Parte 45: Odio

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-Libérame de esto... porque duele.- Sonrió

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-Namjoon...

-Padrecito...-Musitó acercándose a su oído, respirando muy profundamente, poniéndolo nervioso.- Sabes que él ya no te escucha...

-Soy su hijo.- Murmuró nervioso.- Él nunca dejará de escucharme...

-Mmmmh...-masculló el verdugo, acariciando la piel de su cuello.- Tienes razón, él definitivamente te escucha... -Sonrió.- debe haberse vuelto aficionado a tus alaridos...

-Por favor... basta...-Suplicó cerrando los ojos

-Ven aquí...-Dijo sonriendo de forma socarrona, invitándolo a que se pusiera de pie, pero Jin con la cabeza gacha no obedeció, se rehusó poniendo su cuerpo rígido, provocándole a Namjoon reírse.-Sé un buen chico padrecito... esto va a pasar quieras o no, la diferencia es que puedes venir conmigo de forma pacífica, sin hacer demasiado escándalo... o puedes venir inconciente sobre mi hombro, ¿Qué dices?

-Espero que Dios... se apiade de tu alma...-Musitó el castaño sin levantar la mirada

-Espero que también se apiade de la tuya...-Respondió, y acto seguido le rodeó el cuello con las manos, presionándolo con fuerza, hasta que los ojos de Jin, después de apenas milésimas de segundo se nublaron, y entonces, todo se oscureció.

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Namjoon estaba bebiendo, tirando en una de las esquinas de la casa del árbol, y lloraba, en silencio y a discreción, delatado unicamente por los ojos rojos que podía esconder detrás de la botella de whiskey que ya había bebido hasta la mitad él solo, y jugando con las agujetas de sus pesadas botas militares aguardaba, sorbiendo la nariz de vez en vez, esperando a que la bella criatura cautiva sobre los cojines de la casa del árbol despertara, para ver que es lo que le había hecho.

Lo odiaba.

Porque había roto su corazón sin consideración alguna, pisoteando los sentimientos que jamás fue capaz de mostrar a nadie, y que le había regalado como algo único, casi imposible, invaluable.

Lo odiaba.

Porque lo había abandonado, y sustituido como un vidrio que se rompe y que reemplazas, y más aun cínicamente se escondía detrás de la espalda de ese maldito... de ese hipócrita pervertido que pretendía ser un sacerdote, había preferido a ese malnacido hijo de Dios, que sabía, le había lavado el cerebro de alguna forma que no lograba descifrar.

Lo odiaba.

Porque desde que le había dicho esas crueles palabras ya nada tenía sentido para él, la comida carecía de sabor, y las calles de color, desde que se había ido ya nada tenía un aroma agradable, ahora todo olía a putrefacción y miseria, desde que lo había dejado odiaba a todos, se odiaba a si mismo, desde que se fué solo pensaba en morir, pero no podía hacerlo, no tenia el valor para hacerlo.

Lo odiaba con toda su alma.

Porque a pesar de que quería lastimarlo había sido incapaz de hacerlo, porque sus labios le regresaban una vida falsa, le daban un placebo cruel de esperanza, porque su piel que olía a rosas lo cautivaba, y el mismo tiempo lo quemaba como las brazas a la madera vieja, lo odiaba, ¡lo odiaba! Porque lo había destrozado todo, lo había hecho polvo en medio de sus dedos largos y pálidos... y a pesar de ello... era capaz de reconstruirlo todo con una palabra, con una acción... y lo odió más, porque sabía que nada de eso llegaría ya.

Lo odiaba.

-Te amo...-Musitó dándole un amargo trago a la botella, en un vano intento por tragar el nudo en su garganta para no seguir llorando.

La casa del árbol - NamJinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora