16: Los tres hermanos

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Los niños estaban listos y acomodados en sus lechos. Y La Reina tomó un sorbo de hidromiel para mojarse los labios, se recostó sobre las camas y dijo:

"He llegado a saber, ¡Oh hijos míos! Que Blancanieves, Aurora y Hanzel recorrieron gran parte Shadowheart en su búsqueda inútil del Conejo Blanco. No lo encontraron, y las discusiones turbulentas entre ambas Elegidas aumentaron considerablemente.

Al poco tiempo, todo el reino se enteró de sus presencias, de la supuesta doncella que destronaría a Grethel y del peligro que representaban estando al lado de un justiciero como aquel valeroso muchacho. Los Caballeros Naipes fueron desplegados, algunos inocentes decapitados y el terror germinó entre la gente como si de una hiedra se tratase.

Mordred aconsejaba a La Reina de Corazones envolviéndola en maldades disfrazadas de reflexión, y al poco tiempo calló bajo un encantamiento tan fuerte; que ni siquiera el Amor Verdadero podría liberarla. El Niño maravilloso, misterioso y brillante, sembraba en sus pensamientos las ideas más agresivas, peligrosas y mortales que jamás se hubieran visto en todo el continente.

Y el fuego lo abrazó todo. Las aldeas quedaron destrozadas, los animales quemados y las plantas arrasadas. Nadie se salvó, y ninguno se atrevió a contarlo, todos estaban atrapados y pocos sabían cómo afrontarlo. Las órdenes de La Reina habían sido sencillas y directas; si las doncellas no se entregaban, entonces lo destruiría todo con fuego y caos.

Cierto día; entre esos días de miedo y tensión, los tres viajeros llegaron a una cabaña escondida. Estaba en un pequeño campo cercado y en el centro reposaba una mesa larga a la intemperie.

Había muchas sillas, pero solo tres estaban ocupadas. En la del centro estaba el muchacho más joven; con una camisa de mangas largas, pantalones ajustados, botas de tacón, fajín con encajes, chaqueta larga y sombrero negro de lazo fucsia.

Su ropa no tenía combinación, sus cabellos eran blancos y sus ojos curiosamente amarillos. Tenía una sonrisa oxidada y perfecta, labios rosados, y piel tersa y clara. Llevaba por nombre Frederick y era El Sombrero del continente; la magia loca de Shadowheart le dotaba con la creatividad de crear sombreros singulares y encantados, hasta su último detalle.

A su lado derecho estaba Sebastian, el hombre conocido como El Mago de Oz. Tenía la piel clara, ojos negros y cabello castaño. Sus facciones eran perfiladas y vestía con un traje de gala verde manzana. Su corbata y zapatos eran de igual tono, mientras su camisa de mangas largas era tan pálida como la leche.

Su traje era escarchado y sobre su cabeza reposaba un sombrero redondo y alto; de igual color y con una cinta azul brillante. Empuñaba un bastón, el cual era su varita, y era conocido en Castleland por ser el domador de gigantes en todo el reino. Había sido discípulo de Merlín, y se había entrenado en la isla Oz antes que la luz oscura la nublara.

Y el mayor de los tres hermanos estaba a la diestra del Sombrerero. Era un hombre joven, de piel clara, rubio opaco y ojeras en el rostro. Sus ojos eran verdes y lucía espectralmente cadavérico. Vestía con un abrigo blanco hueso y de botones grandes, y también usaba botas marrón y pantalón oscuro.

Gozaba de cierta actitud sofisticada y una seguridad curiosa, empuñaba una taza de té, y cada vez que reía sus mejillas dejaban ver unas cuantas pecas oscuras. Era Víctor Frankenstein, El Doctor de Endingtopia. El mejor científico e inventor de LoudRia, y cuyas investigaciones escépticas lo llevaron a descubrir una cura medicinal para la malaria; sin el uso de Pociones Mágicas o la idolatría de algún Dios Olímpico.

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