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El día del ataque masivo ha llegado, ha sido un tiempo de alta tensión para nosotros.
Momento en el que todoso estábamos en el mismo sentir de vida, y razón de ser.
Pasaban los minutos, cómo sí fuesen horas.
Me encontraba en medio de un calabozo, y la charla que hubo con los chicos, de comenzar a actuar, supuestamente dándonos por vencidos era una idea tan descabellada, cómo incoherente y en parte muy superficial.
Estaba penando de manera crítica, y ahora era cuándo mi némesis ha llegado una vez más a visitarme, después de tantos días de no haberlo hecho antes.

—(Changkyun enfermo): Así qué nos encontramos de nuevo. Quién quiera qué seas.
—Tal parece que tu no quieres huír de mi vida, cómo yo no puedo escapar de tus laberintos y desgraciadas redes.
—(Changkyun enfermo): Es demasiado patético pensar que podremos vencer a este idiota de Kang, haciéndonos ver cómo miserables.
—Claro, claro. ¡¿Qué proponías invesil?!
—(Changkyun enfermo): Es simple, muy simple, te hubieras alejado de todos, te hubieras ido conmigo a alguna parte del mundo, y estaríamos mejor, de lo qué ahora estás. Pero, nooo, tenías que hacer el papelito del héroe y contar con un montón de inútiles que no saben nada de mí o mi existencia.
—¡¡Cierra la boca, tú no sabés lo difícil que es para mí verte en éste lado del mundo. Y aún más, de mi mente!!

Me he sentado en un rincón de la celda, en la qué estaba debatiendo con mi estúpida enfermedad mental, la cuál me estaba atormentando peor, de lo qué acostumbraba.
El ruído mental era tan fuerte y ensordecedor, que quemaba lo más hondo de mi mente y de mi interior.
Tenía una clara idea de qué éste tipo de torturas, no eran propias de mi ser, sino de mi estúpida y asquerosa enfermedad mental.

Tenía mi rostro inclinado, tratando de recubrirlo con mis piernas y brazos, para no seguir viendo ni sintiendo que la realidad, mi realidad era peor qué la muerte en sí misma. Tenía razón, y eso me estaba lastimando profundamente en el alma.

Escuchar el ruido exterior de la cárcel, era sin dudarlo, la experiencia que el infierno es más palpable y alcanzable que cualquier cosa en el mundo.

Innegablemente estaba pagando por lo qué había hecho, no sólo con Mariana, sino con todos los qué de una u otra manera he dañado con mis acciones que han dejado más victimas del estúpido yo que estaba enfermo.

Escucho golpear las rejas, con una fuerza qué me dejaba absorto en el tiempo y espacio, pero no podía levantar la cabeza, ya que estaba cubierta por grandes gotas de lágrimas y de temor en mi rostro, qué no quería nadie me estuviera viendo el mismo, de está manera tan triste y desgastadora.

Pero tal pareciera, qué el guarda no se rendía con seguir intentando llamar mi atención de manera severa, con su golpeteo en las rejas, utilizando la macana qué usaban para inmovilizarnos, estaba golpeando con fuerza y una profunda ira asesina sabiendo qué le estaba ignorando por completo.

—(Guardia): ¡¡Inútil, ¿Qué no ves te estoy llamando?!!

Mi mente quería escapar de la realidad en la qué estaba. No tenía fuerzas para seguir adelante con nada.
El guardia entra airadamente, proporcionándome un fuerte golpe con sus pies en mi espalda, haciéndome caer inmediatamente, haciendo qué mi rostro se alcanzará a rasgar un poco, haciendo que desangrara en el acto.

—(Guardia): ¡¡Inútil, levántate, no soy tu mucama para decirte tus idioteces!!
—¡¿Qué es lo qué quieres de mí?!
—(Guardia): Qué te levantes a ver a tus malditos bastardos qué están aquí.

En ese instante se me ha olvidado la conversación que tuve con mi yo enfermo, se me olvido que estoy en un agujero negro, y se me olvido que tenía dolor interno y externo. Levantó mi cara, me paso las manos sucias por mi rostro, secándome con furia las lágrimas, e intentando disimular los ojos inflamados, cansados, rojos, con ojeras, y los párpados caídos, para qué no notarán mi vida en éste agujero.

Al salir, escucho las burlas de quiénes estaban aquí, pasándola a gusto. Mientras qué otros decían que anhelaban ver a los Kang hundirse por medio de nosotros.

Ese era el recorrido por el que tenía qué pasar desde aquella noche en la qué mi profunda ira estalló en el rostro del cerdo protegido y mayor de todos los Kang.

Al llegar al otro lado, al lado de la ventanilla, estaba Mariana con el teléfono de la cárcel, esperando a qué yo levantará el otro, e intentar tener una conversación decente en la qué siendo aún más observados que de costumbre, tuviéramos la certeza de qué nada nos impedía llevar la alegría de estar unidos en estos momentos, en dónde ella los hacía más llevaderos de alguna manera.

—(Mariana): Te ves cansado.
—No te preocupes. Es por poco tiempo, tú mejor que nadie sabe que todo en la vida es un propósito.
—(Mariana): ¿Te ha vuelto a atacar?
—Jaja, es algo qué realmente no tiene importancia para mí. Por ahora, lo importante es que me escuches decir qué lo siento. En verdad lo siento mucho.
—(Mariana): No es tu culpa. Solamente caímos en una trampa, en dónde pensábamos qué estábamos libres, pero no fue así.
—No te imaginas cuánto anhelo devolver el tiempo, y no ir a aquél lugar, sino huír a otra parte. Pero, no pude hacerlo.
—(Mariana): Descuida, es sólo qué ahora mismo todo se está dándo de un modo más pesado que los anteriores, pero me tienes aquí, en dónde podemos hacer que lo oscuro cobre algo de vida.
—Gracias, en verdad muchas gracias.
—(Mariana): Y aquí, está tu abogado, para entregarte algo. Y también para decirte algo qué necesitas saber ahora mismo.
—Está bien, vamos a ver qué quiere mi abogado.

En ese momento Hyungwon se acerca hasta dónde estaba Mariana hace pocos minutos, ella se levanta y le cede el lugar a Hyungwon, con el fin de tener una conversación legal, con mi mejor amigo, quién me estaba apoyando en esto.

Alma oscura, alma blancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora