Los niños estaban listos y acomodados en sus lechos. Y La Reina tomó un sorbo de hidromiel para mojarse los labios, se recostó sobre las camas y dijo:
"He llegado a saber, ¡Oh hijos míos! Que Blancanieves, Aurora y Hanzel recorrieron gran parte Shadowheart en su búsqueda inútil del Conejo Blanco. No lo encontraron, y las discusiones turbulentas entre ambas Elegidas aumentaron considerablemente.
Al poco tiempo, todo el reino se enteró de sus presencias, de la supuesta doncella que destronaría a Grethel y del peligro que representaban estando al lado de un justiciero como aquel valeroso muchacho. Los Caballeros Naipes fueron desplegados, algunos inocentes decapitados y el terror germinó entre la gente como si de una hiedra se tratase.
Mordred aconsejaba a La Reina de Corazones envolviéndola en maldades disfrazadas de reflexión, y al poco tiempo calló bajo un encantamiento tan fuerte; que ni siquiera el Amor Verdadero podría liberarla. El Niño maravilloso, misterioso y brillante, sembraba en sus pensamientos las ideas más agresivas, peligrosas y mortales que jamás se hubieran visto en todo el continente.
Y el fuego lo abrazó todo. Las aldeas quedaron destrozadas, los animales quemados y las plantas arrasadas. Nadie se salvó, y ninguno se atrevió a contarlo, todos estaban atrapados y pocos sabían cómo afrontarlo. Las órdenes de La Reina habían sido sencillas y directas; si las doncellas no se entregaban, entonces lo destruiría todo con fuego y caos.
Cierto día; entre esos días de miedo y tensión, los tres viajeros llegaron a una cabaña escondida. Estaba en un pequeño campo cercado y en el centro reposaba una mesa larga a la intemperie.
Había muchas sillas, pero solo tres estaban ocupadas. En la del centro estaba el muchacho más joven; con una camisa de mangas largas, pantalones ajustados, botas de tacón, fajín con encajes, chaqueta larga y sombrero negro de lazo fucsia.
Su ropa no tenía combinación, sus cabellos eran blancos y sus ojos curiosamente amarillos. Tenía una sonrisa oxidada y perfecta, labios rosados, y piel tersa y clara. Llevaba por nombre Frederick y era El Sombrero del continente; la magia loca de Shadowheart le dotaba con la creatividad de crear sombreros singulares y encantados, hasta su último detalle.
A su lado derecho estaba Sebastian, el hombre conocido como El Mago de Oz. Tenía la piel clara, ojos negros y cabello castaño. Sus facciones eran perfiladas y vestía con un traje de gala verde manzana. Su corbata y zapatos eran de igual tono, mientras su camisa de mangas largas era tan pálida como la leche.
Su traje era escarchado y sobre su cabeza reposaba un sombrero redondo y alto; de igual color y con una cinta azul brillante. Empuñaba un bastón, el cual era su varita, y era conocido en Castleland por ser el domador de gigantes en todo el reino. Había sido discípulo de Merlín, y se había entrenado en la isla Oz antes que la luz oscura la nublara.
Y el mayor de los tres hermanos estaba a la diestra del Sombrerero. Era un hombre joven, de piel clara, rubio opaco y ojeras en el rostro. Sus ojos eran verdes y lucía espectralmente cadavérico. Vestía con un abrigo blanco hueso y de botones grandes, y también usaba botas marrón y pantalón oscuro.
Gozaba de cierta actitud sofisticada y una seguridad curiosa, empuñaba una taza de té, y cada vez que reía sus mejillas dejaban ver unas cuantas pecas oscuras. Era Víctor Frankenstein, El Doctor de Endingtopia. El mejor científico e inventor de LoudRia, y cuyas investigaciones escépticas lo llevaron a descubrir una cura medicinal para la malaria; sin el uso de Pociones Mágicas o la idolatría de algún Dios Olímpico.
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Cuentos de Luz Oscura
FantasyUna hermosa reina se ve obligada a entretener a sus hijos, tras la partida misteriosa de su adorado esposo. Aquellos cuentos de hadas que escuchó durante su juventud, le servirán de inspiración para entrelazar algunas cosas que supo de personas que...