Capítulo 2: Señor misterioso

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—Sí, sí. Ya oí —dije atontada, apagando el despertador. Me despierto a las 6:30 a.m. todos los días y todavía me levanto cansada.

Hice mi rutina diaria para refrescarme y al terminar, comencé a planchar mi ropa. No quería arrugas hoy, para ser sincera.

Cuando terminé y comencé a ponerme mi uniforme, me di cuenta de lo aburrida que era mi vida. Todos los días era lo mismo, una y otra vez. Necesitaba salir más o algo.

Me había puesto en contacto con mi familia desde hace un tiempo, lo cual realmente necesitaba. Por un lado, tengo a mi hermano mayor en Inglaterra que está en la universidad y, por el otro, a mis padres que están de regreso en Ghana, divirtiéndose.

Ya terminando de prepararme, salgo de mi apartamento de camino al trabajo. Entré en el Café Verlet y olía aún mejor que de costumbre, probablemente tuvimos muchos clientes hoy. Comienzo a escuchar una melodía suave en el fondo, y reconozco rápidamente la canción como Yellow Daisies de Fertile Ground. Me hizo preguntarme por qué no se suele escuchar jazz en las tiendas francesas.

Hoy no vi a Juliette en la caja de registro, pero simplemente no le di mucha importancia. Me vestí para comenzar con mi labor y me turné para trabajar tanto detrás del registro como de camarera. Era muy raro que lo hiciera, pero hoy era un día ajetreado y necesitaba el dinero. Me sentí un poco nerviosa porque había personas en todas partes.

—Voilà Monsieur.

El hombre mayor de cabello canoso me miró divertido antes de pagar y marcharse. A veces recibía miradas extrañas, pero lo mejor de trabajar aquí era que podías conocer a mucha gente, al igual que aprenderse los nombres de algunos clientes.

Y al pensar en esto, te puedes dar cuenta de lo aburrida que es mi vida.

—Iman —escuché susurrar a alguien. Giré la cabeza un par de veces, pero sin poder localizar a la persona que me llamaba. Me volví en dirección a mi gerente y ella parecía vigilarme con ojos de halcón. No lo sabía con exactitud, pero sentía que no le agradaba.

—Iman —se volvió a escuchar y esta vez encontré la fuente: Sandra. Era una de mis compañeras de trabajo. No hablábamos mucho, pero era una chica muy amigable, francesa, y que a su vez podía hablar inglés; con unos bonitos ojos grises y llevando el cabello largo y oscuro, trenzado con coletas.

—¿Qué ocurre?

—El hombre en aquella mesa —dice, señalando una mesa en la parte de atrás—, quiere que vayas y le sirvas.

Fruncí mis cejas. ¿Un hombre al azar quiere que detenga lo que estoy haciendo para ir y servirle? Es decir, ese es básicamente mi trabajo, pero me seguía pareciendo extraño que me llamen a mí en específico.

—¿Qué?

—Yo me haré cargo de la caja, tú ve —habló rápidamente. Me sentía confundida ahora mismo.

Tomando una pequeña libreta y un bolígrafo, me dirijo hacia la mesa que señaló mi compañera. Al acercarme, me doy cuenta de que se trata del mismo hombre de ayer, quien llevaba las gafas oscuras. Pero hoy traía unas diferentes.

No sé quien es este tipo, pero ¿quién usa gafas para el sol en el interior?

—Señor, ¿puedo servirle en algo? —pregunto cortésmente, a pesar de que me estaba poniendo bastante incómoda con su mirada. Instintivamente, me bajé un poco la falda.

Vi su boca separarse un poco. A simple vista, podías notar que sus labios eran de un color rojizo no tan oscuro y que llevaba su cabello prolijo y acomodado. A pesar de que no podía ver sus ojos, me seguía pareciendo un hombre bastante guapo.

Salí de mi trance cuando me di cuenta de que su ceja se alzaba y me observaba con curiosidad.

—Sí, quisiera un pastel de queso blanco, bagel y una tarta de queso, por favor —dijo con la misma sonrisa que me había dado el día anterior. Asentí en respuesta, garabateando rápidamente su orden y regresando para entregarla.

Mientras preparaban la orden del cliente misterioso, sentía constantes miradas de parte de mis compañeros de trabajo, equivalentes a cuando comencé a trabajar aquí. La atención me ponía nerviosa, pero comencé a pensar que tenía algo que ver con ese hombre.

Ni siquiera sabía cuál era el problema, no es como si fuera famoso o algo así. Aunque parecía alguien adinerado.

Tomé la bandeja con su orden entre mis manos y volví a su mesa. Cuando llegué allí, me di cuenta de que ya no tenía puestas las gafas. Oh, Señor. Casi tropecé con mis propios pies.

Era totalmente guapo.

Analizando sus ojos color avellana, podría jurar haber visto un tinte de oro en ellos.

—Aquí tiene —dejé lo que pidió sobre su mesa. El área en la que estábamos era pequeña y reservada, aún así podía escuchar a la gente susurrando en voz baja.

—Muchas gracias, señorita... —se detuvo, esperando a que revelara mi nombre.

—Iman. Mi nombre es Iman —sonreí educadamente.

—Iman —repitió, pensativo. ¿Acaso mi nombre importaba?—. Un nombre extraño, pero único. Me gusta.

—¿Gracias? —respondí, no sabiendo cómo tomarme el cumplido. Me ajusté la boina ya que la sentía resbalar sobre mi cabeza, y la mirada del hombre misterioso pasó de mi rostro a mi cabello.

—Tiene un extraño cabello.

Continuó observándolo como si se estuviera exhibiendo una rara criatura en el zoológico.

—¿Puedo tocarlo? —preguntó repentinamente, y no pude evitar fruncir mis cejas. ¿Dice que mi cabello es raro, pero entonces pide tocarlo? No quise ser grosera, así que no me quedó de otra.

—Eh, claro.

Bajé mi cabeza esperando que la tocara y pronto sentí sus dedos entre mi cabello. Comenzó a acariciarlo, lo cual volvió la situación aun más incómoda, y luego tiró de él suavemente.
Me estremecí, para su diversión.

—Se siente muy suave y, también se estira —expresó con asombro. Pronto sentí sus manos descansar en mi pelo. Ya veía venir esto—. Ehm, señorita... creo que mi mano quedó atrapada en su cabello.

Aquí vamos de nuevo.

Alcé mi mano y comencé a palmear mi cabello para encontrar la suya. Me di cuenta de que llevaba algunos anillos en sus dedos, lo que fue todo para mi suerte. Sin embargo, comencé a desenrollar los apretados rizos de entre sus dedos.

Su mano era cálida y grande, pero al terminar de desenredar todos los hilos, mis ojos se abrieron bastante. Sus pocos anillos parecían joyas de oro de valor incalculable.

—¿Eso será todo, señor? —pregunté avergonzada una vez de pie y terminando de arreglar el desorden en mi cabeza. Nunca en mi vida quise volver tan rápido a la caja.

Por alguna razón, el hombre inclinó la cabeza con una expresión confusa en su rostro, pero sin apartar su vista de mí.

—Sí, es todo.

Asentí sin mucho rodeo. Cuando regresé a mi posición, me sentí un poco más tranquila, aunque la gente me seguía mirando como si fuera tonta o algo así.

—Sandra, ¿por qué todos...?

—Con permiso —me interrumpió cabizbaja antes de pasar por mi lado. Extrañada, me giré y noté que Mary me observaba a la distancia. ¿Qué le ocurre a todo el mundo el día de hoy?

Y la rara era yo.

Prince Of France | Shawn MendesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora