5: El temor hecho realidad

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La Reina estaba junto a sus hijos como era costumbre, ya había bebido dos copas de ron para el frío y les había abrigado para mantenerlos calientes mientras el relato.

Pidió a sus cortesanas que hicieran tres bidones de leche caliente, y que se quedaran para que le hicieran compañía. Se asomó a las ventanas un par de veces como verificando que nadie estuviera en los jardines del castillo y volvió a pensar en su esposo fervientemente.

«Nuestros niños vuelven a estar felices, amado mío. Pero unas cuantas historias no llenarán el vacío que has dejado en sus corazones —evitó llorar con el alma más apretada que nunca antes—. Cómo te extrañamos. Imploro a los Dioses día y noche para que vuelvas a reunirte con nosotros; tu familia.»

Hacía tanto tiempo que no se sentía ese frío en su reino que pensó que algo distinto estaba pasando. Hacía tanto tiempo que no sentía ese frío tan llameante, que por un momento creyó que se trataba de alguna presencia.

Pero comprendió que eran paranoias; pues en aquella tierra, tierra de tierras, no había habido un halo de magia en años y su esposo se había encargado de que así fuera. Disimuló su inquietud y se recostó sobre las camas para ponerse más cómoda, y luego de arreglar su vestido se abrazó al más pequeño de sus hijos.

—Madre, por favor cuéntanos qué pasó después de que los monos capturaran a las princesas —pidió Emil sosteniendo su acostumbrada vara en forma de espada pequeña.

—Cariño, podría hacerlo. Pero de ser así, nuestras cortesanas no comprenderían la lírica de tan hermosa canción —respondió La Reina con una sonrisa—. Ellas serán nuestras invitadas esta noche y como tal, he de atenderlas como se merecen.

Las cinco cortesanas estaban sentadas en el suelo, sobre una cobija de lana gruesa y arropándose entre velos para soportar la temperatura. Lucy sostuvo la cesta de frutas para regalarles naranjas, uvas y manzanas. Margaret les sirvió torpemente un vaso de jugo a cada una. Y Sara les dio ciertas indicaciones antes de que empezara el relato.

—No se hacen preguntas, no se concluye nada, no se niega... Y sobre todo; no se interrumpe.

La madre rió ciertamente divertida, agachó la cabeza por unos minutos y se concentró. El frío le hacía tiritar los dientes de una forma curiosa y elegante.

—Creo que deberían conocer a la persona que detonó tan maravillosa historia...

"He llegado a saber, ¡Oh hijos míos! Que al caer la noche de un día cualquiera, El Príncipe Egoísta estuvo presente en la Tierra Salvaje. Más de la mitad de su ejército estaba esparcido a lo largo y ancho de lugar en busca de la hermosa transportada, La Bestia del Gran Reino y aquella mujer con la que se había obsesionado sexualmente.

Las habilidades de Nathanielle le habían permitido localizar el punto de llegada en el tifón que una vez condujo a Blancanieves hacia las cataratas, y desde luego, les seguía la pista a ella y al ladronzuelo, detenidamente.

—Mi señor, sus hombres han revisado cada rincón de la selva pero... No han encontrado nada, los fugitivos no están aquí —dijo uno de sus caballeros negros dando el reporte del día.

—Mi magia no se equivoca. Sé que ese maldito portal los trajo a este desorden. Sigan buscando, y tráiganlos ante mí ¡Ahora! —ordenó él con el pulso acelerado.

—Talvés ya fueron devorados por alguna bestia. Además la guardia está cansada —se excusó el caballero con cierto temor.

—No me importan las ineptitudes de tus hombres. Y si fueron devorados quiero ver cadáveres; carne descompuesta. Abran el abdomen de cada monstruo en este territorio si es necesario.

Cuentos de Luz OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora