Pero La Reina sintió los ojos de una persona clavándose sobre su nuca. Y volvió a parar el relato.
—¿Está todo bien, reina mía? —preguntó Menelao como intuyendo que algo la preocupaba.
—Sí, no es nada —respondió ella—. Solo me ha conmovido mi propio relato.
Los oyentes sonrieron con cierta nostalgia, asintieron y callaron.
«Otra vez esa mujer mirándonos», pensó La Reina con cierta preocupación. Sin embargo se levantó de la cama, bebió más hidromiel y se sentó entre las sábanas de su hija Margaret.
Volvió a revisar, y la persona que los observaba ya no estaba, fue así que dijo:
"Los patios del castillo negro parecían más bien una sangrienta carnicería. El desastre, el caos y el terror, se habían cernido sobre sus combatientes casi del mismo modo en que la corona del Gran Reino había recaído sobre el Príncipe Egoísta.
Los elefantes aguamarina barritaban mientras clavaban sus enormes colmillos dorados, y las hienas grises, correteaban con extremidades entre los dientes. Los caballeros blancos de Goldville habían unido fuerzas con los caballeros dorados de Riverbrook, pero ni su superación en número resultaba suficiente contra la gran cantidad de caballeros negros que los atacaban.
Un complejo de arietes eran mecidos del lado de afuera en busca de entradas forzadas, mientras las catapultas hacían de las suyas, atacando las torres más altas del castillo. El cielo estaba tan oscuro como una nube de humo, y la luna llena; amarilla y metálica, parecía presenciar con descaro las trágicas muertes de aquellos hombres.
Blancanieves corrió entre los caballos carnívoros que antes habían pertenecido al Rey Midas. Se paseó por los establos, ayudó a unas cocineras y siguió su marcha mientras asesinaba a un par de hienas atacantes.
Cuando llegó a los patios, se encontró con la imagen más espeluznante que jamás hubiera visto; las hienas devoraban cuanto miembro encontraban en su camino, y ambos bandos se mataban entre sí como si hubieran olvidado que eran seres humanos, y que el extremo de la lucha los había llevado a límites incontrolables.
Había tanta sangre en el suelo que Blancanieves apenas y reconoció el color del concreto y la paja. Los gritos, los estruendos, las catapultas y hasta el sonido de las espadas, le hizo recordar sus más amargos días.
«Todo lo que puede provocar un solo hombre —pensó para sí, refiriéndose a Nathanielle Lang. También empuñaba una espada, aunque no estuviera segura de levantarla contra alguien—. Si tan solo hubiéramos reaccionado a tiempo.»
La doncella más hermosa recordaba una y otra vez a su amado Robin, a la fuerza que su presencia le proporcionaba y todo lo que había cambiado gracias a él. Pero ahora estaba sola, y debía comprender que aquella pérdida debía ser superada; que debía hacer algo y que por lo menos, debía salvar a esos inocentes por los que él tanto robó.
Un muro cayó con fuerza, y sus ladrillos reventaron contra el suelo levantando polvo, paja y escombros. Un elefante enorme y elegante barritó desde fuera, se internó en los patios y comenzó a batir gente mientras correteaba a las hienas depredadoras.
Arturo estaba sobre su lomo; luciendo una armadura blanca en detalles azules, y empuñando una Excalibur que parecía brillar cada vez que la blandía. No tenía casco y su escudo era más bien un plato redondo y pequeño.
A los lados, cientos de Munchkins guerreros se abrían paso haciendo piruetas, saltos y acrobacias, para terminar cortando los cuellos de sus atacantes con sencillas y diminutas dagas de lata amolada. Un enano de barba pelirroja iba comandando, mientras hacía un par de vueltas para quebrantar a tres hienas al mismo tiempo.
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Cuentos de Luz Oscura
FantasyUna hermosa reina se ve obligada a entretener a sus hijos, tras la partida misteriosa de su adorado esposo. Aquellos cuentos de hadas que escuchó durante su juventud, le servirán de inspiración para entrelazar algunas cosas que supo de personas que...