2. La Reina y el Bufón

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En cuanto la puerta del comedor se cerró, mi abuela se giró hacia mí, quemándome con esos ojos azules y fríos como el hielo. Estiró el brazo y tomó un sorbo de vino.
—Dime, Isabelle, ¿de dónde has sacado la carta?—preguntó mirando a la nada y moviendo su copa casi vacía.
Dirigí mi mirada a la cabecera de la mesa, evitando mirar a Bastian.
—Me la entregó un búho mientras jugaba con los dragones.
—Mientes—mi abuela se terminó de un sorbo el vino que le quedaba—. Jacques me ha dicho que no ha visto ningún búho mientras jugabas fuera.

Maldito Jacques.

Jacques era uno de nuestros elfos domésticos, pero aunque tuviéramos elfos también trabajaban dos squibs para mi familia: Bastian y Nana.
Bastian era francés y  me acompañaba a todas partes. Principalmente se encargaba de cuidarme, aunque también recibía a invitados especiales. Sin embargo, Nana era española. Ella trabajaba en la mansión de mi padre. Era una mujer mayor que fue como una Bastian para mi tia, y ejercía como mi doncella cuando iba a España.

—Bastian, acércate—murmuró mi abuela moviendo un dedo.
No.
Otra vez no.
—No. Grand-merè, s'il vous plait ...
Bastian se acercó poco a poco apretando la mandíbula.
—¿De dónde has sacado la carta?
S'il vous plait...
Mi abuela se giró hacia Bastian y le dio una bofetada que resonó por todo el comedor. Mi madre bajó un poco la cabeza, y Bastian cerró los ojos preparándose para otro golpe.
No era la primera vez que pasaba esto, tampoco era la segunda y yo pedía todos los días porque fuera la última, pero siempre había otra vez.
Algunas veces eran invisibles, simplemente oía a Bastian llorar en la cocina mientras se curaba, y cuando me veía sonreía tristemente y me decía "con que obsegvandome otga ves, mon cheri".
Otras veces eran mudas, simplemente veía una gota de sangre en el suelo del despacho de mi abuela, o quizás un feo arañazo en el brazo de Bastian, que se cubría rápidamente con la manga.
Luego estaban las noches en las que a Bastian le acompañaban las sombras. Esas noches en las que dormía conmigo y en las que de madrugada me despertaba mientras gritaba o lloraba en sueños. En pesadillas.
Bastian no huía, no podía, no tenía dinero, ni familia. Él había sido un bebé que habían dejado en una noche lluviosa en la puerta de mi abuela.
Bastian solo tenía sueños. Quería convertirse en un gran escritor, pero había una cosa que le ataba, una promesa. La promesa de que se quedaría conmigo, porque aparte de sus sueños, yo era lo único que le quedaba a ese muchacho de ojos verdosos.
—¿Por qué te importa tanto que vaya a Hogwarts?
Mi abuela hizo un rápido movimiento de brazo y su copa de cristal se rompió en la
pared, a pocos centímetros de dónde estaba la cabeza de Bastian.
Vi como los cristales caían al suelo como las piezas de un puzzle despedazado.
—Madre...
—Cállate, Janelle.
Volvió a pegarle fuertemente a Bastian.
Observé como una herida se abría en la ceja del sirviente, y vi como resbalaba la sangre por su rostro.
Como si fuera una lágrima.
—¡Es suficiente, abuela!—grité.
Mi voz se escuchó como el rugido de una bestia, ni me molesté en no hablar en español.
Mi abuela se giró hacia mí y me miró por primera vez.
—Como te atreves a...—mi abuela levantó el brazo.
Cerré los ojos esperando el dolor.
Pero no venía, así que los abrí, y vi cómo Bastian cogía el brazo de mi abuela.
—Ni se le ocurra tocarla—murmuró en francés apretando la mandíbula—. Fui yo, fui yo quien le entregó la carta.
Mi abuela tenía una expresión atónita y mi madre observaba la escena con los ojos muy abiertos.
Bastian le soltó el brazo a mi abuela.
—Renuncio—dijo en voz alta—. Recogeré mis maletas y desapareceré.
Esas palabras fueron como un puñetazo en el estómago.
Mi abuela abrió la boca.
—Me dejarán despedirme de Claire y ella irá a Hogwarts, si no quiere que toda Europa se entere de sus abusos. Recuerde, tengo cicatrices por todo el cuerpo que a los periodistas les encantará fotografiar. Esas son mis condiciones.
Mi abuela apretó la mandíbula.
—Eres un pobre infeliz.
Miré a Bastian con los ojos llenos de lágrimas, me levanté de mi asiento y le di la mano en el camino hacia mi cuarto.
Las paredes blancas con detalles florales de mi habitación nos saludaron. Me senté en el suelo con las piernas cruzadas y Bastian se sentó a mi lado.
Tenía el lateral de su cara rojo y la sangre de la ceja continuaba en su rostro. Levanté una mano y la puse sobre la marca.
—Lo siento.
Mon cheri, no pienses ni pog un instante que tienes la culpa de esto, ¿me oyes?—dijo mirándome muy serio con sus ojos verdes—. No sabes lo que vales, de vegdad. Egues la única buena pegsona que hay en este nido de vibogas. Espego que no consigan cambiagte.
—Nunca me cambiaran. Te lo prometo, y tú estarás para verlo.
—Mi pequeña Claire, no dudo pog un instante en tu detegminasion, sin embaggo, en quien no confío es en los demás.
—Lo he prometido y las promesas no se rompen, eso es lo que tú me enseñaste, Bastian.

La Dama DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora