53: Los ruidos del desafío

8 0 0
                                    

"En el carruaje sencillo que Simbad y Gaspar arreaban, hubo un destello inesperado. Juliet volvía a su propio cuerpo, y despertaba agitada entre polvos y escarchas de varios colores. El guardapelo colgado a su cuello se cerraba para dejar de refulgir, pero nadie prestó atención a lo que acontecía. Había regresado en el tiempo unas horas antes.

—No, no... —Dijo a sí misma mientras miraba pasar el bosque por la ventana—. Para el carruaje ¡Para el carruaje!

Sufrió una crisis de gritos y llanto. Comenzó a temblar y estuvo desesperada, pues pensó que sus deseos le habían permitido viajar cinco días antes.

Le hubiera bastado con volver a caer entre los trigos del Mar Espigo, pero la magia del guardapelo no funcionaba de esa manera. Había cambiado los primeros acontecimientos del baile de Dreamshire, y como consecuencia, se vio atrapada en la línea de tiempo que había alterado. Ahora solo tenía dos opciones; dejar que las cosas ocurrieran tal cual, o repetirse una y otra vez hasta quedar satisfecha con los cambios generados.

Nina y Claudio trataron de calmarla, pero esta los embistió para lanzarse del transporte aún en movimiento. El Vikingo detuvo la marcha y Simbad bajó del carruaje para levantar a su amada del suelo. Este también trató de calmarla, pero no pudo hacer nada más que permitirle llorar en sus brazos.

—¡No puedo hacerlo! ¡No puedo hacerlo! ¡Por favor, perdóname Simbad, pero no pude salvar a tu familia!

Entonces explicó cada cosa que había pasado, y las razones por las que volvía a vivir el momento en el que viajaban.

Los de la tripulación no le creyeron, pues El Oráculo había cantado que Blancanieves heredaría la demencia de su padre. Si Juliet era el resultado de unir a las cuatro Elegidas, entonces quedaba más que claro que la joven también sería víctima de sus brutales locuras.

—No quiero estar allí, no quiero ir a ese baile.

—No, Juliet. Debes hacerlo —reparó Simbad con premura—. Solo tú sabes cómo sucederán las cosas, y eres la única capaz de salvar a tanta gente.

—Déjela, capitán. La joven no ha dormido bien en estos días —intervino Claudio en reflexión—. Ha de estar cansada de tantos altibajos, no la culparía por haber repasado una y otra vez la supuesta historia que su abuela ha contado a las princesas.

—¡No estoy loca! —Gritó Juliet marcando distancia—. Sé lo que vi, y lo que pasó. Deben creer lo que digo, esto ya lo viví anteriormente. Ya sé lo que sucederá esta noche si marcho sola al castillo. No logré salvar a nadie, quizás ni siquiera a mí misma.

Hubo silencio entre ellos. Comenzaba a oscurecer, y los canarios terminaban sus silbidos alegres.

—Juliet, estamos aquí porque tú lo decidiste así. Hemos hecho demasiado para llegar hasta este punto, no podemos dar marcha atrás.

—No Simbad, no puedo... fallaré de todos modos —reparó ella volviendo a llorar. Seguía respirando rápido, pero recuperaba la cordura poco apoco.

—¡Nadie puede limitar a Las Elegidas! —la voz de una mujer misteriosa los sorprendió. Ofelia aparecía entre los árboles como si se hubiera mimetizado mágicamente—. Tu doncella dice la verdad, Simbad, ¿Vas a desconfiar de ella?

La Vidente caminó hasta estar en el grupo, y Nina la saludó con un efusivo abrazo. Los demás le regalaron sonrisas complacidas y en general, todos se alegraron de tenerla de vuelta.

Cuentos de Luz OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora