Parte 62: Lucifer

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-Jinie...-Repitió, sintiendo como los ojos se le cristalizaban.- Jinie... Jinie.- Dijo llevándolo a su brazos, y lo estrechó con fuerza, con miedo, un miedo profundo de que de repente se desvaneciera en el aire, pero no lo hizo, en cambio su abrazo fue correspondido, por ese cuerpo tan delgado y frágil.- Jinie...

-Ya estoy aquí Nam...-Musitó, rompiendo en llanto, y hundió la cara en su cuello, tiritando, sintiendo como las gotas de agua se deslizaban por su cabello hasta la ropa de Namjoon.-Ya estoy aquí, mi amor...

Namjoon suspiró de forma sumamente pesada, llevando su amplia mano a la nuca del castaño y lo presionó contra su cuerpo, temblando de miedo.- Por favor... no desaparezcas.- Suplicó en voz baja, apretando los ojos con todas sus fuerzas, aferrándose, casi sosteniéndose, porque las piernas le temblaban, y ese momento estaba tan asustado que sabía que si, de pronto resultaba ser un espejismo más, sencillamente no podría sopórtalo, que su alma iba a romperse de una vez por todas y que correría a la ventana, sólo para encargarse de romperse por completo, de destruir su cuerpo, para ya no sufrir, para ya no llorar, para ya no tener que verlo de esa forma... y cuando sus brazos cálidos decidieron soltarlo, cuando decidieron comprobar si aquello era solo una fantasía aflojó el agarre de sus manos, dejando ir aquel delgado cuerpo un poco, y lo miró a los ojos, llorando como un niño, concentrado en ese rostro empapado, completamente ilusionado.

-Jinie... ¿Por qué no me gusta la lluvia...?- Preguntó con los labios tiritando, sin prestar atención al resto de los presentes, que lo miraban desconcertados ante su pregunta extraña.

-¿Q...ue...?-Contestó lentamente el de tez blanca, con una gota de agua escurriéndole por los labios.

-¿Por qué no me gusta la lluvia...?.- Preguntó de nuevo, suplicándole con la mirada algo que nadie entendía, sólo él.

-¿Porque... nubla el día...?.- Contestó el castaño titubeante, y en ese momento, como un sonido profundo, algo que viene de un lugar desolado, y hondo, se escuchó un sonido seco, uno que anunciaba que dentro del pecho de Namjoon algo funcionaba de nuevo... algo podía volver a vivir con fuerza.

-Nam...-Interumpió Jimin, acercándose con una toalla en la mano.- Hey...-Musitó de nuevo para hacerlo reaccionar.- Debes dejar que se seque o va a enfermar...-Continuó, pero Namjoon no lo escuchó, ante la mirada curiosa de su amor tomó la toalla en su mano, y sin siquiera decir palabra alguna cargó a Jin en pose nupcial, desconcertando a los presentes, principalmente al castaño que se sostuvo como pudo de su cuello, mientras era llevado al fondo de la casa, en donde la habitación de Nam se hallaba.

-Waaa! E-espera-Balbuceó el castaño confundido

-¡Nam!.- Gritó Jimin desconcertado, viendo como el de tez morena seguía su marcha sin escucharlo

-¡Monster, demonios, deja que se seque!.- Dijo Suga tratando de detenerlo cuando se escuchó el portazo de la habitación de Nam y tras ello la pareja se quedó viendo el uno al otro, con incredulidad.-¿Cómo es que lo trajiste aquí?...-Dijo en voz baja, mirando a su novio que sonreía de oreja a oreja, resignado por la reacción de Nam.- ¿Debo esperar a la turba con antorchas en la puerta?

-No.- Dijo riéndose.-Es que... en realidad yo no hice nada.- Sonrió.- Ahora... salgamos, démosles un poco de espacio.-Dijo tomándolo de la mano

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-Nam...-Dijo Jin mientras Namjoon lo dejaba tocar el suelo, y en el momento en que escuchó la puerta cerrarse los labios de Nam tocaron los suyos, cálidamente, y con ellos sus manos ásperas y nerviosas, que entraron por debajo de su saco empapado, estrechándolo con fuerza, añorándolo.

-Nam...-Susurró sobre sus labios, pero Nam lo acallaba con besos desesperados, devotos, que comenzaron a derretirlo

Resultaba gracioso, sumamente erróneo, porque Jin vestía todo de negro, a excepción de ese alzacuellos color blanco, que anunciaba no otra cosa que se trataba de un sacerdote, uno que temblaba ya no de frio, si no de nervios, de emoción, de añoranza, una que se derretía en medio de los labios deliciosos de un joven más alto, de tez morena, cuyos tatuajes destacaban en sus brazos, y después fueron en aumento, cuando la playera sin mangas que vestía dejó su cuerpo, deslizándose por sus brazos hasta que tocó el suelo en un acto de repudio hacia los obstáculos, y así es como se quedó inmortalizado: un cuadro que a cualquiera hubiese indignado, porque un hombre alto, de piel impura, coloreada por marcas paganas llevó sus manos firmes, sus dedos largos, a los botones del saco empapado de aquel sacerdote católico, ese que le correspondía los besos como un desesperado enamorado, y le rodeaba al rebelde el cuello con los brazos, profundizando los besos, mientras con una de sus manos le ayudaba a pasar a través de su ropa, dejando que comenzara a desnudarlo.

La casa del árbol - NamJinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora