. Rara vez ocurría que llovía y las torres, ventanas y puertas se tornaban oscuras; lo cual hacía que el castillo se pintara de gris. Y durante los eclipses, los solsticios y crepúsculos, siempre adquiría un color rojo único en su tipo.

Belle iba de camino a la entrada recordando cada momento vivido en su antiguo hogar, y no pudo evitar afligirse un poco ante la nostalgia que le producía. Blancanieves, Aurora y Cenicienta se miraron las caras para cubrirla, había demasiado silencio, y no se habían topado con ninguno de los caballeros del Rey.

—¿Están seguras de que hay gente aquí?

—Oh no... —Belle notó que los cocineros llevaban una bandeja repleta de comida afrodisíaca; de esa compuesta por huevos de víbora, testículos de caballo y cientos de camarones frescos.

Hacía mucho que no veía nada singular, y de hecho fue en una de esas fiestas que había conocido al amor de su vida. Cierto día, en el que Scarlett iba a laborar al castillo de Riverbrook, Belle decidió seguirla; y fue cuando descubrió que su trabajo solo consistía en vender su cuerpo.

Fue un golpe bajo para ella, y hasta aquellos días se lo reprochaba. Scarlett le prometió que se alejaría de ese mundo, pero que nunca dejaría de trabajar para David, porque era un Rey, y porque pagaba demasiado al Gamba Roja, por aquel exquisito servicio de prostitutas.

—¿Estás bien? —le preguntó Aurora.

—No. Hay que darnos prisa...

La Elegida guió a sus compañeras hasta lo profundo de los jardines, pues lo conocía como la palma de su mano. Se internaron en las cloacas y recorrieron varios kilómetros; dos veces izquierda, una derecha, luego subir, bajar, girar al fondo, entre las luces y sobre las rejillas de los patios.

Cuentos de Luz OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora